Yuvexis y Gilberto llevaban un año de relación cuando decidieron viajar a Colombia. Se conocieron en Maracaibo, en el negocio de apuestas que él administraba y en donde ella trabajaba. Aunque la escasez empezaba a sentirse en los supermercados de la ciudad y el dinero alcanzaba cada vez para menos, recuerdan que su situación no era crítica cuando determinaron tomar otro rumbo.
Migraron convencidos de que en Colombia estarían mejor, pero actualmente ella planea su viaje de regreso a Venezuela y él espera reunir el dinero para llegar a Perú. © MIGUEL GALEZZO | PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA
En Venezuela
“Cuando nosotros vinimos, la situación allá era como ahorita está aquí”, dice Gilberto mientras se acomoda en el piso del apartamento en donde vive junto a Yuvexis, en el barrio Ciudad Verde del municipio de Soacha, en Cundinamarca.
En la sala del nuevo hogar solo hay un televisor que consiguieron en un mercado de usados, una caneca de pintura que utilizan como silla y un sillón esponjado. El aparato del wifi completa la decoración.
Tenían una vida cómoda y sin necesidades en Maracaibo, en el noroccidente de Venezuela, hasta que la inflación tocó los bolsillos. “Aquí la gente trabaja mucho, en Venezuela éramos como más vagos”, comenta Yuvexis y agrega que cualquier jornada laboral podía terminar en fiesta hasta el amanecer.
Después de un año de convivencia, la pareja decidió salir de Venezuela. Ambos pensaron en Chile como destino inicial, pero después se dieron cuenta de que el recorrido era largo y costoso. “Elegimos Colombia porque estaba más cerca”, recuerda ella.
Yuvexis vendió su casa en 6 millones de bolívares para reunir el dinero de los pasajes. Tres meses después, remató un refrigerador que costaba 2 millones más que su vivienda debido a la devaluación de la moneda. También tuvo que dejar a sus dos hijos a cargo de su mamá.
“Ahorita ese dinero no equivale ni a mil pesos colombianos”, afirma Gilberto. Él tiene tres hijos en Venezuela y pensó que encontraría un trabajo estable para trasladarlos.
El 16 de septiembre de 2017 la pareja tomó un bus de Maracaibo a Cúcuta y siguió por carretera hasta Soacha, donde familiares venezolanos de ella estuvieron dispuestos a ayudar.
Se enfrentaron a una realidad compartida por migrantes venezolanos en Colombia: el dinero que traían no valía tanto como pensaban y encontrar empleo no es tan fácil como esperaban. © JUAN CARLOS SIERRA | REVISTA SEMANA
La llegada a Soacha
Supusieron que con el fruto de su trabajo en pesos colombianos podían sostenerse y enviar dinero a Venezuela. Pero poco después de su llegada, para la Navidad, arribaron la madre y los dos hijos de Yuvexis y el hijo mayor de Gilberto. Ahora todos viven en un apartamento de tres habitaciones, dos baños y una cocina pequeña. Los gastos se incrementaron.
La estafa
En diciembre del año pasado y por medio de la cuenta de Facebook de un grupo de venezolanos en Colombia, Yuvexis se enteró de que un hombre ofrecía tramitar por 20.000 pesos el Permiso Especial de Permanencia (PEP).
Pensó que era una oportunidad para obtener beneficios como un trabajo formal. Ella y su pareja no estaban enterados de los plazos que dieron las autoridades para llevar a cabo este procedimiento.
La mujer confió en la legalidad del negocio tras ver sus datos y los de sus familiares con un código QR que le dio el supuesto miembro de la Cancillería y Migración Colombia. Así que involucró a Gilberto y aceptaron conseguir más clientes a cambio de permisos: por cada 5 venezolanos les darían un PEP gratis. “Conseguí a 15. Todo parecía legal hasta que un día no estaban mis datos con ese código, sino los de otra persona”, cuenta Yuvexis.
Quien les ofreció ese negocio les aseguró que no tenían de qué preocuparse. Pasado un tiempo, dejó de contestar sus llamadas y mensajes. Solo desapareció. “Fue muy duro saber que engañamos sin querer a otros venezolanos con ganas de trabajar como nosotros”, expresa Gilberto.
Luego de la frustración por la estafa, obtuvieron el PEP en febrero de este año. Según ellos, el documento tampoco mejoró la situación.
Trabajar para comer
Con sus documentos en regla, Gilberto y Yuvexis empezaron a trabajar en Bogotá. Él como operario de una empresa de mantenimiento en la Clínica Colombia y ella como mesera en un restaurante en San Victorino. Los largos viajes en TransMilenio desde Soacha y las incomodidades de la casa en donde vivían, sumados a la frustración porque el dinero apenas les alcanzaba para pagar arriendo y comprar comida, rápidamente empezaron a hacer mella en su ánimo.
“Yo llegaba decepcionada a ese apartamento. El ambiente era muy difícil. Una vez hasta me tocó ver cómo sacaban a una familia venezolana de su casa porque no tenían para pagar el arriendo”, rememora Yuvexis. La misma sensación tuvo Gilberto, quien afirma que su situación es la misma de los colombianos. “Aquí el colombiano trabaja para comer y más nada”.
Cuando trajeron a sus familiares, la pareja tuvo que buscar una casa más grande. Lograr que les arrendaran no fue fácil, cuenta la mujer. “La señora no me quería arrendar porque soy venezolana. Y cuando la convencí, me preguntó cuántas personas íbamos a vivir aquí, porque pasa mucho que después llega más gente”.
Aunque le aseguraron a la dueña del apartamento que no llevarían más personas, unos meses después llegó un hermano de Yuvexis. Según sus planes, podrían cubrir el arriendo de 550.000 pesos más los servicios públicos, pues contaban con sus salarios y el del nuevo inquilino.
Pero una vez más los planes cambiaron y hoy la única que aporta dinero a la casa es Yuvexis. Su hermano no ha logrado conseguir un trabajo y a Gilberto lo despidieron. Después de cinco meses hubo una reestructuración en la empresa donde trabajaba, y los dueños decidieron quedarse únicamente con el personal colombiano. Desde entonces, ha pasado su hoja de vida a distintas compañías, pero asegura que no lo han contratado por ser venezolano.
Para empeorar la situación, Yuvexis no pudo completar el dinero del arriendo del último mes y tuvo que acudir a un prestamista gota a gota o paga diario. Cada día debe pagar 15.000 pesos al cobrador, que la visita puntualmente; comprar la lonchera de sus hijos y llevar a casa la comida para la familia.
Cada día, sin saber cómo, aparece una bolsa con algunos alimentos en alguna puerta de los apartamentos vecinos. Muchas veces ha sido el único alimento de esta familia. © MIGUEL GALEZZO | PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA
En medio de las dificultades, la generosidad de un misterioso vecino ha sido una salvación para esta familia. Todos los días aparece una bolsa con comida en la puerta de algún apartamento vecino, en las escaleras del edificio o en un pasillo. Aunque han tratado de identificar a la persona que lo hace, aún no saben quién deja ese regalo. “No tiene apartamento específico, pero siempre aparece en el piso de abajo. No sé si lo hacen así para que la gente no sepa quién la deja. Lo cierto es que nos ha salvado cuando no hemos tenido nada que comer”, cuenta Gilberto.
Yuvexis planea viajar a Venezuela antes de que termine el año, pero espera que Gilberto pueda seguir su viaje antes de irse porque no quiere dejarlo solo. © MIGUEL GALEZZO | PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA
Después de dos años juntos, tomaron la decisión de separarse: Gilberto seguirá su camino como migrante y se irá a Chile, mientras que Yuvexis regresará a Venezuela para llevar a sus hijos y a su madre, pero espera volver sola a Colombia para trabajar, ahorrar y poder traerlos nuevamente.
– Cuando vendí la casa, Gilberto me dijo: “te prometo que yo te voy a regresar tu casa”. Y no se pudo, suelta Yuvexis.
– Esto es como cuando tú haces los planes y no te salen como esperabas, responde Gilberto.Él solo espera que le paguen el salario que le deben en el último trabajo que tuvo. Necesita comprar el tiquete para emprender un viaje de 7 días por carretera hasta Chile. Allá lo esperan algunos amigos y familiares que le hablaron de ofertas de empleo y le dijeron que el dinero alcanza para más en ese país, pues el costo de los alimentos, arriendos y servicios públicos es más bajo.
Gilberto de nuevo comenzará un viaje. Espera que esta vez sí se cumpla lo planeado. No tiene una segunda opción si las cosas no salen como pensó. Mientras tanto, sus días pasan en la pequeña sala del apartamento, a la espera de que la aplicación del banco le notifique un pago que cada vez parece más lejano.
Es contundente cuando califica su experiencia en este país: “Yo me voy muy decepcionado de Colombia”, afirma. Yuvexis, en cambio, trata de ver lo bueno de su vida de migrante: “A pesar de todo, yo tengo mucho que agradecerle a este país porque me recibió y pude traer a mis hijos”.
Muchas familias venezolanas se separan en su país cuando alguno de sus miembros decide irse. Esta pareja migró junta e intentó hacer una vida en Colombia, pero aquí se separará. Su camino como migrantes no termina. Ya decidieron que lo seguirán por separado.– “Él se va para Chile y ya. Nosotros nos separamos. Además, yo no me iría a otro país porque tengo a mis hijos en Venezuela y necesito estar cerca”, explica Yuvexis.
– “El caso es que yo a Venezuela no vuelvo. No me veo regresar con las tablas en la cabeza para decir que no pude con la vida de migrante”, sentencia Gilberto.
Por: Sara Prada @pradasaraca