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Correr y migrar, la historia de un venezolano que se acostumbró a sumar millas

Andy Colmenarez, corredor venezolano
Andy Colmenarez, corredor venezolano

“En 2015, yo sabía que me iría de Venezuela. Ese año hice mi primer medio maratón en Caracas y decidí que quería ser maratonista”, afirma Andry Colmenarez.

Por Sandra Flores – Periodista Te lo Cuento News

Andry Colmenarez ha recorrido miles de kilómetros. No solo los que transitó en su viaje migratorio para llegar a México desde Venezuela. También, los que ha acumulado kilómetros como maratonista porque es un corredor aficionado y muy apasionado, que se inició en el asfalto y dio el salto a las carreras de montaña, que hoy considera “una experiencia de otro mundo”.

Oriundo de Barquisimeto, estado de Lara, Andry es ingeniero químico titulado por el Politécnico de Barquisimeto y estudió un posgrado en Gerencia Empresarial en la Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”. Actualmente es papá soltero, residente permanente de México y vive en Guadalajara, donde tiene trabajo estable.

“La migración es volver a crecer”, atestigua, “y yo antes no era tan agradecido. La vida me ha enseñado a agradecer porque ha habido momentos muy difíciles, pero México me ha dado todo y me siento agradecido de donde estoy”.

Sobre su actividad como corredor, destaca que le ha resultado beneficiosa: “Correr te eleva los niveles de endorfinas y energía y, en mi caso, me aclara la mente para tomar decisiones, me da tiempo para pensar porque voy corriendo y es un tiempo conmigo mismo. Eso me ayudó mucho a solapar los problemas de la crisis en Venezuela”.

Recuerdos de la crisis en Venezuela

Antes de la crisis en Venezuela, Andry recuerda un estilo de vida alegre, libre y pujante, con una elevada calidad de vida: la gente trabajaba de lunes a viernes, tenía vacaciones mínimas de 15 días hábiles desde el primer año y la clase media podía enviar a sus hijos a la universidad para aspirar a mejores oportunidades.

Después, afirma, la mayor preocupación era que el dinero no alcanzaba para comer. Comenta que, si en el pasado un profesional de 24 años podía tener casa y carro, hacia 2015 ese mismo profesional podía trabajar en una empresa privada y vivía estresado porque no le alcanzaba para la comida. Además, no había agua, ni gas, ni luz, ni gasolina.

“No sabíamos que teníamos una vida privilegiada, que lo teníamos todo hasta que llegó el momento de preocuparnos por las cosas más básicas, porque ni siquiera era un tema de lujos”, sostiene, y añade: “Yo me paseaba mucho y hubo un momento en que la gente me decía que siempre estaba malhumorado, pero era mi insatisfacción de no poder siquiera ir al pueblo cercano para no gastar la gasolina que tenía”.

Él y su familia migraron en diciembre de 2016, pero no fue solo el factor económico y las presiones en la calidad de vida lo que influyeron en la decisión.

“En mi familia fuimos muy activos en las manifestaciones, pero mi sobrina estuvo presa y salió en todos los periódicos porque la golpearon”, señala, “además, mi hermano era defensor de derechos humanos y lo amenazaron y estuvo detenido, y mi papá ayudó a muchos estudiantes en las manifestaciones y estuvo preso”.

Migración privilegiada a México

Cuando Andry y su esposa decidieron migrar, comenzaron a buscar trabajo en el extranjero y fue ella quien lo consiguió en Monterrey, México.

“No lo pensamos porque era una migración privilegiada, la compañía pagó los pasajes y los papeles, estuvimos el primer mes en un hotel e inicialmente brindaron una ayuda adicional al salario”, evoca.

Poco a poco la situación para Andry y su familia se normalizó, pero con una normalidad compleja y desafiante. Al no tener trabajo formal, fue él quien se encargó del cuidado y atención de sus hijos, pero no fue sencillo. Por una parte, renunciar a su rol de trabajador que aportaba al hogar le causó conflicto y, además, fue víctima de actitudes machistas en el colegio de los niños hasta que logró insertarse en el círculo social.

Dentro de sus posibilidades de tiempo realizó algunas actividades laborales como consultorías por internet, conductor de taxi por aplicación y fotógrafo deportivo.

En 2018 llegó la primera oportunidad formal de trabajo que pudo aprovechar en Monterrey. Más tarde lo llamaron de una compañía en Guadalajara y emprendió otra migración, y al paso del tiempo se colocó en un nuevo empleo en tierras tapatías.

“Cuando tú migraste una vez, sabes que tienes que estar donde estén las oportunidades”, apunta, “estás más abierto a que si te cambiaste de país, te puedes cambiar de ciudad”.

Acumula kilómetros como corredor

Andry ha recorrido muchos kilómetros como migrante, pero sigue sumando kilometraje en su actividad de corredor, que inició hace alrededor de nueve años en Venezuela.

La aventura de las carreras comenzó cuando, un día, su padre le dijo que estaba demasiado gordo.

“La primera vez que intenté correr en una caminadora, recorrí un kilómetro y me tiré al piso y pensé que me iba a morir porque no podía respirar”, recuerda, “luego empecé a correr solo y con el tiempo me uní a un grupo de corredores”.

No olvida que su primer medio maratón lo corrió en Caracas, unos meses antes de emprender la migración.

Andry comenta que, a su llegada a Monterrey, aún sin trabajo buscó con quien correr y se integró a un equipo que se convirtió en su familia. En esta urbe conocida como “la ciudad de las montañas”, empezaron a llevarlo a los cerros circundantes y se adentró en las carreras de montaña.

“Cuando empecé, yo solo corría en asfalto, pero empezaron a llevarme a Mitras, a Chipinque, al cerro de la Silla; luego me llevaron a Saltillo y Arteaga”, comenta, y reafirma: “Correr en la montaña era cosa de otro mundo”.

En Guadalajara, Andry Colmenarez continúa corriendo. Este año, con su “familia” mexicana de corredores, viajó a Estados Unidos para correr el Maratón de Chicago.

“Los que corren están locos, y los que corren en montaña más locos, porque haces cosas muy locas como que te paras a las cuatro de la mañana y te vas a correr en la montaña y corres cinco horas y regresas totalmente destrozado, pero feliz”, expresa, y remata: “Yo nunca me quise ir de Venezuela, pero ya tengo siete años en México y amo a México y estoy superagradecido por todo lo que me ha dado”.