Vivir en Venezuela y estudiar en Colombia; las peripecias de una madre para educar mejor a sus hijos

Cruce de la frontera entre Venezuela y Colombia. Álvaro Tavera
Cruce de la frontera entre Venezuela y Colombia. Álvaro Tavera

Erika Gutiérrez, que vive en Ureña, decidió matricular a sus hijos en una escuela de Cúcuta, porque sentía que en su país apenas recibían dos horas de clase al día.

Por Diliver Uzcátegui – periodista Te lo Cuento News

Cada mañana, a las 5:00 a.m., suena en una humilde casa de Ureña – ciudad fronteriza venezolana – el despertador de Erika Gutiérrez, quien a continuación da los buenos días a sus hijos y los dispone para la escuela en Cúcuta – Colombia – donde debido a la diferencia horaria son las 4:00 a.m., y sus compañeros colombianos aún duermen.

A las 6:00 a.m., hora de Venezuela, los hijos de Erika deben estar listos para tomar el transporte que los lleve hasta el Puente Internacional Francisco de Paula Santander en el sector conocido como Escobal y de allí, tomar otro bus que los conduzca a su escuela Misael Pastrana Botero (el 60% de sus estudiantes son venezolanos), donde la faena educativa comienza a las 6:00 a.m., hora Colombia. 

Luego de enviar a sus hijos de 9 y 6 años a la escuela, Erika se traslada a su lugar de trabajo, que puede ser a veces en Colombia o a veces en Venezuela, pero siempre relacionado con su buena sazón como cocinera. 

Su hora pico de trabajo es al mediodía, justo cuando sus hijos están saliendo del colegio, lo que pese a su corto presupuesto, le obliga a valerse de un transporte escolar que le busque a los niños y los retorne a Ureña mientras ella termina su faena en los fogones.

Al final de la tarde, cuando cualquiera diría que ya la venezolana regresa a casa por su merecido descanso, ella debe ponerse al corriente de las tareas de sus hijos, además de los oficios de su hogar. 

Recompensa por el esfuerzo

“Yo cambié a mis hijos a una escuela colombiana luego de ver que en Venezuela tenían escasamente dos horas de clase, dos días a la semana, pese a que le pagábamos a los maestros. Con el cambio, hace dos años vino el compromiso de un mayor esfuerzo de parte de ellos y mío”.

Si bien a veces que tanto ella como sus hijos se sienten agotados por la ardua rutina, al comparar el desenvolvimiento académico de sus niños con otros que cursan estudios en Venezuela, siente que el esfuerzo es recompensado: “la mejor herencia que puedo dejar a mis muchachos es una buena educación con la que puedan abrirse paso”.

La madre venezolana, a su vez, destaca que sacar adelante el año escolar para los suyos, es posible por la colaboración de los docentes, quienes mantienen constante comunicación con ella para reforzar materias, hacer tareas o corregir situaciones varias. 

“Hay un compromiso por mi parte hacia mis hijos en ayudarles, pero también hay una entrega de sus maestros y esto lo sienten mis niños quienes van felices a la escuela a aprender”.

Como ellos hay muchos

El ir y venir de esta familia venezolana se desarrolla diariamente considerando los horarios, costumbres, normas y vaivenes de dos países y ciudades fronterizas que poseen sus propias particularidades.

Como los Gutiérrez, la Secretaria de Educación Municipal de Cúcuta calcula que al menos 4 mil estudiantes matriculados venezolanos comparten similar historia en búsqueda de una mejor educación.

La cifra se habría elevado gracias a la reapertura del paso por los puentes fronterizos, pues en el año 2019, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) reportó para entonces que 130 mil niños venezolanos estaban matriculados en escuelas de Colombia, de esos, 10 mil estudiaban en Cúcuta, de los cuales 3 mil convivían entre ambas naciones.

Cuenta Erika que sus conocidos en Ureña, al comparar la educación de los niños Gutiérrez con los chicos que reciben clases en Venezuela, algunas de estas madres estarían evaluando la posibilidad de inscribir a sus hijos en Colombia para asegurarles una mejor educación, lo que seguramente será un nuevo reto.