Viajó a Colombia para ayudar a su madre, pero tuvo que despedirse de ella a la distancia

Roiber Castro vive en Bogotá desde hace cuatro años y medio
Roiber Castro vive en Bogotá desde hace cuatro años y medio

Con la frontera cerrada, tuvo que cruzar una trocha para tratar de llegar al entierro de su madre. Cuando logró llegar ella ya había sido inhumada unas horas antes.

Por Moisés Sánchez – periodista Te Lo Cuento News

Roiber José Castro, de 28 años, debió dejar su casa en Carora, una ciudad ubicada en el estado Lara, a los 23 años, buscando un mejor futuro en Colombia. 

Trabajaba en Bogotá cuando se enteró de una terrible noticia: la mujer que más amaba en su vida, su mamá, Yamileth Gómez, fue diagnosticada con leucemia. El 28 de noviembre de 2020, en plena pandemia por el Covid-19, con todas las restricciones en viajes y la frontera entre Colombia y Venezuela cerrada, murió, sin que Roiber pudiera despedirse.

Este joven venezolano, sorteando la suerte y las prohibiciones estatales, con la ayuda de su jefe, quien le prestó dinero para regresar a Venezuela, a los actos fúnebres de su mamá, se puso en marcha hasta El Amparo, estado Apure, parroquia que colinda con la frontera colombiana del Arauca. Había contactado a un señor que lo llevaría a Barquisimeto y en un giro inesperado, por razones que hasta hoy Roiber desconoce, el conductor lo dejó a las tres de la madrugada en Socopó, una ciudad del estado Barinas. 

Roiber, evitando cualquier conflicto con el conductor y su acompañante, decidió bajarse del auto, pensando que no le daría a su familia otro motivo de tristeza si las cosas se complicaban con un reclamo de su parte hacia los desconocidos y pudieran atentar contra su vida.

Finalmente, y después de muchas horas, entre caminar, pedir “cola” para llegar a un terminal y poder tomar un bus a Carora, llegó a su casa el día lunes 30 de noviembre a las siete de la noche, su mamá había sido inhumada a las diez de la mañana de ese mismo día. 

Sobreponerse a la adversidad

Cuando Roiber salió de Carora en marzo de 2019 lo hizo con una meta en su cabeza: conseguir una oportunidad de trabajo para ayudar a su mamá.

Cuando llega a Colombia se instala en Villavicencio, allí duró seis meses trabajando en un restaurante en el que no ganaba lo suficiente, recuerda que cobraba 15 mil pesos y trabajaba desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, ocupándose de oficios varios. 

“Lloraba los primeros días en Villavicencio porque no encontraba trabajo y quería ayudar a las personas que me recibieron y, por supuesto, enviar dinero a casa. Duré cinco meses allí y decidí irme a Bogotá. En la capital encontré empleo gracias a unas amistades. Comencé como vendedor de placas de identificación para mascotas. Llevo cuatro años y medio y ahora soy el encargado de todos los puestos. Realmente tengo unos muy buenos jefes”. 

Cuando Roiber decidió emigrar no imaginó lo difícil que sería, más contaba con la determinación y unas ganas impresionantes de “echar para adelante”, como él mismo dice. 

Los sueños de un migrante

“Mi meta a mediano plazo es tener mi propio local de accesorios y todo lo relacionado con la salud y el cuidado de las mascotas”. 

Castro espera ver cristalizados sus sueños pronto. Desea una casa propia, reunir a su familia. Extraña a su abuela y a su hermana menor. Él es el segundo de tres hermanos. A su pequeña hermana la ha podido traer a Bogotá. Con ella y su abuela habla muy seguido.

Roiber invita a quienes tienen el deseo de emigrar a que lo hagan con una mentalidad de progreso, que se animen a crecer como personas, considera que los venezolanos tienen las capacidades para adaptarse en cualquier situación o ambiente y hacer un trabajo bien hecho, con el objetivo de dejar el nombre de su país en alto.