Como consecuencia de la migración, cada vez hay más familias separadas, con miembros a lado y lado de la frontera. De eso han aprendido bastante las cuidadoras de Mi vecino protector en Cúcuta. Los núcleos familiares diversos hacen parte de los desafíos que trae la migración. Las profesoras conocen casos de madres que dejaron a sus hijos en Venezuela mientras trabajan en Colombia, padres que se marchan a otros países con la esperanza de encontrar empleo, abuelos que se quedaron en su país con la tarea de cuidar una casa, tíos que se hicieron cargo de sus sobrinos y toda suerte de cambios en los roles tradicionales dentro de las familias.
“Esto ha sido una bendición”
Desde hace tres meses, Betsy Matera madruga todos los días para llevar a su hijo, Aarón Emanuel, a la guardería. Recién llegada, ella logró lo que para otros puede tomar meses: un cupo en Mi vecino protector. “Necesitaba trabajar pero no podía tener al niño para arriba y para abajo todos los días. Un muchacho me dio la dirección, me dijo que había una casa donde ayudaban a niños venezolanos. Él me hizo un croquis para ubicarme porque como no soy de aquí no tenía idea de cómo llegar. Así encontré el sitio”, recuerda Betsy.
Para ella, emigrar no parecía un plan cercano en su proyecto de vida. Pero todo cambió cuando la crisis afectó su trabajo. Aunque tenía su propia peluquería, tuvo que cerrarla porque los frecuentes apagones dejaban el negocio a oscuras entre 7 y 8 horas al día. Además, cuenta, la mayoría de sus clientas también se fueron del país.
Llegó a Cúcuta con el apoyo de unos familiares y hace poco tiempo consiguió, por fin, un trabajo como peluquera. Su jornada laboral va de 8:30 de la mañana a 9 de la noche. Cuando recoge a Aarón, lo lleva a la peluquería, donde hace malabares para cuidarlo mientras trabaja. “Mis compañeras me ayudan a cuidarlo cuando tengo que hacer una cejas o cosas así. Sí se me hace un poco difícil trabajar en la tarde, pero ahí poco a poco con la ayuda de Dios todo se puede”, afirma. Como ella, otros padres también quisieran jornadas más largas en la guardería. Para facilitar el trabajo de los padres, este programa es el único del ICBF que brinda sus servicios durante media jornada los sábados, pues el fin de semana aumenta el comercio en la ciudad.
Muchos padres se acercaron por primera vez a esta guardería por la atención alimentaria y nutricional para sus hijos. | © ESTEBAN VEGA / SEMANA
“Quiero ser un padre responsable con mi hija”
Sofía es una de las niñas más sonrientes en la guardería de Mi vecino protector. Aunque su rostro no lo refleja, a sus seis meses ya ha sufrido más que muchos adultos a su alrededor. Apenas recién nacida, su familia emigró de Caracas a Cúcuta, porque su padre se quedó sin trabajo y no podía mantener el hogar.
“Yo era trabajador de industrias Polar, pero con todo ese caos han venido cayendo muchas empresas y prácticamente todos los depósitos de Mendoza los fueron quitando. Por esas cosas y peleas entre ellos, uno quedó sin empleo”, dice Jorgenys Suárez, el padre de Sofía. Sin empleo y con una hija, él y su esposa vinieron a Colombia con la ilusión de un mejor futuro.
En Cúcuta, Jorgenys empezó a vender caramelos en las calles. En medio de dificultades, su vida transcurría con normalidad en el nuevo país. Hasta que un día, hace cerca de tres meses, su esposa no volvió a casa y no se comunicó con ellos. “Esto es duro. Una hermana me quiere ayudar llevándola a Venezuela para cuidarla. Yo no sé si de repente también me vaya, porque tampoco quiero que se la lleven, me daría durísimo”, cuenta Jorgenys.
Cuando la venta de dulces va bien, en un día puede ganar hasta 30.000 pesos pero, cuando el clima o la competencia son más fuertes que sus ganas de trabajar, puede reunir apenas 8.000 pesos. El dinero de su venta de dulces apenas le alcanza para comprar los pañales y la leche para su hija. Gracias a la generosidad de un cucuteño, encontró un sitio donde vivir, en el que paga 5.000 pesos diarios.
Luego de un mes de la partida de su pareja, Jorgenys supo de Mi vecino protector gracias a otra vendedora, que lo encontró llorando, desesperado, en un parque. Sofía ya completó un mes en la guardería y, como dice su papá, “está más feliz ahora, ya suelta algunas palabras y está más gordita”.
La prioridad de Jorgenys es hacer que su hija tenga todas las vacunas y cumplir el propósito de comprarle pañales y leche para un mes, pues quiere ahorrar y dejar de vivir, como dice él, “al diario”. “Quiero ser responsable con esta niña. No puedo dejarla cuidando con cualquier persona. Ahora ya me defiendo un poquito más, gracias a la guardería”, dice.
Todo indica que, aunque le rompa el corazón, Jorgenys enviará a su hija a Venezuela para que viva con su hermana. “Va a ser duro, pero yo lo que quiero es trabajar y traerla cada dos meses, que esté conmigo una semana, comprarle sus cositas y volverla a mandar”.
Por: Sara Prada @pradasaraca