A escasos diez minutos del puente internacional Simón Bolívar, en el corregimiento La Parada del municipio Villa del Rosario –área metropolitana de Cúcuta–, la sala de una casa en obra negra se convierte todas las noches en un refugio para entre 25 y 30 venezolanos que llegan hasta allí para dormir sobre colchones en el piso. Muchos están cansados y sin dinero. Apenas con los 3.000 pesos que les cuesta arrendar un estrecho espacio en donde caben sus cuerpos. Los más afortunados vienen de trabajar durante el día vendiendo dulces o paquetes de papas en las polvorientas calles cerca de la frontera. Ninguno tiene un trabajo formal.
Esta escena se repite a diario en decenas de casas y edificios de este municipio fronterizo. Cúcuta es el punto de llegada para la mayoría de venezolanos que entran a Colombia por uno de los dos puntos de ingreso habilitados por el gobierno nacional –el puente Francisco de Paula Santander y el puente internacional Simón Bolívar– o por alguna de las trochas que funcionan en esta parte de la frontera.
Por: Proyecto Migración Venezuela @MigraVenezuela