Con 28 años, Ricardo Herazo ha sido juzgado por su apariencia, por su nacionalidad, por su edad, pero ha aprendido a hacerse valer por lo que es.
Por Janett Heredia – Periodista Te lo Cuento News
“¿Quién dijo que el hábito hace al monje?” Preguntas como esta rondan el relato de un joven que encontraba en su larga cabellera el obstáculo para optar por un puesto de trabajo, en pleno proceso de reactivación económica mediante el cual los colombianos se disponían a superar los estragos de la pandemia mundial por el Covid 19.
Si de algo estuvo convencido Ricardo Herazo, a su llegada a Cartagena de Indias, en 2016, era que no le resultaría sencillo obtener un empleo hasta tanto le otorgaran la nacionalidad colombiana, que tramitaría junto al resto de su familia, pues su abuelo paterno era oriundo de este país. Así que sus primeros años en la Ciudad Heroica los pasó “aguantando sol y agua, como una teja”, vendiendo por la calle primero aguacates y luego helados.
Una vez obtenida la tan ansiada documentación, lo mínimo que aspiraba era dedicarse a otros oficios que le reportaran un ingreso estable y para los cuales ya contaba con experiencia. Pero en la infructuosa búsqueda de empleo terminó dando crédito a los comentarios de muchos de sus ahora connacionales sobre la realidad laboral: “hay que tener palanca”, afirma.
Apoyado por su padre, comenzó a trabajar en una empresa de embobinado de motores, pero a los tres meses una reducción de personal lo volvió a dejar desocupado. Con el pago que le dieron aseguró el primer semestre en un instituto. En eso llegó la pandemia y Ricardo, desempleado, se dedicó de lleno a los libros; recibiéndose como Técnico en Electrónica Industrial, gracias al auxilio financiero que le enviaba una tía desde Estados Unidos.
La melena de la discordia
En la era pospandemia, Herazo trabajó alrededor de un año reparando celulares; pero enfermó de Covid y la ausencia forzosa durante 15 días conllevó la pérdida del empleo. De nuevo comenzó a “matar tigres” (desempeñar tareas ocasionales) hasta que se topó con otra oportunidad para “camellar”; pero esta vez relacionada con servicio técnico en computadoras, lo mismo que hacía otrora en Venezuela.
Allí estaba al día siguiente, atónito, viendo cómo una pareja practicante de una corriente religiosa deshojaba la margarita sobre si emplearlo o no. Varios pros y un solo contra: ¡Esa melena!
La dueña del negocio estaba renuente, pero con la sentencia “yo lo que necesito es un técnico”, el dueño favoreció a Herazo. Lo pusieron a prueba un par de semanas con una paga de 20 mil pesos diarios, que se habrían reducido a 10 mil de no haber reemplazado el transporte por extenuantes caminatas. Cuando estaba a punto de renunciar, finalizó el período de prueba y comenzaron a pagarle por comisión.
Durante el tiempo que duró la relación laboral, Herazo se sentía presionado. Su jefa le hacía demandas no relacionadas con su desempeño sino con su apariencia. “Es que te ves muy bohemio”, argumentaba instándolo a cortarse el cabello o afeitarse la barba. A esto último accedió finalmente.
La presión cesó hace unos meses, cuando los jefes decidieron cerrar el negocio y los tres empleados que tenían -entre ellos Herazo- se apresuraron a arrendar el local para echar a andar su propia empresa. Ahora trabaja tranquilo.
“Ustedes vienen a robar”
Los prejuicios están en todos lados y Herazo está consciente de ello; pero le impresiona cómo éstos pueden constituirse en barreras difíciles de sortear cuando toca enfrentarlos en otro país. “Una vez nos quisieron señalar de ladrones, a un grupito, porque éramos venezolanos”.
Según relata, en una oportunidad una señora para quien trabajaba vendiendo helados separó un dinero de la venta y lo guardó, pero al rato se le olvidó que lo había reservado y al no hallarlo donde creía haberlo dejado los acusó. “Ustedes a lo que vienen es a robar y a echar vaina”, les recriminó la señora, quien luego se disculpó avergonzada, tras percatarse del error.
Recuerda que tampoco encajaba en el grupo cuando vendía helados. Sus compañeros le preguntaban si iba de fiesta, criticándole porque llegaba “muy bien vestido” para desempeñar ese trabajo.
Fundamento y sacrificio
Ricardo Herazo aboga por dejar a un lado los estereotipos. Lidiando con las etiquetas, ha surfeado las olas de la marejada socioeconómica.
A sus 28 años de edad, confía en que “con fundamento y un poco de sacrificio” contribuirá a hacer crecer la empresa que recién fundó junto a sus compañeros.
Recalca que el miedo es mental; que hay que salir con confianza a buscar las oportunidades. Y que el trabajo, así sea barriendo calles, honra y dignifica.