Una tragedia le truncó a Andreivy Contreras su propósito de trabajar en Estados Unidos para comprar su casa en Venezuela. Ahora su mamá lucha para que pueda volver a ser el mismo.
Por Miguel Cardoza – Periodista Te lo Cuento News
Andreivy Moisés Contreras Márquez es un joven venezolano de 26 años. Nació y se crio en el seno de una familia conservadora en el estado Miranda. En busca del sueño americano y empujado por las dificultades económicas en Venezuela, decidió emprender su camino hacia Estados Unidos, por lo que vendió su moto y su casa.
La imposibilidad de viajar vía aérea, debido a temas de visado y los altos costos, lo llevó a optar por desafiar los peligros de la selva del Darién, que comunica a Colombia con Panamá. El territorio inhóspito y el desafío a la muerte por las complejidades del terreno y las bandas criminales que delinquen en la zona no lo detuvieron en su objetivo.
Después de atravesar el tapón, cruzar Centroamérica, llegar a México, pudo entrar al estado de Texas y lo acogieron en el refugio Centro Obispo Enrique San Pedro Ozanam de Brownsville, donde estuvo poco tiempo, de acuerdo a lo que pudo averiguar su mamá, Nancy Márquez, quien se había quedado en Venezuela. Pero ese poco tiempo ahí era el preámbulo de una tragedia que le marcaría un destino muy distinto al que se había planteado.
Los días de desesperación
El domingo 7 de mayo de 2023 salió del refugio y estaba sentado en la parada de buses, esperanzado para comenzar a vivir en pleno el inicio del sueño americano. Pero eso no fue posible por un episodio que pasó a ser internacionalmente conocido. Un conductor atropelló a varios migrantes, dejando muertos a 8 de ellos.
Los videos se hicieron virales muy pronto, pero horas después las perturbadoras imágenes llegaron al teléfono de Anderson Contreras Márquez, el hermano mayor de Andreivy, quien fue el encargado de darle la noticia a su mamá.
“Él supo por las redes sociales y me avisó a las 9:00 de la noche del mismo día del suceso”, recuerda Nancy. Desde ese momento comenzó el suplicio, saber si estaba vivo era la principal tarea que asumió como una madre desesperada.
Con las horas comenzaron a aparecer las listas de fallecidos y heridos. Su hijo no había muerto. Como cristiana, califica esto como el primer milagro que esperaba tras el hecho. Pero la angustia no desaparecía porque ahora su hijo quedaba convaleciente y no tenía a nadie que velara por él.
Aferrada a Dios, buscaba opciones y se trasladó a Bogotá con la finalidad de suplicar porque la Embajada de Estados Unidos en Colombia, que también despacha para Venezuela, accediera a darle una visa humanitaria. En la sede diplomática le hicieron la evaluación, pero le negaron el documento, al igual que a María Rodríguez, madre de Cristian Sangronis; y a Karina Bustamante, hermana de Richard Bustamante. Ellos fallecieron en el accidente.
En medio de la tristeza y confusión por medio de una entrevista periodística, conoció de la Fundación ‘Juntos se puede’ y aunque el caso era atípico, comenzaron a brindarle asesoría, hasta que lograra reunir la documentación para que le permitieran el ingreso a Estados Unidos y garantizarles un vuelo humanitario.
Al lograr ese apoyo y ser testigo del segundo milagro, poder viajar, cuando hasta la visa le habían negado, era un gran aliciente para Nancy, poder ver y tocar a su hijo.
Él estuvo dos meses y tres días hospitalizado. Ya está en recuperación, pero ahora hay que aferrarse a esperar el tercer milagro. “Su estado físico ha mejorado, pero mentalmente quedó muy afectado. Aún no me reconoce a mí que soy su madre y lo estoy cuidando. No reconoce los objetos y recuerda solo cosas de 6 años atrás. Es impresionante como le cambió la vida”, cuenta la madre con dolor.
“Ha sido muy duro luchar día y noche con esto que jamás esperé vivir en mi vida como madre. Mi familia queriendo ayudarme, pero están tan lejos que se escapa de las manos”, confiesa con evidente tristeza.
La fe de ella y su familia es el refugio en medio de la tempestad. Están aferrados a un milagro.