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Una artista venezolana que abre espacios para el arte de mujeres migrantes

Marisabel Dávila Lobo es una artista multidisciplinaria venezolana radicada en Barcelona.
Marisabel Dávila Lobo es una artista multidisciplinaria venezolana radicada en Barcelona.

Mari Dávila es una artista multidisciplinaria de Venezuela que se abre espacios y, como activista, abre espacios para otras artistas migrantes.

Por Sandra Flores – Periodista Te lo Cuento News

A veces, migrar no es una decisión, sino un proceso que ocurre con naturalidad. Parece increíble, pero así lo visualiza Mari Dávila, una venezolana que ha abrazado su vocación por las artes. Ella es una artista multidisciplinaria que, en la actualidad, es residente permanente en España y participa en el colectivo feminista Feito Por Elas, cuyo objetivo es crear espacios para el arte de mujeres migrantes.

Mari considera que su proceso migratorio fue bastante natural porque varias veces, antes de partir para no regresar a Venezuela, estuvo en otros países.

“Antes de Chávez, yo era adolescente y mi conciencia política no estaba muy educada, pero por mi entorno familiar entendía que había descontento con el sistema político”, explica, y añade: “El año en que Chávez ganó, yo vivía en Alemania y desde ahí parecía una opción socialista con medidas contrarias a la recuperación de Venezuela”. 

Si bien regresó a su patria, volvió a irse para estudiar en Cuba y también estuvo en México, Perú y Argentina. Más tarde, en 2014, se fue a Nueva York sin imaginar que esa partida sería definitiva, porque cuatro años después viajó a Barcelona.

Una artista venezolana por el mundo

Mari nació en Mérida, Venezuela, y su interés por las artes inició hacia 2002. A partir de entonces, participó en un taller de poesía del escritor venezolano Armando Rojas Guardia, hizo cursos de danza en la Universidad Nacional Experimental de las Artes, y realizó talleres de esa disciplina en la Universidad Central de Venezuela.

Tras su estancia en Alemania, regresó a Venezuela y realizó estudios en comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello. Al terminar su carrera, cursó posgrados en literatura comparada en la Universidad Simón Bolívar y de teatro en la Universidad Central de Venezuela. Sin embargo, la vida cambiaba en su patria.

“La idea de que un exmilitar estuviese al mando no me resultaba equilibrada para un sistema democrático”, comenta, “porque la lógica del discurso político solo hacía más profundas las heridas y cicatrices de la violencia y de la corrupción en Venezuela”.

Así las cosas, en 2011 partió a Cuba para estudiar cine en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba.

“Al terminar mis estudios me dio miedo la violencia en Venezuela y, a pesar de las medidas restrictivas y la escasez de productos alimentarios y de higiene en Cuba, preferí alargar mi estadía”, expone.

Con todo, finalmente regresó a Venezuela e intentó formar un colectivo que, con el nombre de La Broma Poética, organizaba eventos en el Teatro Luis Peraza y en plazas abandonadas de la ciudad de Caracas. El objetivo era recuperar espacios públicos a través de las artes vivas, pero llegó el momento de partir de nuevo.

En 2014 tomo el camino de una migrante

Mari no quería seguir viviendo en Venezuela, así que viajó por Latinoamérica. Estuvo en Guadalajara (México), Lima y Cuzco (Perú) y Buenos Aires (Argentina). “Luego me fui definitivamente, aunque sin tenerlo claro, que esa partida sería definitiva”, revela, y agrega: “En 2014 me fui a Nueva York, en Estados Unidos, y ahí viví hasta 2018 en que me vine a Barcelona, España”.

Y es que en Estados Unidos no logró obtener los papeles que le permitieran llevar una vida más estable, con oportunidades para trabajar y estudiar. España, en cambio, le abrió esa posibilidad y estudió en la Escuela Massana de Arte y Diseño de Barcelona.

“Fue ahí donde pude sentir que pertenecía a la ciudad”, expresa la artista, “y me salvé del sentimiento de naufragio que me quedó al salir de Nueva York”.

Lo cierto es que, aunque su proceso migratorio ha fluido de manera natural, no se ha salvado de las dificultades que atraviesa cualquier migrante. El desafío, dice, es cubrir las necesidades básicas, pero también las más sutiles que no son menos urgentes: la estabilidad emocional y la expresión artística.

Abre espacios para mujeres migrantes

En 2023, enfrentó problemas graves de salud y recibió el diagnóstico de un padecimiento crónico, sin embargo, justamente por eso, considera que lo mejor que le ha ocurrido hasta ahora es estar viva.

“Gracias a que estoy viva he encontrado a otras personas vivas y he hecho vínculos; he aprendido, he estado sola y he podido ver más de mí misma que en ningún otro momento”, sostiene, y añade con sabiduría: “Ser anónimo me ha regalado ser lo que me da la gana, volver a crearme y también sentirme ínfima”.

Y es que, como artista migrante, ha experimentado una percepción amplificada de su realidad. Por una parte, mantiene la visión de su origen pero, al mismo tiempo, se abre a la visión de la cultura a la que llegó.

“Una se hace como transparente en la ciudad que habita sin habitar”, expone, “desconoces el tejido cultural y eso hace más invisible tu existencia, pero también está el temor de ser olvidado en tu lugar de origen y desaparecer del todo”.

Sin embargo, porque ha sido difícil, ella trabaja para abrirse espacios y abrirlos a otras personas. Desde su activismo en el colectivo feminista Feito Por Elas, contribuye a crear espacios para la expresión artística de otras mujeres migrantes.

Mari valora el regalo del “ahora”, y aunque el tratamiento de su enfermedad le impide viajar a Venezuela, aguarda con esperanza el momento de volver a visitarlo.

“Antes de mi diagnóstico, sentía la necesidad de volver a visitar la luz de los cielos del Caribe”, afirma, y concluye: “Mientras me recupero, veo cada día más posible volver a visitar Mérida, el Ávila y Chuao, las cascadas y saltar en el pozo Esmeralda del Paují”.