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Un profesor que vive de hacer tatuajes en Colombia como migrante pendular

Leomar Nava es un migrante pendular que vive desde el 2018 en Colombia.
Leomar Nava es un migrante pendular que vive desde el 2018 en Colombia.

Leomar Nava es licenciado en educación, en el área de artes plásticas. En su trabajo, le gusta hacer tatuajes inspirados en el surrealismo de Dalí.

Por Diliver Uzcátegui – Periodista Te lo Cuento News

Es domingo por la mañana, el vecino de las empanadas tiene como siempre una amplia clientela, gracias a su sazón del colindante país. De todas las voces que piden su café o pastel, se destaca la de un hombre con aspecto fortachón, pero con amplia sonrisa que solicita: “¡Dame una de mechada, Flaco, y apúntame un guayoyo!”

Aquellas palabras y el acento me indicaron su procedencia, pero igual pregunté, a lo que el hombre con brazos tatuados me contestó: “¡Soy Leomar Nava Nava, de Bejuma, estado Carabobo! ¡Venezolano para servirle a usted!”

Así conocí a Leomar, a quien seguidamente le saqué su historia y unas lágrimas, mientras que él me hacía sonreír con sus muchas ocurrencias, de esas propias del venezolano que incluso en pleno velorio se niega a estar triste y busca como verle la parte buena a todo.

Licenciado tatuador

Leo, como le dicen sus amigos, es Licenciado en Educación, mención: Artes Plásticas. Egresado de la Universidad de Carabobo, que cuando salió de Venezuela en el año 2018, ya tenía 8 años tatuando en su país.

Con un gran don de gente, creativo y múltiples habilidades artísticas, Leomar antes de ser destacado tatuador, se desempeñaba como artista del aerógrafo e incluso como docente. 

Su llegada al arte del grabado sobre la piel fue algo más casual que premeditado, pero su destreza casi innata, dibujando con sustancias colorantes bajo la epidermis, pronto le marcaron un camino que antes no se habría fijado seguir.

Muchos le dijeron que no abandonará su profesión de educador – que era algo rentable y seguro – por la vida de un tatuador con la que no podría mantener a su esposa, hijas y padres.

Leo trabaja con tatuajes orientales, biomecánicos, realismo de sombra e incluso, le gusta plasmar diseños inspirados en el surrealismo de Dalí. Ama interpretar los deseos de expresión de sus clientes y eso, le dio renombre en Venezuela.

Con ese mismo perfil profesional, se aventuró a cruzar la frontera, buscando así como llevar el sustento a los suyos pese a la desolación que sintió cuando tuvo que dejar a la familia y amigos de su pueblo amado.

 “Cuando crucé el puente Simón Bolívar, en compañía de mi compadre, recuerdo haber girado para ver a mi país por última vez, antes de adentrarme en mi nueva aventura. En el pecho sentí un vacío que no puedo describir con palabras. Sin darme cuenta, las lágrimas pronto me nublaron la vista, y agradecí a Dios, que mi compañero parecía estar viviendo su propio proceso de duelo, porque por un rato entre nosotros reinó un silencio sepulcral, de esos que cuando te percatas rompes con un chiste, para no dejarte vencer por la tristeza como buen venezolano”.

Fuera de casa buscando acoplarse

Cuando Leomar llegó a Cúcuta, contaba con 300 mil pesos con los cuales se compró una colchoneta que le costó 60 mil pesos. Luego tomó un bus a Chinácota, donde hizo sus primeros trabajos en Colombia y pudo enviar dinero a los suyos en Venezuela. Aquello le llenó de alegría su corazón que lamentaba perderse las ocurrencias de sus hijas mientras crecían.

La realidad de ser migrante le hizo compartir un apartamento con otras personas: “Éramos 10 seres con personalidades, crianzas y valores diferentes, siendo incluso del mismo pueblo. Ponerse de acuerdo era una tarea titánica. En muchas de las dificultades propias de la convivencia, yo comparaba aquel lugar con mi país, me preguntaba: ¿Cómo lograr que todos vivan en paz en Venezuela, si en 50 metros cuadrados, 10 personas no lo consiguen?, se cuestionaba Nava.

Abrirse camino y hacerse un nombre

En Colombia, Leo ha tatuado a diferentes tipos de clientes, en cuanto a nacionalidades y estratos. Los motivos son varios, entre estos, los diseños hablan de historias que sobre la epidermis pretenden expresar diversos sentimientos de los tatuados.

En el caso de los venezolanos, Leomar comentó que hay diseños que se repiten como tendencia, siendo los más comunes: leones – que simbolizan fuerza, valentía y vinculación familiar —, lobos – que significa perseverancia y fidelidad a la relación de manada —, además del rostro de Jesucristo, por su connotación religiosa y retratos de familiares, como una forma de llevar a los suyos consigo.

“Existe la estigmatización sobre las personas tatuadas, siendo objeto de estereotipos asociados a conductas de alcoholismo, drogas o delincuencia. No obstante, es un concepto limitante de un arte que está contemplado como parte del derecho de libre expresión de la personalidad, siendo una discriminación el rechazo a sus portadores. Generalizar, es un acto peligroso. Los juicios, a priori, son conductas propias de la intolerancia y que debemos trabajar para lograr convivir sanamente como sociedad”, asegura Leomar.

Luego de haber pasado varios años en Colombia, Leomar, amante de la vida familiar, ahora es un migrante pendular. Trabaja varios meses en Cúcuta y retorna a su hogar en Bejuma para días de fiesta familiar, como la Navidad, “Salí de casa por mi familia, para garantizarles bienestar, pero a ellos regreso, porque son ellos quienes llenan el vacío de mi corazón, ese que siento en su ausencia”