En su empresa de construcción, los hermanos Uzcátegui trabajan con ecuatorianos, pero también les gusta emplear venezolanos que como ellos busquen con su trabajo honesto salir adelante.
Por Diliver Uzcátegui – Periodista Te lo Cuento News
En Quito, Ecuador hay una empresa de construcciones especializada en trabajos de remodelación y proyectos de cimentación que nació de la mano de un joven merideño de tan solo 24 años que emigró de su Venezuela natal, dejando a medias sus carreras de arquitectura e ingeniería porque la situación país no le permitía concretar sus sueños.
Aquel muchacho que emprendió su viaje sin que nadie lo esperará para recibirlo en Ecuador, y contando los centavos es David Guillermo Uzcátegui Márquez, el menor de cuatro hermanos, hijo de un maestro en construcción y una ama de casa.
Durante su travesía de 4 días en bus, tuvo tiempo suficiente para llorar por quienes dejaba atrás. A medida que se sumaban los kilómetros de distancia, entre su destino final y su hogar, encaró sus miedos, la mayoría producto de saber que enfrentaría un mundo desconocido y solo con Dios a su lado, como afirma David.
En el bus donde iba, se escuchaban las voces de otros paisanos que como él estaban apostando su familia, hogar y país por un futuro mejor. Mientras escuchaba los acentos de todos aquellos hermanos de aventura, David se mentalizó en cómo afrontaría cada reto, porque la meta que tenía era lo único claro: salir adelante con el oficio que heredó de su padre.
“Crecí en un hogar con valores cristianos, dónde se hablaba de emprender y se nos instruía en materia de construcción para formar una empresa en este ramo junto con papá y mis hermanos, pero al no ser posible en mi país, me negaba a no hacer realidad ese sueño”.
El primer trabajo
David cuenta que el 26 de noviembre de 2017, cuando en la madrugada llegó a Quito, se sintió mal porque nadie lo esperaba, pero se dijo a sí mismo que Dios lo ayudaría y buscó una iglesia para pedir ayuda desde allí.
Al llegar a aquel templo, “una señora me preguntó hacía dónde viajaba y le dije que esa ciudad era mi destino, que acababa de llegar de Venezuela, y estaba buscando trabajo. La mujer habló con el Pastor de aquel lugar y pronto este se me acercó para decirme que él no quería ayudar a más venezolanos porque justo un día antes, en pleno servicio, había sido atacado por un paisano”.
Apenado por un mal acto cometido por otro venezolano, las mejillas de David se sonrojaron mientras escuchaba al Pastor. No obstante, nunca perdió su humildad y se mantuvo con fe durante el sermón que aquel hombre le daba hasta que finalmente le dijo: “siento que debo ayudarte”.
El Pastor esa misma mañana y en pleno templo, lo puso en contacto con la dueña de una constructora, quien le dijo que acudiera al día siguiente a ese lugar, pues desde allí lo llevaría a la obra donde trabajaría.
“Mi corazón se aceleró cuando la señora me ofreció el trabajo. Me sentí agradecido. Le di gracias a Dios, había resuelto mi primer pendiente. Ahora debía conseguir dónde pasar la noche”.
Al terminar su visita a la iglesia, David se dirigió a un parque de la ciudad que quedaba cerca. “Pensé pasar la noche en aquel parque y ya al día siguiente con el trabajo vería que haría, no me quedaba de otra, lo que no podía era ser impuntual en aquella primera cita de trabajo”.
Pasaban las horas en el parque y David se cruzó con una familia de venezolanos que se detuvieron a hablar con él, le invitaron a comer en un restaurante donde pudo acceder al WIFI, recibiendo la buena noticia que una familia de conocidos le daría hospedaje esa noche.
La responsabilidad y la meta clara
En aquel trabajo que consiguió en el templo, David duró dos años y medio. Aprendió de la jerga de construcción del ecuatoriano, sus materiales, herramientas y técnicas de trabajo. Si bien llegó como vigilante, pronto mostró sus conocimientos y terminó siendo la mano derecha de la dueña.
“Había un maestro de obra ecuatoriano que desde el primer día me puso el ojo. Me obligaba a lavarle su carro fuera del horario de trabajo. Nunca me quejé. Yo necesitaba experiencia y aprender, pero una vez que tuve esto decidí emprender”.
David, con su objetivo en mente, nunca derrochó su dinero. Cada vez que podía, ahorraba y compraba herramientas en función de su anhelo de independizarse. Lo primero que compró fue una máquina de jardinería y probó con esto.
Más adelante, cuando apenas tenía 24 años, registró su empresa “Construcciones Uzcátegui”, la cual comenzó con pérgolas y poco a poco, fue sumando más servicios al tiempo que iba comprando más y más herramientas.
Actualmente, David tiene 28 años y junto con su hermano mayor, quien emigró luego, sacan adelante los diversos proyectos que asume la empresa para clientes alemanes, japoneses, coreanos y ecuatorianos.