Joselyn Quero viajó a Cúcuta, justo antes de la pandemia, huyendo de la inseguridad y las dificultades económicas en Venezuela. Aunque le hacen falta muchas cosas de su país, entre sus planes no está regresar.
Por Diliver Uzcátegui – Periodista Te lo Cuento News
Originaria de Valera, estado Trujillo, la historia de Joselyn Quero en Colombia, comenzó en vísperas de declararse la pandemia por el coronavirus.
En Venezuela, aunque es ingeniero en computación, se desempeñaba como comerciante o empresaria, siendo los negocios de la gastronomía y la ferretería los ramos en los que ella junto con su esposo (de nacionalidad colombiana) incursionó.
“Nos iba bien, trabajábamos de sol a sol. Sin embargo, de la noche a la mañana el esfuerzo no se compensaba con la ganancia, a lo que luego se sumó la inseguridad social y la extorsión de la que fuimos víctimas”.
Todo lo anterior, aunado a la deficiencia en la educación para sus hijos y la calidad de vida cada vez más precaria, hizo que Joselyn y su esposo se plantearan vivir en Colombia como una oportunidad de darle una mejor calidad de vida a los suyos.
La pandemia y su crisis
Ella llegó a Cúcuta con sus dos niños (de 1 y 10 años), y su esposo se quedó en Trujillo, haciéndose cargo de lo dejado allí. Joselyn no tuvo tiempo de hacerse con una idea de cómo eran las rutinas en esta ciudad cuando se declaró la pandemia y “por un año viví con mis hijos encerrados, saliendo una vez por semana para abastecerme de lo básico”.
El duelo por el éxodo lo vivió junto con la pandemia, relata que hubo momentos fuertes, de esos que te doblan las piernas, pero, “no era tiempo para darse por vencida, no era una opción por cuanto aun cuando estaba lejos de mi esposo, ambos nos propusimos salir adelante, resistir por nuestros hijos”.
Esas nostalgias por lo venezolano
Se suele decir que Cúcuta es el patio trasero de Venezuela, la cultura de Norte de Santander y el Táchira se sienten como una misma, y para algunos no hay diferencias notorias entre ambos países.
Sin embargo, Joselyn Quero, cuando por fin salió del encierro y empezó a convivir con los cucuteños, descubrió que la gastronomía de los Andes venezolanos y la de su nueva ciudad son diferentes. “Extrañaba la sazón de mi tierra, tú sabes los pasteles sin arroz, gustositos, nuestra malta, el sabor y textura de nuestros quesos, entre otros”.
Cuando fallecieron dos tíos y viajó a Valera a despedirlos, pero al llegar: “Me encontré con un pueblo fantasma. Negocios cerrados, calles solitarias en hora pico, y un doloroso silencio que nada tenían que ver con lo que era mi ciudad. Encontrarme con ese panorama, me conmovió, al tiempo, que el reencuentro con mi poca familia que quedaba en Venezuela me vitalizó, pero también me recalcó los motivos por los que emigre y por los que debo mantenerme firme en esto y salir adelante”.
Reinventarse en Colombia
“Yo no me veo regresando a Venezuela, prácticamente ya no me queda nadie allí”, dice Joselyn con una mirada que se muestra segura, pero se baña brevemente de esos sentimientos propios de quien se sabe con un solo camino por seguir.
En la actualidad, junto con su esposo, saca adelante un negocio de bicicletas y de pasteles en Cúcuta. “Cuando me preguntan sobre cómo es vivir fuera del país, yo les digo la verdad: tienes que esforzarte más por todo lo que deseas, pero tu trabajo lo ves compensado. Es cosa de organizarse, administrarse bien y ser constantes con tu propósito. Nada es regalado, pero tienes calidad de vida, por lo que pagas”.