Por Luis Daniel Álvarez V.
Doctor en Ciencias Sociales. Periodista e Internacionalista. Magister Ciencia Política y Educación
El título de este artículo puede generar alarma, sonar extraño o resultar curioso. Tiene estructura de denuncia, de cuento, de terror o de una historia relacionada con el devenir de la cotidianidad latinoamericana. En realidad, el título encierra un poco de lo anterior, pues el proceso de convalidación en Colombia de los títulos académicos de los venezolanos se ha convertido en una odisea cuyo desarrollo es un ejercicio oneroso, altamente complejo y de resultados inciertos.
Si bien es cierto que Colombia podría aprovechar el potencial tecnológico y laboral de los venezolanos, los trámites para la concreción del proceso son sumamente difíciles, encontrándose el aspirante con la controversia de que en algunos casos las carreras no se denominan de la misma manera o en Venezuela se consideran licenciaturas mientras que en Colombia tienen rango de técnico.
Frente a ello, lejos de buscar una solución que puede encontrarse simplemente analizando a fondo el caso, el funcionario, bien sea por hastío, exceso de trabajo o ligereza, rechaza la solicitud aduciendo que no es la misma disciplina.
Otro factor que surge es que a los venezolanos se les exigen documentos apostillados, procedimiento altamente costoso y complicado en Venezuela. Mientras en Colombia ese trámite es rápido, para los que tengan documentos venezolanos es sumamente difícil. A esta coyuntura se une el agravante de que muchas de las personas que llegan a Colombia lo hacen con los documentos en una versión básica, por lo tanto, tendrían que retornar a territorio venezolano para que se le coloque la apostilla a sus papeles.
El sistema colombiano tiende a repetir que es amigable para los venezolanos migrantes, cuando no es así. Lamentablemente, bien sea por inexperiencia, exceso de expectativas, desorden o simplemente propaganda, no se le facilita la vida al migrante, lo cual afecta al sistema colombiano, pues una administración eficiente y diáfana puede ser el eslabón que facilite una gran cantidad de procesos que permitan tener unas instituciones aliviadas que puedan ocuparse de varias tareas.
Reiteramos que Colombia tiene en sus manos la posibilidad de insertar plenamente una fuerza laboral que ayude a paliar las necesidades del país, tal como lo aplica Chile con los médicos que, luego de comprobada su calidad docente, son enviados a zonas remotas para que ejerzan. Es fundamental aclarar que no se aspira que la mano de obra y los profesionales venezolanos sustituyan a los colombianos, sino que se complementen. Por ejemplo, ¿por qué no pensar en una gran política agraria colombiana con salud, educación, información, veterinaria, servicios y asesoría en agronomía? Allí la migración puede jugar un papel primordial, ser útil y colaborar.
En las manos colombianas, o más bien en sus normas y actitudes, está la posibilidad de cambiar. No hacerlo es desaprovechar una oportunidad fascinante.
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