Aunque María Lourdes Mendivil está dispuesta a dar lo que sea por su hijo, la migración la ha obligado a estar a distancia de él.
Janett Heredia – Periodista Te lo Cuento News
Cuando le faltaba apenas un par de semanas para dar a luz fue que María Lourdes Mendivil hizo el proceso administrativo para “congelar”, casi a mitad de carrera, sus estudios de licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad del Zulia. Sus prioridades estaban claras entonces… y están más claras aún seis años después; solo que las circunstancias la han llevado a un extremo en el que las obligaciones le impiden cumplir tareas tan importantes y elementales como llevar a su hijo a la escuela.
Es esa la gran paradoja que envuelve la historia de esta joven madre que en julio de 2022 llegó a Cartagena, Colombia, en busca de oportunidades para brindarle una mejor calidad de vida a su pequeño Matías.
María Lourdes, oriunda de Maracaibo, estado Zulia, cuenta con nacionalidad colombiana, ya que es hija de un colombiano. Eso le permitió agilizar trámites legales para optar por un empleo y establecerse, pero mientras ella trabaja, ¿quién cuida de Matías?
–“Yo pensé que podía mantenerlo aquí”– concluye tras resumir las implicaciones que conlleva la permanencia del infante en Cartagena de Indias. Estaría cerca de él, pero pasaría el día entero al cuidado de un tercero.
En Venezuela el niño ha estado bajo la responsabilidad de su abuela materna y rodeado de su parentela, pero lejos de su progenitora y esa separación tiene un costo emocional muy elevado.
Preguntas sin respuesta
“¿Por qué todos los papás de los otros niños pueden recogerlos en el colegio y tú no me puedes recoger a mí? ¿Por qué yo tengo que irme en un transporte y los otros niños sí se van con sus papás?” Tales son las preguntas que Matías formula y para las cuales su mamá no encuentra respuesta.
“Es muy fuerte –se lamenta María Lourdes – porque él no tiene la presencia del padre. Su figura paterna es mi papá”. Pero el abuelo también tuvo que abandonar el hogar en Venezuela para irse a trabajar a Colombia. Matías dejó de verlo cuando tenía ocho meses de nacido.
Tan cerca y tan lejos
Poco más de un año ha transcurrido desde que María Lourdes vive en Cartagena y en ese lapso ha tenido cuatro reencuentros con Matías. Ha ido dos veces a Maracaibo y las otras dos ocasiones ha sido su mamá quien viaja con el nieto para que puedan verse.
Cualquiera pensará que es sencillo, porque ambas ciudades están cerca de la frontera; pero hay que estar en sus zapatos para constatarlo.
Para hacer posible cada viaje, entre otras cosas, debe reducir al mínimo los gastos desviando los recursos para reunir el dinero del pasaje. Tiene que sacrificar horas de descanso, someterse al ajetreo y los riesgos de la zona fronteriza, lidiar con la impaciencia y mantener la cordura frente a cada imprevisto que surja en el camino.
Sin embargo, ella, madre al fin, va contando paciente las alcabalas (o peajes, como se les conoce en Colombia): “son 23”, dice con propiedad– que la separan de su primogénito.
Todos para uno
María Angélica, la hermana de Lourdes, es madre de una niña y está enfrentando la misma situación. Se encontraba en Colombia con la familia que había formado, pero tras una ruptura marital, la niña debió volver a Maracaibo con su abuela porque no había quien la cuidara mientras mami trabaja.
Entre tanto, Mariheidi Rivas, mamá de María Lourdes, no cesa en su intento por convencer a ambas hijas para que regresen a casa, argumentando que allá no tienen que pagar arriendo y que entre todos se pueden ayudar.
Mariheidi, más que un punto de apoyo vital para sus hijos y nietos, es la representación genuina de las madres venezolanas, que cobijan con amor a toda la familia.
María Lourdes agradece la abnegación de su mamá; pero en la madurez que ha alcanzado con la experiencia de haber migrado se enfrenta con una ley de vida: crecer implica abandonar el nido.
Reconoce en su madre a la verdadera heroína de esta historia.