Ha generado amplia expectativa el pronunciamiento de 13 de los 14 países del Grupo de Lima, que exhortó a Nicolás Maduro para que no asumiera la Presidencia por un nuevo período y traspasara el poder a la Asamblea Nacional. Igualmente, esta organización decidió no reconocer a partir del 10 de enero al Gobierno encabezado por él. México no se adhirió a la declaración formulada aduciendo el principio de no intervención. Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, respaldó la posición del Grupo y también un pronunciamiento similar de la Unión Europea.
Asimismo, Colombia, en nombre de Argentina; Chile; Estados Unidos; Costa Rica y Perú han distribuido -en el marco de la Organización de los Estados Americanos (OEA)- un proyecto de resolución sobre la situación de Venezuela, considerado en una sesión extraordinaria que se agendó para el mismo día de la posesión de Maduro. Debe señalarse que no está patrocinada por México ni por Brasil.
Aunque lo deseable -especialmente para Colombia- sería que el llamamiento internacional fuera acogido, se evidencia que eso no va a suceder, al menos en el futuro inmediato. No hay que olvidar que el tutor del Gobierno venezolano es Cuba -que ya pasó por ese trance- y que no solo se mantuvo sin relaciones con los países de América Latina y el Caribe durante muchos años, sino que fue objeto de un severo bloqueo por parte de Estados Unidos -que ningún efecto práctico causó-.
En esa oportunidad -y no dentro de un grupo de países, sino en el marco de la OEA- México no se adhirió a ese mandato de la Organización, que distaba mucho de ser una simple declaración de un grupo de Estados -por más importantes que sean-. Parece pues que más de medio siglo después, en alguna medida se están repitiendo los hechos.
Es obvio que precisamente en la conmemoración de los 60 años del triunfo de la Revolución impulsada por Fidel y Raúl Castro, Cuba no va a abandonar a Venezuela -sería una derrota política-. Además, Venezuela no solamente es un país que está apuntando al socialismo, sino que está militarizado integralmente. Se sabe que mientras los militares estén con Maduro, el régimen prevalecerá.
Coincide también el inicio del nuevo período de Maduro con la posesión de Bolsonaro en Brasil -que, aunque ha generado importantes apoyos en el mundo, ya cuenta con numerosos opositores y críticos que no dudan en señalarlo de reaccionario-. Se establece pues un agudo contraste con Maduro en el escenario hemisférico y no es imposible que paulatinamente conduzca a la polarización en el continente.
Por otra parte, pese a la posición que tiene el Gobierno colombiano de acoger y ayudar a los migrantes venezolanos y a la buena voluntad que ha mostrado la población – en términos generales- hacia ellos, se va percibiendo en el país un sentimiento no de xenofobia, sino de molestia porque los servicios de salud y de educación en algunas regiones no están dando abasto por la cobertura dirigida a los venezolanos.
A eso se agrega la frecuente aparición de ciudadanos venezolanos -con determinadas condiciones- envueltos en delitos, en momentos en los que la inseguridad parece incrementar. Las afirmaciones de las autoridades locales son contrarias.
Para alivio de males, aparentemente la oposición venezolana no ha logrado aún la unidad.
Para Colombia, más que para cualquier otro estado, lo deseable es que Venezuela sea una nación próspera, porque nuestra suerte seguirá atada de manera irreversible a Venezuela.
*Decano de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. Diplomático colombiano y doctor honoris causa en Derecho y Jurisprudencia.
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Por: Julio Londoño Paredes