Crisvi Cuenca, una maestra venezolana, se gana la vida al lado de la embajada de Venezuela en la capital argentina. Su esposo, ingeniero industrial, hace repartos.
Por Carlos Iván Suárez – Te Lo Cuento News
A las cuatro de la mañana suena el despertador de Crisvi Cuenca, y aunque había dormido pocas horas, sabes que tiene el compromiso de freír las empanadas que preparó la noche anterior junto a su esposo, para venderlas y con las ganancias mantener a sus dos pequeños hijos.
Una vez completada la faena y luego de darle de desayunar a los pequeños, el esposo toma un camino para dejarlos en la guardería, mientras que ella se va hasta la esquina de la embajada de Venezuela en Buenos Aires para vender lo que cocinó.
“Llego tempranito y ya a esa hora hay cola para la cita del pasaporte o retirar y los venezolanos que están ahí me esperan para comerse su empanada o arepa con salsa de ajo y café”, comenta Cuenca, mientras despacha una.
Por más de un año, esta mujer venezolana, de 31 años de edad, está trabajando de esta manera, aunque a veces tiene que huir de los funcionarios policiales que le prohíben detenerse en un lugar en particular. “Muchos ya me conocen y se hacen los locos, pero igual estoy pendiente y cuando los veo venir, camino”.
Esa misma astucia la ha llevado a dividir su tiempo de manera que no sólo trabaja, sino que puede compartir con su familia: “al mediodía ya he vendido todo generalmente, ahí me voy a mi casa, cocino el almuerzo y luego busco a los nenes a la escuela. En las tardes salgo a comprar lo que me haga falta”.
Normalmente, ella y su esposo cocinan en las noches y los rellenos los preparan en gran cantidad y los congelan, de manera tal que en las mañanas sólo tengan que preparar la masa de las empanadas y rellenarlas.
“Es un gran apoyo para mí porque me ayuda no sólo con el trabajo sino con los niños”. Su esposo no consiguió empleo como ingeniero industrial, pero eso no aminoró sus ganas de salir adelante. Al principio, trabajaba como empleado en distintas áreas, pero ahora hace repartos y le va mejor, además que organiza su tiempo.
“Nosotros vivimos de esto porque un sueldo mínimo no alcanza para nada, por eso él me ayuda tanto”.
El sabor de la abuela
Crisvi dice que su sazón es el mismo de su abuela. Su familia es de Coro, estado Falcón, en el occidente venezolano, desde donde muchos integrantes de su núcleo partieron hacia distintos destinos.
“El guiso de nosotros tiene mucho aliño y cuando vienes y muerdes tu arepita o tu empanada, te transportan a la casa de tu abuela o al desayuno de tu mamá”, explica emocionada esta licenciada en Educación Preescolar, que, aunque ejerció muy poco en su país natal, no descarta la posibilidad de lograrlo en tierras australes.
“Siempre me han gustado los niños, así que lo estudié, pero ejercí muy poco. Aquí he intentado hacer la reválida, pero no es fácil además que con mis hijos se me complica todo porque la más pequeña tiene dos años y medio y a veces se despierta en la madrugada. Necesita aún mucha atención”.
Crisvi no se desanima. Por el contrario, a diario lucha más por sacar adelante a sus retoños. Es fiel creyente de que “cuando se quiere se puede” y para ella, ha valido la pena el esfuerzo que ha hecho.