Como todo en la vida, la disciplina, constancia, seguridad y hasta la fe, ayudaron a Marlene, Beatriz, Sophía y Evelyn a mantenerse a flote en medio del duelo migratorio
Por Nora Sánchez
Tintos, gaseosas, agua, cigarrillos, chicles, confites (caramelos), mecato (chucherías), paledonias, pan, tortas y hasta tapabocas se encuentran en el carrito de Marlene Trujillo, venezolana, procedente de Santa Teresa del Tuy, estado Miranda, Venezuela.
En plena vía pública, a orillas de una acera y en un lugar estratégico como lo es un centro comercial y una EPS, bajo una sombrilla azul, está Marlene a quien escuchas saludar “hola amor” a las personas que se acercan a su carro para tomar o comer algo, fumarse un cigarrillo o simplemente comprar un tapaboca para no perder la cita médica.
Ella es muy dinámica, así como lo es la calle en la que decidió instalarse desde hace cuatro años de los seis que tiene viviendo en Medellín, ciudad a la que llegó luego de trabajar 17 años en Cerámicas Balgres y ser por 14 años la dueña de su propia empresa de chicha venezolana.
Vencer el miedo ayuda a progresar
Marlene, con 48 años, es otra migrante más que se ha reinventado. Llegó sin miedo a nada, pero con el duelo a cuestas de dejar a sus hijos y familia en Venezuela, “mientras me establecía y conseguía trabajo”, recuerda.
Buscó empleo por mucho tiempo en tiendas, restaurantes y cafés, dijo que caminó al menos la mitad de Medellín y no tuvo suerte, por lo que decidió en un principio vender tintos y la chicha venezolana en parques y calles de la ciudad.
“Con el tinto me fue bien, pero la chicha no pegó”, dice con lamento; sin embargo, siguió vendiendo tintos, hasta que por recomendación de un cliente del parque pudo trabajar como empleada doméstica interna en una casa de familia por un par de años.
Pero ese empleo no le cortó las alas de independencia ni sus deseos de emprender. En su día libre, Marlene salía ya con un carrito, pasabocas y los termos de tintos a vender en un parque. Ese fue el inicio del empleo y negocio que hoy día la mantiene y es el sustento de sus hijos, a quienes ya tiene a su lado.
Va por el sueño
“Yo soy constante, llueve, truene o relampaguee, estoy aquí, la única manera que no esté aquí, es que me haya corrido la policía o el Espacio Público me haya quitado, pero de resto siempre estoy acá”, asegura Malerne, quien trabaja desde las 4:30 de la madrugada hasta las 6:00 de la tarde. Luego de esa hora la reemplaza su hijo, quien amanece en la zona, por lo que el carrito de Marlene es 24/7.
Con clientela fija, querida por la misma y con el sueño de crecer en su negocio, Marlene espera tener en dos años su propia tienda con venta de comida rápida, ya no en la calle, sino en un lugar más cómodo y seguro. Para eso, ella está ahorrando, pues dijo que necesita al menos 12 millones de pesos (2.600 dólares aproximadamente).
Marlene se reinventó durante la migración y con el pasar de los años no ha dejado de trabajar para llegar a ser de nuevo lo que fue en Venezuela, la dueña de su propio negocio.