“A mí, al principio me dijeron: no digas que eres venezolana cuando vendas para que no dejen de comprarte”.
Por Sandra Flores – periodista Te lo Cuento News
La soledad, añorar a la familia y la patria fueron los peores sentimientos que enfrentó Aruska Aimara Hernández Muñoz como migrante, y uno de sus mayores temores fue la xenofobia, pero a todo se ha sobrepuesto y llevó su emprendimiento a Colombia donde se abre camino con la fabricación de accesorios artesanales.
A sus 34 años, se ha convertido en una auténtica guerrera, vencedora de mil batallas, ni los problemas de salud ni las dificultades propias de la migración han minado su valor y su ánimo para soñar, para seguir adelante con su emprendimiento y para trabajar duro con el objetivo de establecer su tienda: El Taller de Taru.
Aru, como la llaman sus familiares y amigos, nació con espina bífida, pero nadie se dio cuenta porque no padeció dolores ni problemas para caminar.
A los 11 años le diagnosticaron escoliosis, y aunque dos veces hicieron intentos por corregir la curvatura de su espalda, el primero no funcionó y el segundo no llegó a concretarse por insuficiencia de recursos.
“Entonces, decidí seguir con mi vida”, comenta decidida, “cuando se presentaba el dolor, yo me derrumbaba emocionalmente porque sentía que ya no iba a poder ser productiva, pero mi columna me ha dejado muchas cosas buenas porque me ha hecho no rendirme, me ha hecho ver la vida desde un punto de vista diferente”.
Origen de El taller de Taru
“Soy una persona como cualquier otra, con una condición que la limita un poco”, explica la publicista de profesión con oficio de artesana por vocación.
Nunca ejerció la publicidad y cuando tenía empleo, terminaba por dejarlo “porque me daban quince, veinte, treinta días de reposo y me parecía absurdo trabajar y que las personas me tuviesen que pagar un sueldo por estar en casa”.
Así fue como en 2018 inició su emprendimiento, que le favorece, pues el dolor le impide a veces estar mucho tiempo de pie o sentada y necesita alternar o, de plano, recostarse.
Los recuerdos la regresan a la Venezuela de sus amores y establece un antes y un después de la dictadura: fue muy difícil porque al principio vendía al mayor en algunas tienditas y luego ya no, ya casi ni al detalle podía vender.
Lo ha llamado El Taller de Taru y ese nombre tiene una historia anecdótica. Su tía, la artista plástico venezolana Belén Muñoz, la llamaba Aru desde pequeña. Ella no podía reproducir el hipocorístico y decía “Tatu” o “Taru”, y entonces empezó a ser Taru, todo su círculo más cercano llegó a llamarla Taru, y Taru resurge en su emprendimiento.
Empresaria renacida y feliz
“Nosotros no teníamos planes de migrar porque éramos de esas personas que decíamos que íbamos a estar ahí hasta el final”, comenta Aru. Mas en 2021, su esposo, de profesión periodista, consiguió empleo en Colombia y tomaron la decisión de irse de Venezuela, “justo a tiempo, porque yo estaba ya en un colapso ansioso por las preocupaciones diarias del gas, el agua, la luz, el carro.”
Se establecieron en Bogotá, una ciudad fría a la cual tuvieron que adaptarse, y pasaron siete meses antes de que retomara su emprendimiento.
“Cuando llegué, un amigo venezolano me dijo: si vendes por internet trata de parecer colombiana para que no te dejen de comprar”, recuerda al hablar sobre su miedo a la xenofobia. “Yo estuve meses sin ir a ferias, meses sin hablar por teléfono, sólo escribía por WhatsApp por ese temor de que descubrieran que no soy bogotana”.
Sin embargo, todo eso ya pasó. Hoy Aru siente que ha renacido gracias a la terapia que la ayudó a soltar creencias familiares, sociales y de sí misma, que representaban un peso inútil. Está agradecida con Colombia.
“Hoy sueño con tener mi tienda, sueño con generar empleo, sueño con hacer más grande lo que hago, sueño con hacer mucho más y estoy muy feliz en el presente”, concluye.