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Érase una vez un cuentacuentos venezolano que se descubrió migrante mientras viajaba

Romer Peña, psicólogo y cuentacuentos conocido como Romer y Punto.
Romer Peña, psicólogo y cuentacuentos conocido como Romer y Punto.

“Lo mejor que me ha pasado como migrante es ampliar mi patio de juegos, que de niño era un barrio popular al lado de la pista del aeropuerto y ahora es mucho más grande”, afirma Romer Peña.

Por Sandra Flores – Periodista Te lo Cuento News

A poco de cumplir cuatro años en su proceso de migración formal, Romer Peña ya es residente permanente en México, donde dice haber encontrado un refugio para el alma y el corazón. Ha sido cuentacuentos desde niño y actualmente trabaja en el programa “Alas y Raíces” de la Secretaría de Cultura, que le permite viajar por todo el país contando historias e impartiendo talleres.

“Yo soy muy optimista y fui criado por mujeres optimistas, cuya visión fue básica para que yo pensara que el arte era una posibilidad para vivir y para cambiar el entorno en el que yo me desarrollaba”, evoca, y explica que, aunque nació en Caracas, Venezuela, desde los seis años vivió en el barrio popular 12 de Octubre de Barquisimeto.

Romer comenta que su sueño de viajar inició desde que era niño, pues el barrio de su infancia y el aeropuerto de la ciudad colindan y están separados solo por un muro, y la diversión de los niños del barrio es trepar al muro para ver y saludar aviones.

“El sueño de todos los niños del barrio es montarse en un avión”, platica entre risas, “y en mi generación, yo fui el primero que se montó en un avión y vio el barrio desde el aire, porque a los 18 años ya tenía seis contando cuentos y una narradora que me vio en Venezuela y me invitó a Colombia de manera profesional”.

Para él, la narración oral escénica ha sido su vocación. En el mundo artístico es conocido como Romer y Punto, pero también es psicólogo egresado en 2015 de la Universidad Centroccidental Lizandro Alvarado, y especialista en Psicodrama y Psicoterapia Gestalt. En su ejercicio profesional vincula el arte con la psicología.

Talento nato de cuentacuentos

Romer recuerda que tenía diez años cuando el régimen chavista hizo su aparición en la escena política venezolana, con el populismo y el asistencialismo oficial que terminó por ser decepcionante. Tiempo después, cuando ya cursaba la universidad, inició el gobierno de Nicolás Maduro al que califica de nefasto, ya que representó el derrumbe y el colapso de toda la fantasía que había creado su antecesor.

Sin embargo, él vivió las etapas de su vida amparado por su familia, junto a la cual tuvo casa, comida, mucho amor y las condiciones óptimas para desarrollarse como artista.

“Yo siempre fui un niño que hablaba mucho”, admite, “pero eso que fue un problema en la escuela terminó siendo una habilidad, y una maestra de teatro del barrio, que además era cuentacuentos, habló con mis papás y me invitó a una compañía regional de teatro y narración oral, a los doce años, para contar cuentos a nivel profesional”.

Seis años después, a sus 18, viajó por primera vez a Colombia como cuentacuentos, y a partir de 2011 empezó su etapa de viajes constantes a Centro y Suramérica. Siempre regresaba a Venezuela porque su imperativo era terminar su carrera.

“Yo empecé a transformar mi nivel de consciencia y a tener una sensibilidad distinta ante lo que ocurría en mi país, y despedir a los amigos fue una cosa que me dio muy duro”, confiesa, y añade: “Cuando me gradué, en 2015, decidí hacer un viaje muy largo y no regresé hasta diciembre de 2016, pero sentí que ya no era parte de ahí, que lo que extrañé ya no estaba y que no encontraba a la Venezuela de mis recuerdos.”

En 2019 decidió quedarse en México

Romer encontraba cada vez menos a la Venezuela de sus nostalgias, pero no solo en la gente que ya no estaba cada vez que volvía, sino también en la escasez de alimentos, en los problemas de transporte público o en el deterioro general en la calidad de vida.

“A nadie le importa ir al teatro cuando hay hambre, a nadie le importa ir a una función de cuentos cuando no hay medicinas, a nadie le importa la cultura en medio de una crisis”, apunta, “y yo empecé a sentir que ese lugar acabaría con mi optimismo y con mis sueños, así que empecé a pensar en hacer viajes más prolongados”.

Entre sus viajes de trabajo, en 2017 llegó a México por primera vez, después en 2018 y otra vez en 2019. Sin embargo, ese mismo año regresó a México meses después y, como nunca antes en ninguna parte, las autoridades migratorias lo increparon.

“En ese momento me descubrí migrante, me vi inmerso en el fenómeno de la migración de una manera distinta y me di cuenta de que no tenía un sistema que soportara mi estancia legal en ningún país”, revela, “pero unos amigos migrantes venezolanos me dijeron que México ofrece la oportunidad fácil y rápida de obtener documentos de identidad, y decidí quedarme en diciembre de 2019”.

No niega que fue una decisión difícil, pero un mes más tarde se reencontró con el amor de su vida, una guara llamada Alejandra, que ya vivía en México, y todo cambió. Con ella pasó los días difíciles de la pandemia, y un año después llegó la oportunidad de trabajo en el programa “Alas y raíces” de la Secretaría de Cultura.

Un viajante que se descubrió migrante

“Yo era viajante y de pronto me descubrí migrante en medio del viaje”, resume el creador del concepto Romer y Punto, quien sigue viajando en su faceta artística de cuentacuentos y encontró una forma de satisfacción adicional que se suma al hecho de hacer lo que le gusta.

“Me volví emisario de los mensajes de las familias que vivían divididas en diferentes países”, afirma complacido, “y me veías llevado en la maleta una cartica, un chocolatico, un juguete para un niño. Me convertí en una especie de mensajería del amor porque llevaba abrazos de un lugar a otro”.

Sin embargo, ha sabido conjugar a la perfección sus carreras como artista y como psicólogo, y explica que los psicólogos están muy cerca de las historias de vida, que es lo que lleva a los escenarios como cuentacuentos.

“Me hice psicólogo porque me gusta escuchar historias y soy cuentacuentos porque me gusta contar historias”, resume con simpleza.

Lo peor que ha pasado como migrante ha sido despedirse de la gente, y escuchar historias de dolor y ver lágrimas que se derraman sin saber cuándo será el próximo encuentro, pero lo mejor es saber que él y sus compatriotas son semillas de resiliencia y, muy personalmente, “saber que mis sueños se siguen cumpliendo cada vez que me monto en un avión”, concluye.