El gusto por la moto se convirtió en el sustento de vida de un joven venezolano que se proyecta con su propia empresa de mensajería.
Por Nora Sánchez – Periodista Te lo Cuento News
A sus 30 años Wilson Rojas ya se ha fijado una meta para emprender y ser el dueño de su propio negocio, una empresa de mensajería.
Llegó a Colombia hace seis años. Hoy vive en Medellín, pero su primer empleo lo tuvo en Cúcuta vendiendo tintos en las calles por un mes. En suelo paisa, trabajó en una tienda de barrio por seis meses, repartió publicidad en folletos por las calles de la ciudad. Logró emplearse después en una fábrica de bingos y por último en una empresa distribuidora de alimentos para puestos de comida rápida.
Después de la pandemia y sin trabajo, como muchas personas, decidió trabajar como domiciliario y mensajero. Comenzó a través de aplicaciones, pero luego se independizó, ya que había hecho su propia clientela.
Su medio de transporte, una moto, era alquilada, por lo que durante seis meses pagó diariamente 20 mil pesos a quien se la alquiló, hasta que la liquidación de su último empleo la invirtió en comprar una moto propia.
Así ha ido surgiendo Wilson, un mensajero merideño que hoy recorre las vías de Medellín con seguridad y soltura, a pesar de que los inicios fueron difíciles, sobre todo al conducir en una ciudad que no conocía y es 10 veces más grande que su ciudad de origen.
Cada día un paso más
Wilson se siente cómodo en su oficio. Ha generado empleos indirectos porque cuando tiene mucho volumen de solicitudes les da trabajo a dos o tres personas más. También ha podido reemplazar su moto usada por una nueva y más potente.
Ahora piensa en grande, quiere crear su propia empresa de domicilios y mensajería porque “estoy amañado aquí, no pienso regresar a Venezuela”, dice satisfecho por lo que ha logrado, a pesar de que dejó parte de su familia y sus estudios de Educación Física en la Universidad de Los Andes (ULA) en Mérida.
Sus padres, quienes viven en Mérida, lo visitan frecuentemente. Su trabajo como mensajero le permite costear cada viaje de ellos cada cierto tiempo, por lo que entre sus planes no está regresar a Venezuela, sino, por el contrario, ayudar a que otros familiares se establezcan en Colombia.
Por eso, su futuro inmediato lo ve mejor organizado, crear su empresa de servicio de mensajería, darle empleo a familiares que aún viven en Venezuela, tener vivienda propia y seguir trabajando en este país que lo recibió y con el cual se siente agradecido.
Wilson repite sentirse amañado tanto con el país, la ciudad, la gente y su medio de sustento. “Siempre me gustaron las motos, en Mérida hacía de vez en cuando de mototaxista sobre todo cuando mi esposa salió embarazada y con eso me ayudaba a generar dinero extra al de mi trabajo formal, así que ahora que al andar en moto me genera ingresos, más amañado estoy”, dice entre risas.
A este motorizado trabajador lo acompaña su esposa e hijos, una pequeña de siete años, venezolana y su niño de cuatro años, quien nació en Colombia y por ende tiene la nacionalidad, gracias a la Resolución 8470 de 2019 de la Registraduría Nacional del Estado Civil, que de manera excepcional, otorga la nacionalidad colombiana a los hijos de padres venezolanos nacidos en este país.