Fernando Osorio vive en una ciudad que a veces lo abruma y a veces lo fascina. Le habían advertido que sería duro y lo ha sido, en especial por la soledad que ha sentido, pero no se arrepiente de haberlo hecho.
Por Angélica Antía Azuaje – Periodista Te lo Cuento News
El sueño americano va más allá de pisar Estados Unidos. Fernando Osorio lo sabía y no se arrepiente de haber tomado la decisión de migrar a ese país a principios de 2022. Arribó a Nueva York exactamente el 30 de enero. Se fue de Venezuela por razones políticas, con una mezcla de miedo y esperanza. Había escuchado muchas historias sobre la vida en ese país y la mayoría de ellas no eran muy alentadoras.
Como esos cuentos de terror que le cuentan a los niños, le habían advertido que era demasiado difícil y complicado ser migrante, que muchas personas no eran amables y que las oportunidades eran escasas.
“Me decían que casi no dormiría porque aquí se trabajaba mucho. Pero eso no me asustó, toda mi vida he trabajado mucho y estoy acostumbrado a esforzarme para ganarme la vida. Desde que llegué me di cuenta de que la vida era más organizada y había oportunidades de trabajo”, comenta.
Su impulso para migrar fue cubrir las necesidades de su familia. Ahora puede hacerlo y desde un país que siempre le había resultado atractivo porque ya lo conocía cuando había viajado en vacaciones. “El dinero alcanza, si trabajas y te enfocas tienes capital para vivir cómodamente”, explica sin titubear.
Aunque es honesto con quienes creen que es fácil ganarse el dinero. “Si vienes con la idea de que te vas a hacer rico de un día para otro, no es cierto. Aquí, como en todos los países, hay que trabajar, echarle pierna y establecer tu norte”.
Se mudó a una de las ciudades que concentra la mayoría de las culturas del mundo, en la Gran Manzana se habla 35 idiomas. “Nueva York es un santuario de migrantes… es un lugar magnífico”, destaca, por eso en año y medio ha podido conocer personas de muchos países. El balance ha sido positivo, lo han tratado con respeto, aunque con distancia. “Siento que la gente aquí es muy cerrada. Los latinos somos un poco más abiertos y cercanos, pero igual son otras culturas y adaptarse a eso ha sido todo un reto”.
La soledad del que se va
Cuando Fernando habla siempre lo hace con positivismo, solo le cambia la voz y la mirada cuando se refiere a lo que añora, los suyos. “Lo único es que me siento muy solo y ese sentimiento de tristeza en este país a todo el mundo le pega, tanto así que hay una situación de depresión muy presente en todas las personas de acá porque cada quien anda en lo suyo trabajando y no tienen tiempo de relacionarse con otras personas”.
Extraña a su familia, a sus amigos, a su hermano, pero especialmente a su “viejita”, como él le dice. “Ella tiene 85 años y no sé cuándo la volveré a ver. Por eso hablo con ella todos los días”.
Pese a eso, no se arrepiente de haber migrado. “Debo seguir luchando acá”, añade reiteradamente para que el eco resuene en su cabeza. “Lo que me hubiese gustado antes de venirme sería estudiar inglés, porque es una barrera y no saberlo de manera suficiente ha sido un desafío”.
Fernando piensa volver a Venezuela, pero antes de hacerlo se propuso dos metas: reunir dinero y sacar la documentación. Mientras tanto, se acopla. Intenta adaptarse a una cultura y una ciudad que algunas veces lo abruma y otras, lo fascina. Ahora sabe que cada experiencia migratoria es distinta y que aunque no hay que descartar a la primera cualquier consejo, elige no predisponerse porque aunque él pensó que migrar sería una batalla casi imposible, se ha dado cuenta de que no lo es.
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