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La unión entre mujeres migrantes transforma sus vidas

Carmen Álvarez hace parte del grupo ‘Mujeres que transforman’, conformado por unas 200 integrantes, que encuentran en el apoyo de sus compañeras soluciones para enfrentar situaciones de violencia.
Carmen Álvarez hace parte del grupo ‘Mujeres que transforman’, conformado por unas 200 integrantes, que encuentran en el apoyo de sus compañeras soluciones para enfrentar situaciones de violencia.

Es un lazo invisible pero con una fortaleza indestructible, porque está atado con el valor de la valentía, de la resiliencia, de las ganas de salir adelante e, incluso, de dolor que en algún momento de sus vidas ha acongojado a sus corazones y les ha lastimado el alma. 

Por El Universal

Es una hermandad la que está sentada ahora frente a mí. Están unidas, además del hecho de ser mujeres, por ese lazo de acontecimientos que la vida ha puesto en sus caminos. Carmen Morelia Álvarez de Vega toma la vocería para explicar y presentar a cada una de sus tres acompañantes.

Carmen es venezolana, llegó a Colombia caminando, por Cúcuta, empezar de nuevo no ha sido fácil pero mantiene vivo el positivismo de salir adelante. Explica que ella y sus compañeras hacen parte del grupo ‘Mujeres que transforman’, conformado por unas 200 integrantes. Ella lidera a una sección más reducida de 20 de estas mujeres, compatriotas suyas, las cuales se brindan particularmente apoyo y ayuda mutua, para intentar superar la violencia basada en género. “Nos encargamos de buscar la forma de transformarnos”, señala Carmen y detalla que esa transformación se enfoca en sanar las heridas de haber transitado por alguna situación de vulnerabilidad, donde sus derechos han sido irrespetados. Entre todas se abrazan para avanzar. 

Un futuro junto a sus hijos

Sandy Yanez es la primera en ser presentada por Carmen. Hemos escuchado un sinnúmero de historias de personas migrantes provenientes de Venezuela, desde que la crisis social estalló en el país del petróleo, de las oportunidades, de los sueños y donde antes reinaba la opulencia del dinero cuyo reflejo se esfumó estrepitosamente.

Hay quienes han escapado de la crisis de la escasez, principalmente, porque no había o no hay qué comer, ni medicina para curar los males, incluso ni médicos, ni especialistas o porque se están acabando los colegios y las universidades. También hay quienes han escapado de la violencia, la inseguridad, de sentirse oprimidos, de ser políticamente reprimidos.

Cuando aquella difícil decisión llegó a la mente de Sandy, además de toda aquella crisis, ella también escapaba de su maltratador. El compañero de vida que debía amarla, despertaba terror en ella. Tanto como para querer irse, aunque ello implicara pasar por el dolor más grande que ha tenido en su vida: separarse de sus hijos. Sus maletas iban vacías, pero era su alma la que realmente sentía esa ausencia de todo que la gobernaba cuando pisó tierras colombianas, cuando pisó Cartagena, sin saber a ciencia cierta qué encontraría, dónde dormiría, si podría si quiera volver a ver a sus hijos.  

Su mayor miedo fue ese, el hecho de apartarse de los seres que trajo al mundo, aunque, tiempo después, pudo volver a Venezuela y recuperarlos. Hoy cinco de sus seis hijos están con ella. “A veces no sabemos a dónde acudir, qué podemos hacer, a veces callamos muchas cosas”, afirma Sandy respecto a su situación.

Y recuerda cómo llegó a este grupo de apoyo de mujeres: “Un día, estaba en el Centro Intégrate, y la señora Carmen Álvarez pasó y se dio cuenta que estaba llorando. Al principio no quería decirle las cosas, pero luego sí le conté lo que me estaba pasando, entonces me ayudó y me hizo un enlace a través de una fundación que se llama Renacer. Tenía mi autoestima por el suelo, pero gracias al apoyo que he recibido en este grupo, me he ido recuperando”, indica. Una que otra lágrima se escapa de sus ojos, porque hoy, aunque el sufrimiento ha mermado, su expareja sigue violentando su tranquilidad bajo amenazas, coaccionando al hijo que aún ella no recupera y que permanece en Venezuela.

“Lo ha puesto en contra mía, le dice que yo lo abandoné, pero eso no es verdad. Por eso mi hijo me ha llegado a decir que me odia y eso me duele”, refiere. Ella sigue luchando y con la ayuda de las otras mujeres y del Centro Intégrate de Cartagena- entidad que brinda apoyo, desde diferentes áreas, a migrantes venezolanos y a colombianos retornados- ha logrado reconstruir su vida. Tiene la esperanza izada en una bandera en lo alto de su corazón. Ahora es dueña de un restaurante de comida colombiana y venezolana con el que sale adelante. Es ejemplo de superación e inspira a otras mujeres. Su camino en Cartagena apenas comienza. 

Las mujeres que hacen parte de la organización tienen un riesgo mayor de ser víctimas de violencia de género por el hecho de ser migrantes.
Las mujeres que hacen parte de la organización tienen un riesgo mayor de ser víctimas de violencia de género por el hecho de ser migrantes.

Unidas en un propósito

Carmen, mientras vive sus propias batallas por ser una mujer migrante que intenta sacar su emprendimiento de masajes y podología adelante, se ha trazado la tarea de brindar apoyo a víctimas de la violencia de género. Es algo que hace por la inercia de un corazón bondadoso, aún en medio de su escasez económica. “Son muchas las mujeres que hay en el grupo con situaciones similares o peores que todavía viven con sus agresores. Que tienen maridos colombianos que las maltratan, se aprovechan de que están indefensas, porque no tienen trabajo y porque no tienen a dónde ir. Ese es el problema, se convierte en un círculo vicioso del que es difícil salir”, comenta.

En la misma mesa, junto a Carmen y a Sandy Yanez, el corazón de otras de las mujeres se abre. No es el dolor quien habla ahora. Es la desesperanza de sentir que ya no hay nada más que perder, aunque sí puede haberlo. Definitivamente sí.

*Martha no titubea en contar su historia en Cartagena. No llegó para quedarse. “Venía solo a hacer un favor, a traer a una sobrina y a la semana me regresaría. Mi hermana me había prometido los pasajes de vuelta, pero al final no me los dio. Me quedé en su casa y le ayudaba en los oficios del hogar. Después me agarró como la empleada del servicio porque yo era la que tenía que atender todo”, recuerda. 

“No tenía cómo devolverme y entonces ahí fue cuando entré en un trauma, porque me quería ir y no podía. Mi familiar me dijo que me rebuscara con los hombres que les gustaban las venezolanas, pero yo no soy de eso. La verdad es que lo pensé bastante. Casi lo hago, pero no pasó. A mí no me da el cuerpo para eso”, cuenta y añade que por poco cae en una red de prostitución. 

Martha ahora hace un breve silencio. Suspira. Tiene la mirada fija en algún suceso pasado. Lo recuerda. Lo revive. “Cuenta todo”, incita Carmen. Está atrapada. Vive entre cuatro paredes ajenas pero el miedo es el que acuartela su existencia. “Conocí a un señor que me propuso que me fuera a vivir con él. Le respondí que no quería tener marido. Quería trabajar para irme a Venezuela. Él dijo que solo sería para que lavara y cocinara, porque él vivía solo, que yo no iba a ser su pareja, pero finalmente no fue así”, añade.

“Al final pensé que para estar con uno y con el otro, mejor aceptaba la propuesta de este señor de vivir con él, creyendo que todo iba a ser bonito, pero no lo conocía, no sabía realmente cómo era él”, agrega. Al principio, aquel sujeto se mostró como una persona tranquila, sin embargo, todo cambió. “Me quería tener para él, como un trofeo: una venezolana. Cada vez que se ponía a tomar alcohol, me agredía y hablaba mal. Porque yo vengo de otro país, decía tenía que aceptar todo, porque si no a la calle iba a dar. Y seguí aguantando y aguantando… Todavía estoy viviendo eso. Todavía vivo con él porque no me he podido ir de ahí. Esos días que toma alcohol, para mí son un trauma. Me agrede, dice que me va a matar, ya me intentó agredir con un cuchillo”, sostiene. Aunque se ha marchado varias veces, ha tenido que regresar y teme, todas temen, por su integridad. Afirma que toda su situación sería aún más compleja si sus compañeras no estuvieran a su lado, dando el mayor apoyo posible. 

Logró salir de una vida infernal 

“Hay que darle un pare a la violencia de género, porque nosotras no podemos seguir en esta situación, que nos quieran maltratar porque somos venezolanas, porque no es solo el maltrato de los hombres, hasta las mismas compatriotas nos violentan, es un tema que vivimos y debemos superar”, ha comentado Carmen en la misma sala de reuniones, donde se realiza esta entrevista y en la que ahora presenta otra de sus compañeras. *Raquel, como la llamaremos para preservar su identidad, es de Mérida (Venezuela).

Desde joven se enfrentó a la maternidad y una relación marcada por la violencia que la impulsó a dejar su país. La idea de empezar una nueva vida se cristalizó en Barranquilla, Colombia, pero, infortunadamente, el amor que había encontrado en un colombiano finalmente se transformó en violencia contra ella. Tras varios meses encerrada y coaccionada, escapó para volver a su país. Estando allá, le ofrecieron lo que parecía una oportunidad para trabajar en un restaurante en Colombia, por lo que volvió a esta tierra. Entonces, tenía 27 años. 

“Yo estaba entusiasmada, así que acepté muy rápido”, explica. La realidad que encontraron ella y otras mujeres, con las que la reunieron, fue completamente distinta. Fueron engañadas y se convirtieron en víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual, en una taberna del departamento de Córdoba, al norte de Colombia, cercana una zona roja frecuentada por grupos al margen de la ley. “No quería estar ahí, pero no me dejaban ir. Solo pensaba en generar dinero para buscar a mis hijos”, añade. Estuvo expuesta a todo tipo de peligros, a ser incluso víctima de los paramilitares. 

Cada cierto tiempo (los paramilitares) nos mandaban a un hospital de Montelíbano (Municipio de Córdoba) para que nos hicieran pruebas médicas, gracias a Dios no resulté contagiada con ninguna enfermedad”, añade.

Ella siempre mantuvo la esperanza de salir de ese sitio. Un hombre que conoció en la misma taberna la ayudó a conseguir el dinero que le exigían para devolverle sus papeles y dejarla libre. Por fin, entonces, pudo reunirse con sus hijos y llegar a Cartagena con su nuevo compañero sentimental. Pese a ello, aún no se siente del todo libre, pues este hombre la maltrata psicológicamente y con infidelidades, situaciones que, afirma, ha soportado porque no tiene una fuente de ingresos robusta y el dinero que obtiene como estilista no ha sido suficiente para sobrevivir. Para ella ha sido importante comenzar a superar esta etapa de su vida, después de dos años de ayuda psicológica, con el apoyo de otras mujeres como las del grupo que hace parte y manteniendo una esperanza que alimenta con sus sueños de encontrar un empleo que le brinde independencia para ella y sus hijos.

***

Para Carmen y las mujeres que se ha encontrado en el camino ha sido clave la unión, la solidaridad y el apoyo entre cada una de ellas para ayudar a sanar sus heridas. Es un lazo de unión ante las adversidades que han sufrido. Son ellas y sus vidas testimonios reales de la esperanza y la resiliencia. Cada que es necesario, se tienden sus manos entre sí, se aconsejan y se ayudan. Ahora, en esta sala de entrevistas, sonríen y se reconfortan con el hecho de tenerse unas a otras. 

*Nombres cambiados para preservar la identidad de las personas. 

Epílogo

Luego de conocer sobre la historia de Martha, se enlazó a la mujer con ayuda estatal y con las autoridades para que recibiera apoyo y asesoría. Ella ha conseguido salir del sitio donde corría peligro bajo la amenaza y agresión constante del hombre con el que vivía. 

Un espacio de atención en Cartagena 

Desde la apertura del Centro Intégrate en Cartagena, el 3 de marzo de 2023, también se inició la atención desde su Espacio Púrpura, un lugar cálido y ameno, destinado a víctimas de violencias basadas en género. En este sitio se brinda apoyo psicológico al tiempo que  asesoría sobre las rutas de atención para que quienes acudan allí puedan recibir toda la ayuda que requieren por parte del Distrito o de las autoridades. “Si bien ese ha sido nuestro foco, también hemos estado orientando en temas de derecho sexuales y reproductivos, hemos brindado también acompañamiento psicosocial a las víctimas de las violencias basadas en género, para dar a gran escala una atención integral”, comenta Irina Ávila, coordinadora del Espacio Púrpura. “Este es un punto de orientación para que las mujeres, sobre todo las que están llegando al país, conozcan por ejemplo el sistema jurídico de Colombia, para que puedan acceder a servicios que le permitan mejorar su calidad de vida”, añade. El Centro Intégrate hasta el día de hoy ha caracterizado en sus sistemas a 15131 mujeres, entre migrantes, colombianas retornadas y de las comunidades de acogida, y solo en 2024 el Espacio Púrpura ha brindado 101 atenciones a víctimas de violencia basada en género. En Cartagena, en total, según datos de Migración Colombia existen al menos 64 mil migrantes venezolanos registrados con Permiso por Protección Temporal, y de esa cifra al menos 35 mil son mujeres.