Nila Bolívar tuvo que regresar a Colombia dejando atrás una vida estable, traducida en casa propia y un negocio. Empezar de nuevo no ha sido sencillo.
Por Janett Heredia – periodista Te lo Cuento News
Su apellido es el mismo que da nombre al departamento colombiano donde nació y al estado venezolano que la acogió. A Nila Bolívar le tocó enfrentar dos veces el proceso migratorio. Pero no es lo mismo asumir tal desafío en la flor de la juventud, entusiasmada por un proyecto de vida, que hacerlo por fuerza mayor, teniendo que renunciar a una estabilidad construida durante casi tres décadas.
Cuando tenía tan solo siete años de edad, sus padres debieron mudarse a Venezuela, dejándola al cuidado de sus abuelos maternos, quienes le garantizaron amor, educación y una buena crianza.
Como solía hacer en temporada de vacaciones, un día viajó para ver a sus progenitores, pero Cupido la flechó y a sus 18 años terminó viviendo en la Pequeña Venecia, unida en matrimonio con un oriental. “Me casé con una persona súper especial, tuve unos hijos hermosísimos y me fue muy bien en cuanto a mi vida personal y en lo económico”.
Nila vivió un tiempo en Puerto Ordaz, estado Bolívar; y luego en El Tigre, Anzoátegui.
Pa’ Brasil a hacer mercado
Ni siquiera cuando faltó su esposo (fallecido en un accidente automovilístico) Nila tuvo inconveniente para criar a sus tres hijos. Refiere que el apoyo de sus suegros fue crucial en esos años.
Pero los cambios suscitados en el panorama económico venezolano la pusieron en verdaderos aprietos. Su vida bastante holgada se redujo a condiciones en las que “a veces no encontrábamos casi ni qué comer”.
Durante seis meses la escasez la obligó a rodar 12 horas, una vez al mes, para adquirir en Brasil los alimentos que en el oriente venezolano, como en otras regiones del país, habían desaparecido de los anaqueles o se encontraban a precios muy elevados. Procuraba comprar algunos artículos que pudiera revender, para costear los gastos del viaje.
Empezar de nuevo
Retornar a la tierra que la vio nacer fue una carta bajo la manga, cuando vio agotadas las opciones. Volvió a Colombia con la familia venezolana completa, nietos y yernos incluidos. “Pero ya con 47 años encima, con los hijos a cuestas, no tener una casa ni estabilidad económica… empezar de cero fue bastante duro”, admite.
En efecto, sus parientes le cobijaron bajo su techo. Mas no había camas, por ejemplo. “Teníamos que dormir, literalmente, en el suelo”.
No obstante el difícil comienzo, aprovecharon la ventaja de su nacionalidad. Sus hijos completaron la universidad y hoy se encuentran trabajando.
Tomar lo bueno
Nila tuvo que dejar una vida estable, traducida en casa propia y un negocio. Pero no se permite mirar atrás, sino que continúa enfocada en el presente, buscando siempre el lado bueno y las oportunidades en cualquier situación que encuentre a su paso.
A través de esta experiencia migratoria, por ejemplo, su familia se ha hecho mucho más unida, empática y resiliente. “Se han convertido en unos guerreros junto conmigo”, dice con orgullo respecto a sus hijos.
En Cartagena ejerce su profesión de peluquera y genera ingresos adicionales con la confección de carteras tejidas que da a conocer en Instagram bajo la firma @lulis_crochet.
También integra una comunidad de liderazgo y crecimiento personal, a través de la cual se ayudan de forma recíproca en lo material y espiritual.
Extraña mucho ese calor venezolano, el cariño espontáneo y las amistades entrañables que cultivó al otro lado de la frontera. “Los amo y tengo la esperanza de poder abrazarlos en cualquier momento”.