Quienes degustan sus preparaciones, no tienen idea de las circunstancias por las que Yamile Carreño, su esposo y su hijo han tenido que pasar.
Janett Heredia – Periodista Te lo Cuento News
Vacacionar, divertirse y conocer era lo que pretendía Yamile Carreño en octubre de 2019, cuando empacó sus maletas para pasar unos meses en Colombia. Llegó a Cartagena de Indias con su hijo Daniel la víspera del cumpleaños de Elimay, la hija mayor, radicada en la ciudad costeña y a quien no veían desde hacía dos años y medio.
Había programado el disfrute de varios periodos de vacaciones que tenía pendientes en su antiguo empleo; con el fin de pasar con ella Navidad y fin de año. Su hijo Daniel regresó a Caracas en noviembre, pero en diciembre su esposo, Rodolfo Morales, viajó al encuentro de las dos mujeres.
Durante las primeras semanas de 2020, el “¡mamá, papá, no se vayan!”, de su hija se tornó tan repetitivo como una letanía. “La cosa está difícil allá (en Venezuela)”.
El matrimonio Morales Carreño no contemplaba la posibilidad de quedarse en Cartagena, pues Daniel aguardaba por ellos en Caracas… y hasta el sol de hoy sigue esperando porque al desatarse la pandemia del Covid 19 el retorno pasó a ser una posibilidad remota.
Creaciones Danely
Cuando estalló la emergencia por el Covid, Yamile, su esposo Rodolfo y su hija Elimay, que estaba cesante por la pandemia, pusieron manos a la obra para la elaboración de un alimento que, haciendo honor a su nombre, se vendió como pan caliente, a pesar de que abundaba la competencia. Sus panes eran artesanales; unos aliñados con orégano y otros rellenos de chocolate o de arequipe.
Las ganancias, única vía de ingresos durante esa temporada, no solo garantizaron el sustento del hogar, sino hasta una bicicleta que ayudó a expandir el negocio, garantizando la entrega a domicilio en sectores que no podían recorrer a pie.
Desde que fue restablecida la “normalidad”, Elimay retomó su empleo como Bartender; Rodolfo se ha desempeñado como taxista y Yamile mantiene la vigencia de Creaciones Danely, una iniciativa de repostería que en Venezuela les reportaba ingresos.
En días de Navidad los Morales Carreño alegran la mesa de su clientela con hallacas, pan de jamón y ponche crema.
Quienes degustan sus preparaciones no tienen idea de las circunstancias que han debido sortear, como la estufa que tuvieron que trasladar desde Venezuela, porque les resultaba más barato pagar un flete de Caracas a Cartagena que comprar una en Colombia. O la odisea de Rodolfo recorriendo fincas en busca de las hojas de plátano, para no caer en el sacrilegio de cambiar el envoltorio de las hallacas.
Fortaleza y resistencia
La mujer alegre y resuelta que observamos a lo largo de la entrevista muestra otro semblante al reflexionar sobre los cambios que ha debido afrontar fuera de su país. Su voz se quiebra al contener el llanto mientras busca las palabras que definan lo que siente.
“Jamás pensé que pudiera haberme visto en esta situación, como migrante. A veces me gana la añoranza por mi vida en Venezuela”.
Es que el verbo “regresar” se pronuncia fácil; pero llevarlo a la acción no ha dependido solo de ella. Como millones de venezolanos, se encuentra en una encrucijada sin ver ninguna ruta que la devuelva a la vida que llevaba unos años atrás, con un empleo estable, calidad de vida y, sobre todo, conviviendo con sus seres queridos.
Es su faceta de madre la que ha resultado más vulnerada. Si se queda en Cartagena deja de compartir con su hijo Daniel, más si vuelve a Caracas dejará de ver a su hija Elimay. Le preocupa dejarla sola a sabiendas de que trabaja largas jornadas.
Sin dudar, reconoce que ha ganado en fortaleza y resistencia; pero continúa librando una batalla contra la nostalgia. Su esperanza es volver a casa.