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Verónica Santillana: entre el sueño de recorrer Suramérica y crear arte

Verónica Santillana, artista venezolana
Verónica Santillana, artista venezolana

La cerámica y el arte la han acompañado desde niña; sin embargo, fue en Colombia cuando decidió aventurarse a este reto que hoy la convierte en una artista reconocida en Villavicencio, con un producto único

Por Keissy Bracho – periodista de Te lo Cuento News

Verónica José Mantilla es una venezolana que estudió artes plásticas y trabajaba con su papá en el negocio familiar, una cantina de colegio; sin embargo, a finales del año 2016, decidió darle un nuevo giro a su vida. Empacó algunas maletas y, como otros tantos venezolanos, decidió migrar. 

Vero, como la llaman popularmente, cuenta que se trataba de un proyecto de arte que creció con su hermano mayor, su novio, un primo y un amigo. “El plan era crear arte para recorrer Suramérica, llegar hasta La Pampa –Argentina- y volver a Venezuela. Llegar hasta Roraima, por la vía larga. En el proyecto mezclamos artes plásticas, música, cocina, producción de eventos donde convergieran muchas artes y queríamos envolver todo con un audiovisual”. 

Esta experiencia la cuenta desde Villavicencio, en el llano de Colombia, a donde decidió mudarse tras cuatro años en Bogotá. Con el paso del tiempo, los sueños fueron cambiando. “Salimos por crear, por hacer arte, a pesar de que el camino se nos hizo diferente, de una forma muy distinta, seguimos haciéndolo y tomando decisiones en pro de poder expresarnos de la forma más plástica y colorida posible”. 

Vero explica que su plan de migración con el proyecto fue “un pelo organizado” y lo hicieron “con mucha ilusión”. 

“Queríamos llegar a nuestro primer destino, Bucaramanga, a conocer artistas, armar un evento, crear un registro audiovisual, crear red y con esos fondos seguir avanzando hasta una próxima ciudad. Todo se dio hermoso, pero el presupuesto no fue suficiente y comenzamos a ver las fallas en nuestro plan”. 

La ilusión puede ser un empujón, pero en la mayoría de los casos los recursos económicos suelen cambiar el curso de las cosas, tal y como sucedió en este caso: “la estadía se tenía que extender, mientras hacíamos dinero para seguir avanzando, pero sin un estatus no nos pagaban bien y no podíamos reunir lo suficiente. Nos afanamos en arrancar con nuestro proyecto y salimos corriendo de Venezuela sin el presupuesto ideal”. 

Entre cerámicas y sueños

Los sueños de Vero y su grupo se quedaron estancados en Colombia, la primera parada de su trayecto suramericano, confiesa que actualmente se encuentra trabajando en un nuevo proyecto familiar “con el que hemos soñado desde siempre”. Se trata de un espacio donde convergen las artes de su familia. “Hace dos años nos montamos a crear nuestro atelier, donde podemos compartir nuestra comida, panadería, pintura y la estrella: la cerámica. Yo me encargo de las experiencias en el atelier. Soy ceramista hace casi 4 años y como artista le comparto a las personas que vienen, lo bonito del arte y la experiencia de crear desde cero”. 

Aunque el arte manual de la arcilla, ha formado parte de su vida, Vero señala que ‘el gusanillo’ de la curiosidad, le picó hace casi cuatro años y gracias a una experiencia que tuvo la capital colombiana: “Mis papás desde pequeña me apoyaron a explorar el mundo de las artes y tuve hace años un breve acercamiento a la arcilla. No fue hasta hace 4 años, cuando nació mi hijo, que fui a un taller en Bogotá donde comencé a aprender sobre el oficio. Se me prendió la curiosidad y hasta el sol de hoy sigo explorando e investigando. Creo mis piezas y, también, comparto mis conocimientos con los curiosos de la ciudad”.

Su marca, llamada “V the leaf”, la describe como: “un producto genuino que va saliendo de las vivencias y emociones que atravieso. Mis piezas cerámicas son piezas utilitarias que nos ayudan a conectarnos con nuestro día a día, a ritualizar los hábitos”. Dijo que, por el momento, no la desvela la velocidad del crecimiento de su marca: “voy cuestionando todo el mensaje que quiero transmitir. Quiero que sea muy genuino, muy vivencial. No me gusta fatigar o aturdir con mucho material visual, sino únicamente lo que voy expresando con mis piezas”. 

A estas piezas de cerámica, les acompaña otro tipo de mercancía como bolsas en tela o imanes con ilustraciones hechas por Vero: “siempre experimentando nuevas técnicas. Yo voy creando cada engranaje de la marca. Lo que marca la diferencia es la visión desinteresada del qué dirán, aprovechando mi concepto de artista y ojos/lentes de artista, así que voy compartiendo y mostrándome como lo que soy y siento. Usando la técnica de expresión que sienta necesaria, sin un orden o un cronograma armado, como suele ser común hoy día”. 

Otros factores que enriquecen el negocio familiar, es que son los únicos dedicados al arte de la cerámica con horno propio, en Villavicencio; además: “en nuestra oferta gastronómica, el pan como lo hornea mi papá, no se consigue”.

Una mochilera con suerte 

Como todo ciudadano de mundo, las añoranzas son parte del día a día, como es el caso de Vero que, entre el recuerdo de las navidades en familia y los atardeceres margariteños, se le escapa algún que otro suspiro que la hace recordar a su país y su gente: “La casa donde crecí me enseñó lo importante que es el entorno para poder expresarme. La familia de mi mamá sigue en la isla, también tengo tíos en Barquisimeto. Los recuerdos con la familia en las playas de Margarita, cocinar todos juntos, las navidades con los primos. Los que más cuesta es ese anhelo de lo que fue y los buenos momentos que no sabemos si se repetirán”. 

También, de su país, recuerda y extraña su primer taller: “mi primer atelier. La terraza de la casa de mis papás y mi cuarto, fueron los primeros espacios donde comencé a explorar el arte. El verde patio, anhelo respirar ese aire y crear cerámica desde mi jardín y que mi hijo pueda disfrutar de la casa como yo lo hice. Las tardes de cocinar en familia, de recibir amigos, de ver los atardeceres”.

Dicen que, en la vida, y en la migración, unas son de cal y otras de arena, lo que le hace a Vero señalar que una de las anécdotas más difícil que le tocó vivir durante su viaje como mochilera a Colombia, en la primera parada, fue “llegamos sin presupuesto, sacrificamos varios días de comidas balanceadas. Incluso cuando dejamos nuestro plan a un lado para comenzar a trabajar full y hacer dinero, no podíamos conseguir un buen trabajo porque no teníamos permiso de trabajo. Tuvimos que mudarnos de ciudad, de Bucaramanga a Facatativá y, afortunadamente, unas personas nos recibieron como voluntarios en su casa-restaurante. Los ayudábamos con sus proyectos, ellos nos daban hospedaje y comidas. Fueron unos días de mucho aguante y lucha de emociones, – aunque- para ellos no era una obligación, todo fue de corazón”. 

Vero confiesa que tiene una lista de cosas que la atan a Colombia, pese a que en ocasiones se le ha pasado por la cabeza la idea de volver a Venezuela: “Mi vida adulta la construí acá y mi hijo nació en Bogotá. Siento mucha satisfacción de haber construido todo lo que hoy tenemos y por todo el trabajo que hemos hecho para que hoy estemos viviendo el sueño. Esta tierrita ha sido muy buena con nosotros y aún hay muchas cosas que podemos crear aquí”. 

Otros placeres que le ha brindado su nueva residencia, ha sido el de “probar cosas nuevas, nuevos sabores y experiencias. En esta tierrita fértil siento que me puedo expandir y que nuestro fruto crecerá bonito y más allá de la gratitud, lo que me detiene de devolverme es, todo lo que siento que hay por hacer acá”. 

En su maleta, no recuerda algún objeto que la ate a su vida en Venezuela, pues como mochilera debía reducir el peso de sus posesiones, pero el sentimiento de “hacer lo que más nos apasiona, siendo nosotros mismos”, la sigue acompañando a donde quiera que vaya “hemos llegado muy lejos y seguimos creciendo”.