Jorge Soteldo tuvo que sobrevivir en condiciones muy difíciles desde 2018, cuando salió de su país. Ahora es coaching y ayuda con sus consejos a otras personas.
Por Janett Heredia – Periodista Te lo Cuento News
La historia como migrante de Jorge Soteldo es el testimonio de quien, al borde de un precipicio, llegó a creer que no había un futuro para él y su familia, pero ahora es capaz de darle esperanza a otros con sus consejos.
En un viaje incómodo, pero sin contratiempos gracias a que llevaba sus documentos en regla, saltó de Maracay, Venezuela, a Bogotá, Colombia, en 2018, y allí retiró el dinero que le envió desde Perú un “pana” de su papá que había migrado un par de años antes. De inmediato continuó el viaje hasta Lima, donde el mismo amigo lo recibió con un catre en la pequeña sala de la vivienda que habitaba.
Dice que pecó de honesto al entregarle a su amigo 70 dólares que habían quedado del pasaje, porque tardó un mes en comenzar a generar ingresos y debió sobrevivir con los bolsillos vacíos.
La mente concentrada en Venezuela, donde había dejado a su esposa y su bebita, hizo que sus inicios en Perú transcurrieron en medio de la ansiedad por conseguir empleo, al punto que desarrolló un cuadro de asma, enfermedad que creía superada.
Por fin encontró trabajo, confeccionando pañitos con retazos de tela. El primer día pasó toda la jornada cosiendo, pero reunió apenas seis soles. La misma noche, de vuelta a casa, decidió que era mejor entrar a trabajar en un call center.
Así empezó una furiosa carrera en la que salía todos los días de cacería, buscando condiciones salariales que le permitieran reunir el dinero que haría posible la reunificación familiar.
Cada vez que veía aproximarse el fin de su periodo de prueba o la terminación de un contrato, corría tocando puertas. Como es ingeniero en sistemas, ofrecía sus servicios como programador y conseguía incrementar sus ingresos. En una ocasión, hasta se ofreció a hacer el aseo.
Pero su carga laboral también aumentaba, así que por un tiempo llegó a dormir solo cinco horas diarias. Sentía mermados su energía y rendimiento; pero no se detenía. Ya había logrado rentar una habitación.
Poco después empezó a trabajar con una inmobiliaria. Al ver mejorado su sueldo comenzó a acondicionar la habitación, pues al fin pudo reunirse con su esposa y su hija.
En el empeño por brindar un hogar a su familia siguió buscando mejoras. Trabajó luego para una cadena de farmacias y hasta para el banco central.
La batalla moral
El reencuentro de Jorge con su esposa dio paso a una noticia preocupante: ella quedó en embarazo en el momento más inoportuno para ellos, pues apenas había para comer.
Alcanzaron a pensar en el aborto, aunque estaba en contra de sus convicciones, pero terminaron resolviendo su dilema con un pensamiento: “¿Y quiénes somos nosotros para decidir si vive o no?”.
Nació entonces una niña que, lejos de hacer más difícil su situación, terminó siendo un mayor estimulo para salir adelante. “Sin ellas no lo hubiese logrado”.
Choque cultural
Un tema que para Soteldo ha sido imposible de digerir, como el de la xenofobia, es el clasismo.
Cuenta que cuando trabajaba en un call center, la señora encargada de la limpieza —una peruana con quien disfrutaba amenas conversaciones— le dijo un día que ya no iban a poder seguir hablando porque le habían llamado la atención.
—“Pero si tú y yo hablamos en el horario del almuerzo, ¿cuál es el problema?”— argumentó, desconcertado.
—“Lo que pasa es que usted todavía no ha entendido cómo son las cosas aquí”.
Aun sin saber qué sucedía, consultó a otro compañero peruano, quien le aclaró: “aquí la que limpia es la que limpia, el gerente es el gerente… ¡Y no se mezclan!”. Le advirtió que si no entendía eso le resultaría muy difícil surgir en aquella nación.
Favoritos de Dios
Conmueve a Soteldo recordar aquellos tiempos cuando la precariedad de su cocina, una estufa montada sobre dos bloques, le ofrecía como menú una arepa untada con mantequilla o mermelada. Antes de comer repetía: —“Gracias a Dios, voy a comer eso. Mañana será mejor”. Y aunque había poco dinero, nunca dejó de comer.
A lo largo de cinco años y medio ha multiplicado su salario por siete. Disfruta un progreso material que evidencia su despertar espiritual.
Retomó la formación en psicoterapia que tuvo hace años y se formó como coach. Ahora acompaña a otras personas en su proceso de edificación.