Para quitarse de encima el sirirí del obispo de hacer algo para los cientos de migrantes que estaban llegando de Venezuela, el padre David Cañas y un puñado de feligreses de su parroquia cocinaron una olla de sopa y salieron a repartirla a la calle. Fue en un lugar al azar, muy cerca del Puente Internacional Simón Bolívar, en Cúcuta. A los 15 minutos, cuando ya no quedaba nada, una mujer le rogó al religioso que le prestara el recipiente vacío. “Yo pensé que lo iba a lavar, en agradecimiento, pero en realidad, metió su cabeza y empezó a lamerlo”, narra el sacerdote
Esa cruda escena, no solo pone en evidencia la delicada situación humanitaria en la frontera, sino el trabajo que a diario realizan la Iglesia católica y otros credos para tratar de paliar las necesidades más urgentes de una parte de la diáspora proveniente del vecino país. La más importante es la Casa de Paso Divina Providencia, que nació hace dos años y medio con la aventura del padre Cañas, pero que hoy cuenta con unas instalaciones de 2.000 metros cuadrados en los que cada día se reparten 4.000 almuerzos. La sede y la operación se financian a través de la caridad.
“Yo no tengo otra explicación, para todo lo que ha pasado, que la de un milagro. Conforme iba llegando gente con hambre, llegaban también personas dispuestas a donar comida, dinero o tiempo de trabajo. Por la magnitud del comedor, tuvimos que contratar a unas 20 personas, pero el resto, casi 800, son voluntarios”, dice Cañas.
Esto, porque la Divina Providencia también envía mercados para otros seis comedores de la capital de Norte de Santander y para más de 40 en Venezuela. Según cuentas del sacerdote, cada día la operación vale unos 20 millones de pesos y se necesitan 2.200 kilos de víveres. Desde que empezó a operar, han repartido cerca de un millón y medio de almuerzos.
El año pasado, la Casa de Paso Divina Providencia recibió uno de los galardones entregados por Revista SEMANA, con el apoyo de Telefónica, por su trabajo en favor de la población migrante. | © GUILLERMO TORRES / SEMANA
Aunque la iniciativa del padre Cañas es la más grande, hay muchas otras. Gabriel Villarreal, director nacional de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), pertenciente a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ayuda todos los días a miles y miles de migrantes. La más visible es en salud, en donde 18.000 personas han sido atendidas desde septiembre de 2018 gracias a dos IPS para venezolanos que esa iglesia tiene al servicio en Medellín y Bucaramanga. “Inscribimos un proyecto en cooperación internacional que, gracias a Dios, fue aprobado”, explica Villarreal. Así, con un presupuesto cercano a los 7.000 millones de pesos, esa confesión otorga de manera gratuita unas 10.200 consultas médicas al año, así como exámenes y medicinas. Y ya está preparando una segunda fase.
Por su parte, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha entregado mercados y medicinas pero, por sobre todo, se ha ocupado de entregarles tenis a los caminantes. “Llevamos dos años en esta tarea y ya alcanzamos las 50.000 personas beneficiadas”, dice Beatriz de Ostos, una de las voceras de esa comunidad.
Otra de las iniciativas es la del pastor Édgar Castaño, presidente del Consejo Evangélico de Colombia (Cedecol), que agremia unas 600 organizaciones. Ellos buscan que los venezolanos se devuelvan para su tierra. Para eso, ya tienen un plan piloto. “Nuestro Plan Cuna consiste en hacer que migrantes venezolanos, después de que pase toda esta crisis, puedan regresar a su nación para rescatar la economía”, dice Castaño. Cedecol cuenta con un par de terrenos en Venezuela en los que espera que una docena de familias cultiven y vendan algún día sus productos. Para eso, se han dedicado desde ya a impartir capacitaciones en proyectos productivos y agricultura sostenible.
Estas y otras iniciativas son pequeñas frente al gigantesco fenómeno migratorio. Migración Colombia cree que cerca de 1.300.000 personas han migrado del vecino país a marzo de 2019 y las proyecciones son preocupantes. Un informe reciente de las Naciones Unidas estima que el número de migrantes superará los 5 millones al finalizar este año.
Como este fenómeno ha permeado toda la frontera y buena parte del país, la mayoría de las iniciativas de ayuda han surgido desde los territorios y son emprendidas de forma individual. Es decir, en el caso católico, por ejemplo, cada una de las 78 jurisdicciones de esa iglesia (bien sean arquidiócesis, diócesis o vicariatos apostólicos) tiene sus propias acciones que se articulan con otras creencias de fe y no necesariamente hacen parte de las cifras, explica monseñor Héctor Fabio Henao, director de la Pastoral Social. Claro que hay otras acciones globales, como Puentes de Solidaridad, un programa del papa Francisco que busca que la Iglesia latinoamericana una esfuerzos por los migrantes.
También hay otras iniciativas, como las que lidera la Iglesia Scientology Internacional, que con el padre Cañas, en Cúcuta, ha llegado a entregar en un solo día 11.000 comidas, según Diana Lozano, directora de asuntos públicos de esa organización. Incluso, el trabajo en la frontera de la Iglesia Griega Ortodoxa, liderada por el archimandrita Timoteo, también lo ha hecho de la mano de las dos iglesias anteriores. La Fundación Atención al Migrante, de la Iglesia católica, ayudó en 2018 a 24.000 migrantes, 95 por ciento venezolanos.
Para Lorena Ríos, directora de asuntos religiosos del Ministerio del Interior, la labor entre iglesias no es coincidencia. “Los líderes religiosos son actores de transformación de las comunidades y en ese sentido, trabajamos junto con el PNUD en cuantificar esos cambios que vienen haciendo”, agrega.
‘Nos toca dar el pescado’
Todo parece indicar que la crisis venezolana ha reducido las fronteras entre las diferentes iglesias. Ese es, precisamente, el caso de la Iglesia Episcopal, que ha encontrado en la católica un gran aliado. De acuerdo con el obispo anglicano Francisco Duque, su iglesia recibe esporádicamente donaciones por cerca de 10.000 dólares de la agencia internacional Episcopal Relief & Development, recursos que invierte en acompañamiento jurídico y psicológico para los migrantes en la frontera y en el trabajo con las hermanas escalabrinianas, en las terminales de bus. No obstante, Duque se muestra crítico: “En Canadá trabajamos con el Estado y en cerca de un año y medio logramos que el migrante alcance la independencia a partir de robustos bancos de empleo, universidades gratuitas o a través de la empresa privada. Aquí no hemos podido, hay mucha burocracia”, dice el obispo, quien agrega que ellos no pueden enseñar a pescar. “Nos toca conformarnos simplemente con dar el pescado”, sostiene.
Esa acción, sin embargo, puede suponer un reto gigantesco, según se infiere de las estrategias y líneas de ayuda que ha tenido que activar el Episcopado en Colombia y para las cuales no estaban preparados. El año pasado, Pastoral Social trabajaba en seis grandes proyectos humanitarios. Hoy las líneas de ayuda son 12 dentro de las que se cuentan proyectos en Cúcuta (Norte de Santander), Puerto Carreño (Vichada) y Maicao (La Guajira).
Y aunque la migración va en aumento, la mayoría de líderes religiosos confía en la caridad que les viene del cielo para enfrentar el reto. “Todo esto ha sido posible gracias a la gente que hace donaciones sin tanta alharaca. Esa es la ayuda que manda nuestro Señor”, dice confiado el padre Cañas.
Y ahora que las iglesias han sido claves en la ayuda humanitaria, se espera que lo sean también en el proceso de integración, que recién comienza.
Por: Andrés Rosales @Andresiro