Luego de pasar por varios trabajos y muchas dificultades, Patricia Verano y su esposo encontraron en una tradición familiar, adaptada a su nuevo país, la oportunidad de construir un negocio exitoso.
Por Keilyn Itriago Marrufo – Te lo Cuento News
Sonó el teléfono. La pantalla decía “número desconocido”, pero ella igual contestó. ¡Puede ser un cliente!, pensó. Sí, buenas noches. -Hablo con Patricia Verano-, preguntaron al otro lado. Sí, con ella misma. -He probado tu producto y está buenísimo, mujer. Lo quiero en mi negocio-.
Sí, era una llamada de un cliente y no de cualquiera. Era la que había estado esperando desde hace 6 meses, cuando se le metió la idea en la cabeza de que su producto pudiera exhibirse en las vitrinas de una de las carnicerías más lindas de Monterrey, una ciudad al norte de México. Y estaba hablando con “el mero dueño”.
Era definitivamente una puerta que se abría a un mercado más grande, que luego de dos años suma actualmente más de 60 establecimientos en los que están presentes ‘Chorizos La Loyera’.
Patricia Verano es administradora de empresas y mercadóloga, a eso se dedicaba en Venezuela. Pero su realidad cambió hace casi 7 años cuando decidió migrar al país azteca. Con maleta en mano y dos hijos llegó a Acapulco.
“Yo no tenía nada. Viví de lo que conocidos me daban. Los maestros de la escuela de mis hijos, a quienes les estaré eternamente agradecida, me consiguieron desde los uniformes hasta los útiles escolares. Dios obra de diferentes maneras y ha puesto gente maravillosa en mi camino. Imagínate que un día no tenía nada en la nevera y me llegó una señora con una bolsa de comida a la puerta de mi casa”.
Después de dos meses de desempleo, por fin consiguió trabajo en el área de telemarketing de un hotel vendiendo tiempo compartido, ganando entre 20 y 25 dólares semanales. “Pero yo con eso resolvía la semana, compraba mi bandejita de muslitos de pollo, un kilo de arroz, un kilo de harina, un aceite, azúcar y café, si me alcanzaba”, cuenta.
Unos meses después logró un ascenso a otro departamento y consiguió ganar un poco más. Luego, se sumó el sueldo de su esposo, Héctor Medici, quien la alcanzó en Acapulco y consiguió trabajo en un restaurante lavando platos. El panorama fue mejorando y gracias a su profesión de ingeniero en seguridad industrial, Héctor consiguió trabajo en Monterrey, “y allí fue cuando nos mudamos y comenzamos de nuevo”.
Patricia arrancó vendiendo casas en una inmobiliaria. Pero, a los dos años llegó la pandemia “y en vista de la incertidumbre y del miedo, mi esposo y yo decidimos emprender este negocio de chorizos para asar. Acá en Monterrey tienen una tradición muy linda que para todo evento o festividad hacen mucha carne asada, parrilla y generalmente lo acompañan con salchichas. Entonces pensamos que sería bueno hacer chorizos”.
Aquello no era del todo ajeno, sus suegros Jesús y Magdalis tenían una finca en Venezuela: La Loyera, y fueron ellos quienes le ayudaron a hacer los primeros chorizos durante la navidad que fueron a pasar a Monterrey. “Por eso el nombre del producto. Decidimos rendir tributo a lo que fue el trabajo y esfuerzo de mis suegros de tantos años”.
Patricia y Héctor querían hacerlos, por supuesto, con la sazón venezolana, pero también amigable al gusto y al paladar del mexicano para poder atrapar a la clientela. Desarrollaron entonces tres sabores de chorizos y con chiles los tres: chile jalapeño, chile piquín y chile chipotle.
Los primeros los compartieron con vecinos y amistades y ellos le dieron el visto bueno. “Entonces yo le digo a mi esposo, nunca se me olvida, fue un día, el lunes, voy a una carnicería a ofrecer el producto, a ver cómo nos va. Él se fue a su trabajo y yo llegué a la carnicería, le ofrecí el producto y el señor me dijo: ‘Bueno, déjame cuatro paquetitos’”. Y así fue tocando puertas, dejando muestras, visitando nuevamente, trabajando, trabajando mucho.
Ese trabajo ha sido completamente familiar. La mamá de Patricia, Mayela Díaz de Verano, es también un pilar fundamental en el negocio y hasta Héctor David, a sus 17 años, ayuda en el proceso de empacado cuando no está en la preparatoria. Pronto se sumará el más pequeño, Enzo Gabriel.
Patricia cuenta que no ha tenido ningún rechazo por ser extranjera. “Yo creo que estoy donde tengo que estar, en el país que me ha dado la oportunidad de ser, de tener y de que mis hijos tengan oportunidades. Yo me considero ganadora”.
De hecho, el grueso de su público es mexicano. “El tiempo me ha dado la noticia de que el producto gusta y estoy muy agradecida. He tenido la fortuna de coincidir con gente muy, muy linda. Mis clientes son maravillosos. No sabes el agradecimiento que le tengo”. Con ese picante tan sabroso se han metido no sólo en los asados de los mexicanos, sino también en el corazón de ellos, porque las parrillas en Monterrey son para ellos un sinónimo de familia, de unión. De ahí su eslogan: “Lleva tus carnes asadas a otro nivel”.
Y a otro nivel también quieren llevar sus chorizos. Actualmente, están en establecimientos de muy buen renombre, “pero quiero estar en una de las grandes cadenas de supermercados de acá de Monterrey”, dice Patricia con la certeza de que si ha logrado mucho, puede lograr más.
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