Antes de poder trabajar de nuevo en lo que sabe, la salud bucal, Karen Nava Díaz tuvo que trabajar vendiendo postres, café y obleas.
Por Angélica Antía Azuaje – Periodista de Te lo Cuento News
En Colombia se desconoce la cifra oficial de odontólogos que ha llegado desde Venezuela en los últimos años, pero lo que sí es cierto es que muchos de estos profesionales han visto la oportunidad venturosa que significa trabajar en su área, lejos de su país.
Y eso fue lo que le pasó a Karen Nava Díaz, egresada en el 2013 de la facultad de odontología de la Universidad del Zulia. “Me fui del país cuando me di cuenta de que por más que trabajaba, el dinero seguía devaluándose, cada semana las cosas tenían un precio diferente y más elevado, mis ahorros no me alcanzaban para comprar un carro o los materiales que requiere un odontólogo u otra cosa que quisiera”, recuerda.
A ello se le sumaron los frecuentes apagones, la falta del servicio de agua y de Internet. Todo era un caos. Todo era terrible. No contaba con los elementos más esenciales para vivir cómodamente. “Así que me dije: Yo no merezco esto. Y decidí emigrar. Muchas personas me hablaron de Colombia como una alternativa y elegí probar suerte acá porque está cerca y porque somos países hermanos”.
Pero Karen no viajó sola, se llevó a su hermana menor, Kemberlyn. Lo más difícil de esa decisión fue dejar a sus padres y a su gran amor: su esposo. Ella tenía muy claro que “cuando se tiene un propósito y una meta trazada, hay que hacer sacrificios”.
Detrás de Karen hay una historia de desplazamiento, una sacudida emocional. Ya instalada en la “Ciudad de la eterna primavera”, tal como se le conoce a Medellín, en 2020, durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus, falleció su mamá.
“Luego de haber estado siete meses acá en Medellín conmigo y haberse regresado a Venezuela en marzo con la esperanza de volver en septiembre de ese año, murió un 2 de junio por un infarto repentino y fulminante. Fue algo muy doloroso porque mis hermanos y yo no conseguimos pasajes para ir a su funeral, no teníamos dinero porque al estar en pandemia no estábamos trabajando, entonces vivir ese duelo a distancia sin tener la oportunidad de despedirla fue bastante duro, es algo que no se lo desearía a nadie”, confiesa con voz afligida.
Entre gotas de lluvia y marquesas
Siempre estuvo en su mente emigrar, pero con la idea de poder ir y venir. En Venezuela aún estaban sus afectos más cercanos y no quería que pasara mucho tiempo sin poder verlos.
Al principio, llegó a la casa de unos familiares de su esposo, pero era un lugar muy pequeño para convivir junto a su hermana Kemberlyn, su cuñado, un tío y ella. “Teníamos que dormir en el techo de una terraza al aire libre y era difícil e incómodo porque llovía mucho y solo teníamos bolsas para taparnos”.
La situación mejoró al mes cuando Karen consiguió un sitio para mudarse, gracias a una colega que conoció y le ofreció alojamiento en su casa junto a su familia.
Además de odontóloga, la zuliana es experta en repostería, por lo que desde que llegó, hizo los típicos postres fríos: marquesas, flanes, arroz con leche, entre otros y salió a venderlos por las calles, plazas, en la universidad. Vendía poco y por eso fue otra experiencia frustrante. “Tuve que agregar obleas, café” para que el “negocito” se levantara”, señala.
“Cualquier cosa que se nos ocurriera salíamos a venderlas en la calle” y fue precisamente en ese espacio urbano lineal que un día, mientras vendía su mercancía, empezó a llover fuerte, y como cosa de Dios, ella y su hermana se metieron en un taller mecánico a esperar que escampara, fue allí donde conocieron a un señor que indagó cuáles eran sus profesiones y supo entonces que Karen era odontóloga.
Ahí vino una propuesta sorpresa: le preguntó si le gustaría trabajar con un doctor que en ese momento estaba necesitando un odontólogo. “No vacilé. Por supuesto, le respondí que sí”. Optimista, le dio su número telefónico y al otro día la llamaron.
No miró atrás
“Desde ahí hasta el sol de hoy voy a Copacabana, un municipio ubicado al Norte del Valle de Aburrá, a 14 kilómetros de Medellín, capital del Departamento de Antioquia, de manera puntual dos veces a la semana para atender a los pacientes”, cuenta Karen. Así fue como logró ejercer su profesión siendo migrante.
Corrió con la buena fortuna de haber obtenido un contrato aun sin haber apostillado sus papeles legales, porque en ese entonces era muy complicado. Sin embargo, le dieron la oportunidad de trabajar y confiaron en ella.
Después, la colega que le había alojado en su hogar también le hizo la oferta de trabajar en su consultorio bajo su custodia, razón por la cual, Karen siempre estará agradecida con ella y con todos los que la apoyaron.
“Soy una migrante que luchó y sigue en la contienda por tener una buena calidad de vida. Y aunque no tenga muchos ahorros que me puedan ayudar a regresar a Venezuela, no miro atrás y voy en contra vía. Además, siento que la situación como migrante es un poquito más difícil. Mi esposo vende empanadas y trabaja también como barbero. Yo, a veces, hago postres para comerciar y trabajo en un consultorio privado, donde atiendo en un 90% a la población migrante y les puedo ofrecer mi trabajo a un costo más accesible”.
Ella se ha ganado la consideración y la admiración de muchas personas. “Me lo he ganado a pulso y con mi trabajo, y gracias a los pacientes he podido ganar dinero y tener para el sustento de mi familia”.
A escala gubernamental, dice, son rigurosos y exigen bastantes documentos que como migrante venezolana no ha podido entregar porque apostillar en Venezuela es cuesta arriba debido a la situación actual del país, lo que la imposibilita de estar plenamente en Colombia.
Pero, a pesar de todas las dificultades, su balance es positivo. Le gusta ejercer su profesión en Colombia, hasta donde puede y ha logrado devolverle las sonrisas a muchos migrantes, quienes pensaban que no volverían a tener una salud bucal por el tema de costos. “Se siente muy bonito ser útil”, concluye.
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