Daivelis Urdaneta se graduó de bachiller, gracias a que una maestra le pagó sus derechos de grado. Ya está certificada como Técnico en Asistencia a la Primera Infancia.
Por Janett Heredia – Periodista Te lo Cuento News
El 30 de noviembre de 2019 es una fecha inolvidable para Daivelis Urdaneta. Ese día acudió a recibir su título de bachiller en Colombia, apoyada por una profesora que a última hora le había pagado sus derechos de grado, pues su familia no disponía de recursos para ello.
En la clausura del acto de graduación -relata- convocaron al estrado a varios bachilleres para formalizar el otorgamiento de becas de estudio. Al final, la profesora anunció la última beca para quien, “con unas bolitas de leche y unas hallacas”, les había enseñado que la pobreza no es impedimento para cumplir los sueños.
Entonces comprendió el verdadero significado del sacrificio de elaborar dulces caseros para la venta, y cooperar en la comercialización del plato navideño venezolano, que le proporcionaba el sustento a su familia durante todo el año. Había impartido su primera lección antes de certificarse como maestra. “Me paré contenta a recibir mi beca”.
En son de visita
Daivelis llegó a Cartagena de Indias el 18 de octubre de 2017 para encontrarse con su hermana mayor, la primera en separarse del núcleo familiar y quien tiempo atrás había transformado una visita a un tío en un viaje sin retorno.
Su plan era regresar a su natal Zulia, al occidente de Venezuela. Emprendería el retorno después de Navidad junto con su mamá y su hermanita menor, quienes habían llegado en diciembre “también en son de visita”.
Pero en 2018 su progenitora cambió de decisión ante el panorama económico venezolano. “Nos tocó quedarnos y yo quería estudiar -recuerda-. Desde Venezuela me enviaron mis documentos. Como no los había apostillado tuve que cursar nuevamente el último año de bachillerato”.
Su incorporación al liceo fue detectada por representantes del Colegio Jorge Washington (Cojowa), quienes solicitaron que fuera agregada a un grupo de 30 estudiantes que recibirían preparación para las pruebas Saber 11° (instrumento para medir la preparación de los estudiantes al término de la educación media).
Al final del curso fue una de los dos únicos estudiantes que cumplieron con la presentación de un proyecto comunitario. El suyo consistió en abrir espacios para brindar enseñanza a los niños migrantes que se encuentren fuera del sistema de educación formal.
Sí se puede
Ya como beneficiaria de una beca, en diciembre de 2019, Daivelis inició estudios técnicos en el área docente, al tiempo que retomó su rutina de trabajo a media jornada en un local comercial. Ser becaria la exoneraba del pago de un porcentaje de la matrícula, que de otra manera no habría podido solventar, pero debía sufragar por sus propios medios 10 niveles de inglés obligatorios “y el pasaje”. Las cuentas no le cuadraban.
Otra vez recurrió al caldero para hacer las bolitas de leche, cuya venta, durante el décimo primer año (equivalente al 2° del Diversificado en Venezuela), le había ayudado a repeler el fantasma de la deserción, que sigue acechando a la población migrante pese a las iniciativas del Estado colombiano, y el apoyo de organismos internacionales para reducir su impacto.
Su rutina diaria se convirtió en una carrera contra el tiempo. Las tareas que le asignaban las hacía de madrugada, sacrificando horas de sueño para no poner en riesgo la beca.
Entre tantas anécdotas recuerda que por llegar tarde los primeros días, perdió la oportunidad de que la dotaran de uniforme en forma gratuita. Le dijeron que tendría que pagarlo, pero era evidente que ante otras prioridades no lograría reunir el dinero; de modo que terminaron por entregárselo después, cuando constataron el nivel sobresaliente de sus calificaciones.
Su mensaje para quienes no hayan logrado alcanzar sus sueños es que “sí se puede; siempre y cuando tengan la disposición de hacerlo, Dios se encarga de ayudarles”.
Actualmente, certificada como Técnico en Asistencia a la Primera Infancia, Daivelis dedica sus mañanas a impartir tareas dirigidas en su comunidad. Durante los fines de semana atiende a los niños que acuden a pintar dibujos en un centro comercial.
Con lágrimas en los ojos, confiesa su impaciencia por ejercer formalmente la docencia y profundizar su preparación. Quiere plasmar su huella para que, en un futuro, sus estudiantes la recuerden con amor. Mientras tanto, trasforma cualquier espacio en el aula que ha soñado.