Es migrante, madre y una optimista empedernida. Desde que salió de su tierra siempre supo que, aunque le tocara sacrificarse, jamás dejaría de mirar el horizonte con amor.
Yoleine Romero es dueña de una coraza emocional envidiable, que explica por qué cada vez que se lanza al vacío cierra los ojos plácidamente con la certeza absoluta de que no va a fracasar.
Se propuso ser exitosa, así le tocara trabajar con las uñas y, ¡vaya ironía!, el destino la lanzó literalmente al negocio del cuidado de las manos. En su natal Maracaibo hizo varios cursos de administración de empresas, contabilidad y aprendió el difícil arte de la manicura, y a los 19 años ya era mamá, pero nunca renunció a verse como soñaba: empoderada y llevando las riendas de su vida.
“Al terminar esos programas, cumplí el sueño que me había propuesto de más joven y era tener un spa. Era muy completo y con un portafolio de servicios amplío que cubría relajación, cosmetología y cuidados faciales entre otros; fue un éxito”, relata con algo de nostalgia.
En esas andaba, creciendo y soñando hasta que la crisis en Venezuela tocó a su puerta. Con una entereza admirable dio un nuevo vuelco a su vida y llegó a Medellín, con su segundo hijo a bordo.
Trabajó como manicurista en un local donde su eficiencia se destacó al punto que sus jefes la encargaron de administrar el negocio; pero la vida le hizo zancadilla otra vez y llegó la pandemia y con ella el desempleo.
Cerró lo ojos, respiró profundo y resolvió. Trabajó en un restaurante sin pausa para poder conseguir el dinero de la comida y el arriendo, pero prometiéndose cada noche que su sueño no quedaría en obra negra. Cuando el árbitro de este partido tan bravo pitó el final del primer tiempo, ella se quedó en la cancha, maquinando, inventando, soñando.
Entonces, tocó las puertas de Empleos Productivos para la Paz, Empropaz, entidad que la apoyó y le aprobó un crédito con Bancamía para montar el spa de uñas de sus sueños. Hoy, con una dicha que no le cabe en el pecho, asegura que si trabajó con las uñas en las malas, va a trabajar más enamorada con las uñas en las buenas.
“Esta es mi verdadera pasión, además, yo quiero brindar cursos para ayudar a que otras personas que deseen estar en este sector lo puedan lograr, mi meta es dar a conocer mis conocimientos a otras personas para que aprendan. En la actualidad, si uno quiere certificarse en esta industria tiene que invertir hasta varios millones, yo creo que el conocimiento debería poderse brindar a un menor costo y que la formación sea de acceso universal”, dice con una sonrisa que no se marchita.
Ella es el vivo retrato de una frase materna por excelencia: “Querer es poder”. Y por eso agradece de corazón a quienes le dieron el espaldarazo para comenzar el segundo tiempo de su partido, ese en el que se juega el paso a la final del mundo: ver a sus hijos crecer felices y en paz.
“Quiero agradecer a Empropaz y Bancamía, creo que voy por buen camino, no es una tarea fácil, pero, por ejemplo, el acompañamiento psicosocial ha sido excelente y eso lo motiva a uno para seguir adelante”, asegura.
Debe ser por eso que cuando alguien le pregunta si sigue mirando por el espejo retrovisor de su vida, ella contesta, sin asomo de duda, que está muy ocupada, trabajando con las uñas.