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‘Al Capone pizza’, el sueño de una chef internacional que se concretó en Medellín

Beatriz y Freddy, propietarios de Al Capone pizza. Foto: Nora Sánchez
Beatriz y Freddy, propietarios de Al Capone pizza. Foto: Nora Sánchez

Para los dueños de Al Capone pizza migrar y emprender no ha sido fácil, pero con un capital de “ganas”, seguir el sueño, apostar a vencer los obstáculos, ser optimistas y el apoyo de los hijos y la familia se puede lograr.

Por Nora Sánchez Periodista – periodista Te lo Cuento News

Cuando Beatriz Camacho emigró a sus 55 años de edad, no se lo podía creer. Salir de su natal Maracaibo, estado Zulia, a tan solo un lustro de ser catalogada como persona de tercera edad, no era fácil, y más porque en esa etapa de la vida, ella, que es trabajadora social de profesión, ya se desempeñaba en algo que le gusta y apasiona, la cocina.

Beatriz es chef internacional. Luego de ejercer por 12 años el trabajo social, de cumplir metas en su vida y de viajar por el mundo, decidió invertir y por eso se formó en lo que siempre fue un hobby para ella, la cocina, que hoy es su sustento de vida en Colombia.

“Me lo tomé en serio”, dice y recuerda que decidió estudiar en Maracaibo aplicando toda esa inquietud por la cocina y todo ese ensayo y error que aplicó en su día a día cada vez que alimentó a su familia.

El aprendizaje y la experiencia adquirida en cocinas de hoteles cinco estrellas son ahora su “tablita a flote”. Así le llama Beatriz a su desempeño en la cocina en un país que le permite incluirse e integrarse a una sociedad que complace gastronómicamente.

“Llegué con la visión de valerme de mis conocimientos en la cocina y no de imponer nuestra cultura gastronómica”, explica Beatriz cuando habla de cuál era su norte hace tres años al llegar a Medellín.

Una pizzería artesanal con origen

Hoy Beatriz Camacho es la chef de su propia pizzería, Al Capone, un lugar que ya tiene cinco meses funcionando en Medellín. Para que esto sucediera corrió mucha agua bajo el puente, pues como muchos migrantes, ella y su esposo comenzaron desde cero, hicieron cocina oculta, es decir, vendieron almuerzos en el edificio en el que viven y no tenían confort, no había un televisor y mucho menos juegos lujosos de sala y comedor.

Ella es curiosa, proactiva, con destrezas y habilidades en la cocina y en la vida misma. A dos años de ser denominada persona de la tercera edad, dice que los pilares fundamentales para un migrante emprendedor son sacudirse los miedos, atreverse y relacionarse.

Además de ello, suma como principal factor un estatus regular, los conocimientos de la legislación en el país de acogida, ubicar organizaciones que orienten y ayuden a los migrantes y relacionarse, aspecto en el que hizo énfasis, con sus paisanos y los ciudadanos del país de acogida.

“Nosotros dos tuvimos siempre claro que no seríamos un mueble tirado o una carga para nuestros hijos, creímos en nosotros mismos, en nuestra capacidad, en la fortaleza física, en la salud y en nuestra inteligencia para generar recursos”, dice Beatriz mientras estira la masa para preparar una pizza.

El desarraigo permite volar alto 

Freddy Guales no ha perdido su acento zuliano, mientras fuma pipa nos cuenta sobre el nombre de Al Capone pizza, recordando la vida de este gánster norteamericano, hijo de inmigrantes italianos, inmortalizado en varias películas.

Asegura que el proyecto mismo les da ánimo para vivirlo, pues no se ve junto a Beatriz sentado en un sillón esperando que sus hijos los mantengan. Reconoce que emprender no es para todo el mundo, y que la misma acción implica tener resiliencia y paciencia, “porque esto no es una carrera, esto es un maratón de larga distancia”, expresa haciendo la medida con sus brazos.

Coincide con Beatriz en los pilares fundamentales que debe tener en cuenta un migrante emprendedor, resalta el estatus de migrante regular, pero además le suma tener los pies y la mente en el país de acogida, pues como hijo de inmigrantes portugueses que llegaron a Venezuela, aprendió de sus padres el desarraigo. 

A sus 56 años, Freddy dice que emprender no es un tema de edad, ya que la misma situación se le va a presentar a un muchacho de 30 años como a una persona de 60, y siempre serán las mismas situaciones, pero la clave está en documentarse, informarse, saber gestionar y por supuesto, dedicarse al proyecto.

Marcada por la pasión

A estas alturas de su vida, Beatriz, sin arrogancia alguna, no está conforme con lo que ha conseguido en Colombia y no es por dinero, sino porque cree que aún tiene camino por recorrer como chef. Le encanta recibir a la gente, le fascina y describe ese sentimiento como un gozo, asegura que cocinar son caricias, caricias para el paladar.

Beatriz y Freddy no piensan irse de Medellín. A ambos les encanta la ciudad, no tienen planes de volver a Venezuela, pero sí de diversificarse en la cocina, ya que el proyecto en mente esperan consolidar —quizás en una década— es una venta de churros.

A la entrada de la pizzería Freddy fuma pipa, Beatriz está a su lado hablando de la experiencia con la masa de pizza mientras se le dejan ver dos tatuajes en cada antebrazo; huella de gato y utensilios de cocina. La huella es la marca indeleble de Matilda y Estrellita, las gatas que dejó en Venezuela, mientras que los utensilios dejan ver su pasión por la cocina.

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