Apenas pisó La puerta de Oro de Colombia, Elymar Blanquicet quedó enamorada. Ya han pasado casi nueve años y dice que no cambia su costa por nada.
Por Angélica Antía Azuaje – Te lo Cuento News
Cuando Elymar Blanquicet llegó a Barranquilla sintió que el lugar la había llamado para quedarse. Era el 2014 y desde el primer momento, se sintió conectada con la también conocida “Puerta de Oro de Colombia”, tanto así que hoy en día considera este sitio como su refugio.
Su mamá, Marina Blanquicet y su abuela, Elisa Mercedes Blanquicet, barranquilleras natas, curramberas, para más señas, emigraron a Caracas en los años 70, allá estuvieron alrededor de 40 años, pero en el 2009 el infortunio alcanzó a la familia con la muerte de la abuela.
Tal era la tristeza que inundaba la casa, que Marina, Elymar y su hermano Jesús, se sentaron a pensar si se iban del país. Doña Elisa había dejado una casa en Barranquilla. Le dieron larga a la idea, pues los hermanos aún cursaban carreras universitarias.
Elymar estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica Santa Rosa, le quedaba apenas un año, pero no pudo culminar porque en el 2013 comenzaron las protestas estudiantiles, apenas Nicolás Maduro se estrenaba como presidente de Venezuela, sucesor de Hugo Chávez.
En el 2014, cuando la agitación política llegaba a su cénit, Marina los conminó a irse a Colombia. “Estaba confundida, no quería, pero a la vez sí. Era difícil imaginar cómo nos adaptaríamos a una nueva cultura”, dice.
Elymar admite que en un principio se sintió afligida al estar en un país que no era el suyo, la nostalgia la embargaba diariamente. No conocía a nadie y se preguntaba ¿Dónde estaba su gente?
“Creo que nadie quiere dejar el país donde vive, porque sabemos que empezar desde cero duele”, rememora.
Hoy le da gracias a Dios porque se dio cuenta de que la cultura venezolana es lo más hermoso que tiene y está entrelazada con la colombiana que ya ama y adoptó en su corazón.
¿Qué cosa hizo Barranquilla para que Elymar se refugiara en ella? La respuesta es clara y precisa: su gente.
“En el presente, vivir en la costa significa alegría, muchas cosas bonitas”. Se atreve a decir que la costa es lo más similar que tiene Colombia a Venezuela. “Los costeños son solidarios, dichararechos, bromistas, tienen un humor bastante alegre”.
Lo más significativo para ella ha sido involucrarse con las fiestas de carnaval de Barranquilla. “Acá los carnavales se viven maravillosamente. No en vano fueron declarados Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, concedida por la Unesco en París el 7 de noviembre de 2003”.
Como venezolana y madre de Elisamar y Zoë, se siente orgullosa de participar en esa celebración. Para ella hay una buena inclusión. De hecho, fue designada Reina Internacional del Turismo en 2022, representando a la costa colombiana. Ahí sintió el apoyo de la comunidad, de la Casa de la Cultura, ahí se compenetró más con las cumbiambas, las comparsas, tal como dice la letra de la canción de Celia Cruz: “La vida es un carnaval y las penas se van cantando”.
Pensó en algún momento que por ser venezolana, la iban a frenar. Pero resultó todo lo contrario, fue una vivencia muy especial porque al igual que ella, muchos venezolanos compartieron conocimientos con los costeños. “Esa experiencia me ha marcado mucho y estoy muy agradecida con la gente de Barranquilla, por eso”.
Insiste en que una de las razones por las que se queda en la costa colombiana es por el tipo de persona con el que convive. Son solidarios, amables, siempre tienen una sonrisa, siempre están dispuestos a ayudar, a estar contigo, independientemente si eres venezolana, peruana o ecuatoriana. Para ellos, nosotros somos iguales, nos reciben con una gracia y alegría.
Ha escuchado historia de compatriotas venezolanos que les ha ido mal en Medellín, Bogotá, Cali. “Pero acá en la costa, se nota más la unión y la solidaridad”, dice.
Si ella tuviera que definir la costa colombiana en dos palabras, esas serían: maravillosa y alegre, “realmente es hermosa, la gente, el sabor y sazón de su gastronomía, el calor, el sol”, al decir esto, sonríe y remata: “Es fantástica, no cambio mi costa colombiana por nada del mundo”.
Regresaría a Venezuela una y mil veces, pero ahorita siente que toda esta tragedia tenía que pasar. “Todos teníamos que salir de Venezuela por una misión y tenemos que aprender a ver y a socializar con otras nacionalidades”.
Afirma que esto que le está pasando al venezolano no es casualidad. “La migración nos ayuda a ser más empáticos, a entender y a valorar mucho más las cosas. Además, he aprendido a cocinar platos que ni en Venezuela sabíamos que se hacía como lo es la posta cartagenera y la mojarra frita con patacón y arroz de coco, aprendimos de todo, hasta otro tipo de léxico”.
También ha aprendido que en la costa colombiana tratan de acuerdo a como los trates. “Si uno se dirige a ellos con amor y con respeto, te darán lo mismo, independientemente de la nacionalidad. Siento que hemos sido bendecidos por las personas con las que nos hemos rodeado”.
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