“Si yo llego a pisar Venezuela seré detenido, porque a pesar de que fui sometido a proceso judicial y purgué una sentencia con un año y diez días de más, todavía tengo orden de captura”, afirma Luis Lugo.
Por Sandra Flores – Periodista Te lo Cuento News
Luis Lugo Calderón está aprendiendo a vivir con la cicatriz de haber sido preso político en Venezuela y de la tortura física, psicológica y sexual que sufrió, y aunque no puede regresar porque aún es perseguido, no guarda rencor. Su mejor terapia fue escribir el libro TSJ: Tiempo sin justicia, cuyas regalías destina a apoyar a otros presos políticos.
Hoy está radicado en New Jersey, Estados Unidos, adonde llegó en diciembre del 2020. Está agradecido por tener la oportunidad que su país no le brindó, y espera pronto recibir la residencia permanente para aspirar a nacionalizarse y ser ciudadano de alguna parte.
“En Venezuela, todavía tengo orden de captura y no tengo derechos ciudadanos ni puedo sacar pasaporte o una cédula porque soy catalogado como terrorista, como una persona peligrosa para la revolución”, explica, y añade: “Acá estoy esperando los tiempos necesarios para convertirme en una persona normal, que tiene pasaporte y que puede viajar sin problemas, porque en estos momentos no puedo.”
Comenta que, hasta la fecha, a veces le cuesta conciliar el sueño porque las torturas físicas y sexuales no se olvidan. Admite que llegó a pensar que Dios lo había abandonado y que intentó suicidarse en tres ocasiones, pero hoy se sabe afortunado porque muchos otros presos políticos murieron en el proceso, a consecuencia de las torturas o porque se suicidaron.
“La tortura es una humillación que nunca superas, solo aprendes a vivir con eso y te aferras a lo espiritual porque en el camino entiendes que Dios siempre estuvo contigo y que Él te ayudó a mantenerte de pie”, expone, “pero no guardo rencor siquiera hacia quienes me torturaron, porque eso sería consumirme por dentro y no me lo permito.”
Detenido por una falsa acusación
Luis es oriundo de Maracay, estado de Aragua. Estudió en la Escuela de Aviación Militar y se graduó en 2008 como subteniente de Aviación Militar Venezolana. Si bien su sueño era ser piloto de combate, el tabique desviado que no logró ser corregido en dos operaciones lo impidió y obtuvo su título como piloto de transporte.
Sin embargo, su carrera fue corta. En 2014, las protestas en Venezuela recrudecieron y la Guardia Nacional recurrió a la represión. Él publicó en Facebook la carta de apoliticismo que firmó al entrar a la escuela de aviación, y anexó el texto del artículo 328 constitucional con una crítica personal contra el accionar de la fuerza armada.
Como resultado, fue detenido bajo la acusación de estar involucrado en la Operación Jericó, que era encabezada por militares de la Aviación Venezolana. Al final se comprobó que no tenía vínculo alguno con la operación y lo liberaron dos semanas después, pero ya lo habían sometido a tortura.
Para enero de 2015, él tenía la resolución de su retiro voluntario de la fuerza armada, pero un mes más tarde lo volvieron a detener por supuesta conspiración contra el gobierno de Nicolás Maduro.
“Ellos colocan el Golpe Azul como el supuesto movimiento, pero no era así. Eso nunca existió, fue un invento de ellos”, sostiene, y agrega: “Es imposible defenderse del gobierno, sobre todo cuando es un gobierno autoritario, porque las leyes son interpretadas a su manera y, por mucho que no existieran pruebas ni testigos que pudiesen comprobar o aportar pruebas fehacientes, fuimos condenados.”
Franca persecución y tortura
En 2017, fue condenado a nueve años de prisión, pero apelaron la sentencia y en otro juicio recibió una nueva condena de 4 cuatro años, nueve meses y diez días de cárcel. Con el tiempo que ya llevaba preso y los beneficios de las redenciones por su trabajo en la carpintería del presidio y la maestría en Derecho Internacional que estudió mientras purgaba su condena, fue liberado el 11 de octubre de 2018.
Sin embargo, pocas horas después de su liberación empezó a ser buscado de nuevo para detenerlo. Al no encontrarlo en su casa, detuvieron a su novia, a su padre, a su madre y al esposo de ella. Los liberaron hasta que él fue recapturado tres días después.
“En la recaptura, me aislaron por aproximadamente un mes y me llevaban al baño a las seis de la mañana, pero no me daban agua ni comida”, evoca, “la única agua a la que yo tenía acceso era la del tanque del inodoro y la bebía, pero me dio amebiasis, se complicó mi estado de salud y yo llegué a perder casi 15 kilos en ese mes.”
Luis cumplió su condena el 20 de noviembre de 2019, pero su boleta de excarcelación llegó hasta un año y diez días después, gracias a los oficios de las comisiones de derechos humanos de la ONU que vigilaban las acciones del gobierno venezolano.
Pocas horas después salía de Venezuela. No pudo ser en avión porque había otra orden de detención en su contra con el argumento de que su caso no era civil sino militar.
Cruzó por trocha la frontera con Colombia, donde tomó el vuelo que lo llevó a Estados Unidos, y llegó a su destino el 10 de diciembre del 2020 a las 5:30 de la mañana.
“Fui recibido por agentes del estado norteamericano que me ofrecieron protección para mí y mi familia”, recuerda, y explica: “Algunos familiares habían hecho vida aquí, en New Jersey, después de que prácticamente fueron obligados a salir del país porque nosotros teníamos negocios de joyería que fueron atacados por el estado, y mis tíos, tías y hermanos se fueron a los meses de mi detención porque fueron amenazados con ser detenidos e imputados nada más por ser familiares míos.”
El proceso de reaprender a vivir
Luis estuvo en cuatro prisiones de Venezuela: la del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), la del DGCIM (Dirección General de Contrainteligencia Militar), Ramo Verde y La Pica. Él era una entre muchas personas enjuiciadas y apresadas injustamente, y como una forma de catarsis empezó a escribir en el presidio para gritar lo que sentía a través de las letras.
Ya libre, intentó hacer terapia psicológica, pero revivir el dolor le afectó profundamente: “En el presidio quedé tartamudo por tanta presión psicológica y poco a poco recuperé el habla normal. Con la terapia comencé a tartamudear otra vez porque revivía lo que había pasado y decidí exteriorizar todo eso que tenía por dentro en el libro”, recuerda.
El texto de TSJ: Tiempo sin justicia estaba prácticamente terminado y fue cuestión de darle forma para transformarlo en un proyecto editorial viable. Finalmente, vio la luz y se convirtió en su mejor terapia, pero también en una forma de aportar su granito de arena a favor quienes aún están en detención en Venezuela.
En la actualidad, Luis Lugo Calderón es optimista, se siente bendecido y con la oportunidad de soñar y cumplir sueños. Trabaja como ensamblador y operador de máquinas en una empresa de tecnología, pero ya planea solicitar la licencia de vuelo en Estados Unidos para volver a su pasión en el aire.
Además, escribe otro libro que abordará el tema del proceso para reaprender a vivir cuando se recupera la libertad después de haber sido preso político y sufrir tortura. Y no descarta regresar a su patria: “No para vivir porque quizás ya me toque echar raíces acá, pero sí respirar de nuevo el aire y tocar la tierra de Venezuela”, concluye.