AMarinely Oviedo se le quiebra la voz cuando narra que la crisis de Venezuela literalmente le ha arrebatado todo, hasta la vida de una de sus hijas. Para poder alimentar a su familia está rematando la vivienda obtenida con el sacrificio de 45 años de trabajo como abogada, ingeniera y docente universitaria. Los ojos se le llenan de impotencia porque en su mesa solo puede servir caldos, arepas y arroz, sin proteínas; un drama que padecen millones de venezolanos.
Ella tiene 65 años y vive en la ciudad de Barquisimeto, en el suroccidente de Venezuela. Su salario es de tres dólares, unos 870 mil bolívares, es decir, 12 mil pesos colombianos aproximadamente; un ingreso quincenal que apenas le alcanza para comprar una cubeta de huevos y un kilo de queso.
La situación económica de esta docente de postgrado de la Universidad Nacional Experimental Politécnica Antonio José de Sucre comenzó a empeorar desde el año 2013, cuando el gobierno de Nicolás Maduro desconoció los convenios laborales en las universidades y les quitó el sueldo como profesionales con estudios de cuarto y quinto nivel (postgrados), dejándolos con un ingreso mínimo igual que el personal obrero.
Como una especie de catarsis, el pasado 8 de agosto, Marinely escribió en su cuenta twitter un mensaje que se viralizó, y que hasta este martes, el trino tenía más de 6.400 mil RT, 10.900 likes y casi 900 comentarios.
Cuando liberen fronteras voy a huir En 2 años perdí padres hija ahorros carro salario salud y estoy rematando mi casa para poder alimentar a la familia Tengo doctorado maestría y dos posgrado pero soy muy pobre gracias a Maduro y su cartel Me llevo mi dignidad— lawyerengineer???????? (@lawyerengineer) August 8, 2020
El salario se le vuelve sal y agua entre sus manos cada 15 días, solo le permite completar el dos por ciento de una canasta básica que cuesta 300 millones de bolívares, en un país donde una de cada tres personas pasa hambre, según afirma un estudio del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, publicado en febrero pasado.
Para medio hacer mercado, ella ha tenido que vender sus joyas, obtejos más preciados, electrodomésticos y hasta su vehículo. El deterioro de la calidad de vida de los venezolanos se agudiza cada vez más por una hiperinflación de 2.300 por ciento (la más alta del mundo), y una dolarización no oficial de la economía del país más rico en reservas de petróleo, que paradójicamente alcanza un 96,2 por ciento de pobreza total, un número que aumentó en relación con el presentado en 2018 (92,6 por ciento), de acuerdo con la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela.
La angustia de no saber cómo cubrir los gastos de alimentación en los meses por venir la llevó a tomar la difícil decisión de poner en venta su casa, su único patrimonio y lo que sería la herencia de sus hijos. “Con pesar la estoy rematando para poder comer y comprar mis medicinas. Le bajé el 40% de su valor y espero venderla pronto para irme de Venezuela“, lamenta.
Sobre los planes de abandonar su país cuando finalice la pandemia y abran las fronteras —como lo han hecho cinco millones de venezolanos desde el año 2015— Oviedo espera seguir los pasos de sus hermanos, sobrinos y de su hijo mayor, quien vive en Argentina desde hace tres años. Salir huyendo es la única opción que contempla, ya que no vislumbra un cambio político ni a corto ni a mediano plazo.
“En Venezuela vivimos un horror, una era casi apocalíptica”, así sintetiza Marinely el deterioro de su calidad de vida. En el sector donde reside —en la capital del estado Lara— tienen un año y medio sin electricidad en las noches, seis de cada siete días a la semana; los apagones son constantes desde 6 de la tarde hasta 1 o 2 de la madrugada. Desde hace siete meses no cuentan con servicio de gas doméstico por tuberías, por lo que tienen que adquirir bombonas (cilindros) a elevados precios en dólares; el agua solo les llega un día a la semana, y el servicio de internet se va varias horas en el día, y de noche nunca tienen. Ya no pueden ver televisión por cable porque la compañía Directv se fue del país debido a problemas con el Gobierno por la parrilla televisiva.
La situación en Venezuela empeoró cuando inició la pandemia, a mediados de marzo. El sistema de salud, que ya estaba colapsado desde hace varios años, se terminó de agravar por la falta de servicios públicos, escasez de medicinas y los bajos sueldos obligaron a emigrar al 60% de los médicos y enfermeras. La mayoría de los hospitales están destruidos en sus infraestructuras, si un paciente ingresa el familiar debe llevar las medicinas, buscar dónde hacerle exámenes de laboratorio, y pagar en dólares todo lo que necesite; desde un algodón hasta los insumos quirúrgicos de una cirugía.
Según cuenta Marinely, ya es común en Barquisimeto ver caminando a grandes grupos de trabajadores por las autopistas, en vista de que desde hace un año no funciona el transporte público por falta de repuestos y gasolina. Las filas de vehículos en las estaciones de servicio son kilométricas, no solo en este estado sino en casi todas los ciudades del país. Hay personas que caminan hasta 60 cuadras para llegar al trabajo, ella afortunadamente vive cerca, y solo camina 20 cuadras para asistir a la universidad donde dicta clases.
De la otrora Venezuela, esta larense extraña que antes se podía construir un futuro y una estabilidad familiar con trabajo y esfuerzo. Pero todo ese sueño se le esfumó cuando una de sus hijas gemelas se quitó la vida en septiembre de 2019, producto de una severa crisis depresiva que estalló en medio de un apagón de siete horas.
Marinely aspiraba ver a Venezuela tomar otro rumbo, y por eso no emigró hace cinco años, cuando comenzó la diáspora venezolana que se expandió por todo el mundo. La experiencia con la depresión y la muerte de su hija la hizo comprender que quizás fue un error quedarse en su país, porque —según añade— es inhumano lo que se está viviendo, y nada superará cualquier crisis vivida en un país sin guerra.
Ella es una mujer fuerte y se prometió a sí misma no permitir que a su otra hija, Gabriela, le ocurra lo mismo. “Mi hija se deprimió mucho porque no veía un futuro en Venezuela, las dos se graduaron de comunicadoras sociales. Lamentablemente de su promoción se quitaron la vida dos chicas”, recuerda Oviedo, quien precisa que el mes del fallecimiento de Laura otras siete jóvenes se suicidaron en el estado Lara.
Con el trino de Marinely se identificaron casi mil usuarios de twitter, quienes conmovidos le manifestaron palabras de aliento y solidaridad. Otros la respaldaron en su decisión de huir del país, como le escribió Judith: “Somos dos. Dejaré el pelero apenas pueda”, mientras que José Antonio Pérez coincide con su posición: “La revolución acabó con todo. Desapareció a la clase media convirtiéndonos en pobres. Nuestros títulos universitarios, obtenidos con mucho esfuerzo, parece que ya no valen nada, al igual que nuestras propiedades. Contaminaron las aguas y destruyeron todas las instituciones”.
En cambio, otros venezolanos más optimistas, como Francisco Rodríguez la exhortó a calmarse, porque su situación no es distinta a las de 30 millones de personas. “Ese sentimiento es nacional, pero déjeme decirle algo: la caída de Nicolás Maduro y su banda de delincuentes es inminente ¡Créame!”.
Marinely lee cada comentario detenidamente, y nada la hace cambiar de opinión, no deja de pensar que el próximo año vendrá un segundo éxodo masivo. Para ella, Venezuela desapareció como Estado. “No hay instituciones, ni leyes, solo militares haciendo y deshaciendo en un país sin control. La sociedad está desintegrada, desmotivada, dolida, resentida y otra parte aún cree que puede haber un cambio”.
Se mantiene firme en su decisión de huir apenas los países limítrofes con Venezuela permitan el flujo de emigrantes. Escapará con su hija Gabriela y se llevará a cuestas el dolor más grande que le produjo la crisis venezolana: la partida trágica de su adorada Laurita.
Por: Milagros Palomares @milapalomares