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‘Estar bien en un lugar que no es tu hogar y estar lejos de lo que sí puedes llamar hogar’

Moisés Lares, viajero venezolano, acompañado por su familia.
Moisés Lares, viajero venezolano, acompañado por su familia.

“Me duele no tener a mi país. Mi Venezuela, mi isla más que todo, no existe más. O sea, físicamente existe, pero mis amigos ya no están allá”, dice Moisés Lares, quien ha tenido éxito viviendo en Dubái.

Por Sandra Flores – periodista Te lo Cuento News

Ocho años después de lanzarse a la aventura de la migración con más inmadurez que planeación, Moisés Eduardo Lares Barrios puede jactarse de haber conquistado Dubái y alcanzado la estabilidad económica, pero es una estabilidad finita, como de cristal, porque él y su familia tienen estatus migratorio de residentes temporales. Para colmo, ahí no encuentra la definición de “hogar” que siente cuando viaja a América Latina.

Si bien por ahora no tiene planes de migrar de nuevo y no tiene idea a dónde iría con su familia después de Dubái, sabe que su estancia ahí depende de las visas de trabajo de él y su esposa, y que si pierden su empleo tendrían un mes de plazo para abandonar el país, donde no son candidatos a obtener la residencia permanente porque sólo se concede a personas que perciben salarios altos o que poseen inversiones cuantiosas.

Por otra parte, ese Moisés Lares que ha vivido dificultades, que se reinventó y diversificó actividades para insertarse en el mercado laboral dubaití, afirma que, aunque ahora vive bien y sus hijas van a la escuela, siente que ha perdido otras cosas.

“Es esa sensación híbrida de estar bien en un lugar que no es tu hogar, y estar lejos de lo que sí puedes llamar hogar y que extrañas”, expone, “porque ya estoy bien económicamente, pero qué es estar bien cuando no tienes amigos, cuando estás trabajando todo el día, cuando no estás conectando socialmente tan fácil, cuando ves a tus amigos por Zoom o Google Meet. Eso para mí es bastante difícil”.

Un viajero por el mundo

Moisés nació en 1988 en Ciudad Bolívar, Venezuela, pero creció en un pueblito llamado Paraguachí de la Isla de Margarita. Más tarde se trasladó a Caracas donde estudió Letras, pero después de graduarse sólo trabajó un par años en un emprendimiento que realizó con unos amigos y en 2015, con algunos ahorros, decidió dejar el país.

“Teníamos una empresa de redes sociales y nos iba más o menos bien, pero la hiperinflación hizo que nuestras ganancias se redujeran”, explica y se explaya: “En un país más normal, tú montas una empresa y los retos son el marketing, conseguir clientes, etcétera, pero en Venezuela el reto era vivir el país, la economía, la crisis”.

Inició su recorrido con una breve estancia en Estados Unidos, donde conoció a Bety, la uruguaya que más tarde sería su esposa y consiguió un trabajo remoto en Jamaica como editor de textos y desarrollador de listas de reproducción. Con ese trabajo como respaldo, siguió su camino y llegó hasta Corea del Sur y más tarde a Australia.

Tiempo después regresó a Estados Unidos, donde estrechó relaciones con Bety y decidieron casarse. Ya como marido y mujer se dedicaron a viajar; estuvieron en Venezuela, en Brasil, en Uruguay, en Argentina y en Chile. La travesía sólo acabó cuando él se quedó sin su trabajo jamaiquino y a su esposa se le agotaron los ahorros.

Sin dinero, se refugiaron en Uruguay, en la casa de su suegra, donde vivieron un trance difícil de desempleo y desesperación hasta que su esposa consiguió trabajo en la Ciudad de México. Ahí los alcanzó el terremoto de 2017 y él consiguió un empleo de marketing en una empresa donde se aprovecharon de su situación de migrante ilegal, que se solucionó cuando, a diez meses de su llegada, le otorgaron su visa.

La estabilidad económica no es hogar

En México nació también su primera hija y él se colocó en un puesto formal de marketing. También obtuvo la nacionalidad mexicana antes de que la empresa que empleaba a Bety le ofreciera un puesto en Dubái.

“Mi hija tenía diez meses, pero en Dubái el comienzo fue horrible”, rememora, “nos fuimos con mucha ilusión, pero no sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando porque allá la cultura no se parece nada a Latinoamérica.”

Moisés llegó con visa de dependiente con la indicación expresa de que era acompañante y no tenía permitido trabajar, así que se encargó de la casa y del cuidado de su hija. Admite que sufrió una depresión que se profundizó con la pandemia, pero sin disposición a rendirse se puso a estudiar matemáticas y análisis de datos.

Finalmente, consiguió empleo en una empresa de abogados donde inició como redactor SEO y pasó a ser Project Manager. A dos años de iniciar en ese puesto alcanzó la estabilidad económica, y entonces llegó su segunda hija “como en bandeja de plata”.

Sin embargo, él sabe que esa estabilidad es temporal y no sabe cuánto durará. El día que tuvimos esta charla, él y Bety estaban en Uruguay porque están comprando una casa.

“Uno está perdiendo esa definición de hogar que yo siento cuando vengo a América Latina”, comenta, “ahorita, estoy en Uruguay y mi esposa está comprando una casa, pero acá no vamos a vivir porque sacamos las cuentas y es imposible que mudándonos a América Latina tengamos el estilo de vida que ya tenemos allá.”

Moisés dice que en los países latinoamericanos donde ha estado, e incluso en Estados Unidos, donde hay muchos latinos, conecta con las similitudes y las culturas no le parecen muy diferentes, pero en Dubái ha sido difícil.

“No tengo por dónde conectar, es como un planeta diferente”, expresa y añade que le gustaría sentirse en un hogar y vivir en un sitio que pudiera llamar casa. “Como cuando uno emigra, que cambia de un sitio a otro, yo siento que sigo en transición desde que salí de Venezuela. Desde que me fui de mi casa, no he llegado a ningún lado”, resume.