Analizar las migraciones cuando realmente nos tocan en nuestra cotidianidad es indudablemente un proceso que cuestiona los cimientos de lo que teóricamente conocíamos sobre lo que ocurría en otros países y regiones del mundo. Colombia, con excepciones como la migración en el siglo pasado de ciudadanos del medio oriente que hoy son ejemplo de integración plena a nuestra sociedad, no había vivido una situación ni siquiera parecida.
Nuestra experiencia más cercana es la del desplazamiento interno, claramente determinado por la violencia política, económica y de actores armados en el campo, que ha engrosado los cinturones de miseria e incrementando la desigualdad en las ciudades y cabeceras municipales. También la migración al exterior en busca del sueño americano, europeo o venezolano, forzado por la ausencia de oportunidades económicas o por la violencia en la mayoría de los casos. Se calcula que la quinta parte de nuestra población vive en el exterior.
En lo interno, el epicentro de nuestra angustia son las víctimas del desplazamiento y nuestro mayor logro fue haber suscrito un acuerdo de paz con el que se pretende responder desde las instituciones con la búsqueda de la verdad, la justicia especial y transicional y la necesaria reparación a las víctimas. Hasta ahora esos eran los objetivos fundamentales.
Pero la discusión ahora no son las víctimas sino defender las aspiraciones de los victimarios, para evitar a toda costa que se conozca la verdad de nuestra tragedia y se protejan los intereses de quienes se niegan a participar en cualquier proceso de reconciliación. Aunque parezca increíble es la discusión actual y esas mendaces aspiraciones son apoyadas por una importante minoría de la población colombiana, eso sí: beligerante y fanática.
Y si a esos desplazados internos, que se calculan en más de siete millones de personas, adicionamos algo más de un millón de venezolanos que han ingresado al país, estamos hablando casi de una quinta parte del censo poblacional. Los segundos agravan la problemática pero no son los que explican la terrible situación que se vive en nuestro país.
La deuda social y económica con las víctimas de la violencia y el desplazamiento interno y externo es inmensa. Pero la caracterización del drama de los migrantes es similar a la de nuestras víctimas. Los expulsa de su país la violencia económica y social, engrosan el desastre humanitario y demandan el cumplimiento de derechos humanos universales que equivocadamente pensamos que son simplemente locales.
El estado y la sociedad en su conjunto no pueden seguir pretendiendo efectuar una estratificación de las víctimas del conflicto interno o aquellos desplazados del increíble deterioro de la economía venezolana y de su tragedia humanitaria absurda e irracional.
La solución es profundizar en los procesos de paz para poder pasar la página en la búsqueda de un proceso de desarrollo sostenible y sustentable, con políticas públicas de integración, generación de empleo y emprendimiento, de incorporación de los desplazados a los circuitos formales de la protección social, la salud y la educación.
“Olivos y aceitunos todos son unos”. Lo que une a los desplazados y a los migrantes son sus carencias, no sus diferencias. La solución a sus demandas es de largo plazo, de integración virtuosa a los circuitos del desarrollo, con el diseño de políticas públicas de integración social y productiva. Colombia exige una respuesta a las víctimas del desplazamiento sin diferencia de nacionalidades. Lo fundamental son las víctimas.
No a la guerra y la xenofobia. La tragedia del desplazamiento económico, político o social no tiene nacionalidad. Orientemos nuestros esfuerzos al diseño de una estrategia de desarrollo que genere “círculos virtuosos” de incorporación social y productiva de las víctimas.
*Profesor universitario y director de la Cámara Colombo Venezolana.
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Por: Germán Umaña Mendoza GermanUmanaM