Yoser Ochoa cruzó la frontera con la esperanza de encontrar un mejor futuro en Colombia. Al no encontrar más oportunidades, consiguió una carreta para reciclar, pero mantiene la esperanza de conseguir un trabajo.
Por Diliver. A. Uzcátegui – Periodista Te lo Cuento News
Según el Censo de Habitantes de Calle (CHC) de 2021, del Departamento Administrativo de Estadísticas (DANE), en Norte de Santander hay registrados, aunque pueden ser más, 1.220 habitantes de calle, de los cuales más del 41% son migrantes y si bien hay colombianos, haitianos e incluso europeos, la mayoría son venezolanos.
Las calles de Cúcuta son escenario de varios relatos que en algún momento fueron sueños de bienestar y prosperidad para muchos venezolanos, sobre todo para jóvenes que, cargados con ilusiones, algunas habilidades e inclusive profesiones, cruzaron la frontera colombo – venezolana buscando una oportunidad para sobrevivir y en el mejor de los casos, ayudar a sus familias.
Atrás quedó el atardecer del llano barinés
Transcurría el año 2017, cuando Yoser Johan Ochoa Rodríguez, de 21 años entonces, se despedía de los atardeceres espléndidos del llano venezolano y sin más equipaje que un morral tricolor, cargado de sueños y esperanza de un futuro mejor, se adentraba en suelo colombiano para probar suerte: “en lo que fuera, total lo que no se sabe se aprende y con voluntad todo se puede”.
El hombre del llano venezolano está curtido no solamente por el candente sol que quema su piel en las largas faenas del campo – cuenta Yoser – “a nosotros nos enseñan desde pequeños a darle la cara a todo tipo de suertes o desmanes, ya que el llano es escuela para guerreros, y por eso probar batallar fuera del país si bien, no ha sido fácil, tampoco ha sido algo para lo que no tenga resistencia o valor de enfrentar”.
En Venezuela, Yoser trabajaba con su padre en tareas propias del llano: arrear ganado, pastoreo y ordeño, como cualquier capataz. A su vez, se desarrolló en el arte de la herrería porque como bien es sabido en Barinas: “hay buenos herreros, y mi papá me enseñó de su arte para que tuviera un oficio con el cual ganarme el pan de cada día de forma honrada”.
Al llegar a Cúcuta, sin embargo, el barinés tocó puertas de varios negocios ofreciendo su mano de obra, pero la oportunidad de demostrar su talento aún no se ha dado. “A los pocos días de llegar a Cúcuta pronto me quedé sin dinero para costearme un techo o alimento. Como otros paisanos, me vi en la calle durmiendo a la intemperie durante varios meses.
Alguna vez, en mi llano, dormí bajo un cielo estrellado, entonando alguna tonada acompañada del canto de los grillos y el ganado, solo que aquí, lo hice con los sonidos de la calle: tú sabes, sirenas, voces de mujeres que venden sus cuerpos, indigentes que ruegan por un pedazo de pan, personas que venden la perdición, y el miedo. En la calle se escucha el miedo, el miedo de no saber si verás los rayos del sol al amanecer”.
Se necesita tener algo que te motive para no perderte – asegura Yoser – “puedes perderte en la calle y más si estás solo como yo cuando me vine, pero sabes, aquí conocí la fe y esto me ayudó a no perderme e incluso a traerme a mi familia conmigo”.
Persistir, resistir y no rendirse
Cuando todo se presenta cuesta arriba, la depresión puede hacer que cualquiera sienta que debe rendirse y regresarse a casa: “con la cola entre las patas, derrotado. Pero hay quienes solo podemos seguir adelante porque creemos que mirar para atrás espanta, y esto no es una opción”.
Para Yoser, que ha dormido en el campo del llano venezolano y sobre cajas de cartón bajo las torrenciales lluvias cucuteñas, no ha sido fácil vencer los inconvenientes, pero su férrea voluntad y fe inquebrantable lo ha sostenido durante estos seis años. Ha hecho de todo, desde mandados hasta plomería, pintura, construcción y jardinería.
Actualmente, logró obtener una carreta para “patear las calles de Cúcuta” y reciclar: plásticos, latas, cartón y sus propios sueños, porque algún día desea demostrar en Colombia lo bueno que es en el oficio de la herrería, y por qué no, tener su propio taller. Pero mientras que la oportunidad de emplearse como herrero llega, se prueba como reciclador.
Su faena en este oficio comienza temprano porque la temperatura de esta ciudad fronteriza puede sofocar a cualquiera y, debido a su cercanía con Venezuela, la cantidad de paisanos que compiten en este mismo trabajo son muchos (el 38,8% de los habitantes de la calle se mantienen en este quehacer), con los que “hay que pelearse esos tesoros que otros desechan”. En un buen día, el reciclaje puede generar hasta 50 mil pesos, dinero que para quienes viven del día a día, debe alcanzar para pagar arriendo, comida y “estirarlo” para mandar a la familia en Venezuela.
La universidad de la vida
Quien vive en la calle y de ella, aprende a estar en el presente porque “si vives en la calle y de ella, no tienes tiempo para lamentarte de lo que dejaste atrás, tampoco puedes especular mucho del futuro incierto, aunque sabes que debes sembrar la semilla para cosecharlo. Obvio que ese futuro debes abonarlo, cuidarlo, pero desde el presente. Si no vives el ahora pierdes. Eso lo aprendes en la calle, caso contrario te pierdes en ella y sus vicios, y… he visto a muchos perderse hasta morir”, dice Yoser con la mirada perdida mientras intenta ocultar las lágrimas que le invadieron.
Con un evidente nudo en la garganta, Yoser, aconseja a todo aquel que planea salir de su país: “buscar ayuda de Dios, mantenerse en la fe de que él no lo va a desamparar”. Pero a su vez, el barinés, haciendo un acto de reflexión, asegura que hay que estar claros que emigrar debe ser algo planificado, “tener papeles, un contacto a dónde llegar, un oficio con el cual uno de defenderse y mucha humildad para hacer lo que toque”. A su vez, tomando en cuenta que llegarás a otro país: “debes saber que algunos te extenderán la mano y hay que ser agradecidos, pero otros, sin conocerte, te juzgarán y señalarán. Te acusarán de robarles las oportunidades, y será por esas personas, por quienes debes orar para que Dios les dé bendiciones y te permitan seguir tu camino sin mayores tropiezos. A fin de cuentas, arrieros, somos todos y en camino andamos”.