El puente Las Tienditas no había tenido tanta atención como ahora. Esta estructura conecta a la fronteriza Cúcuta, en Norte de Santander, con el caserío Las Tienditas, del municipio tachirense de Ureña. Colombia y Venezuela compartieron su construcción, que empezó en 2013 y costó 32 millones de dólares. Una obra de 240 metros de longitud, seis carriles, peajes y puntos aduaneros y migratorios. Su inauguración estaba prevista para septiembre de 2016, pero se canceló por retrasos en algunos trabajos y las tensiones entre ambos países.
Desde entonces poco se hablaba del puente hasta el pasado 7 de febrero, día en que a este paso fronterizo llegaron las donaciones que hizo Estados Unidos a Venezuela. Antes de esa fecha el puente permanecía vacío, pues aún no está habilitado el tránsito de vehículos particulares o de carga. Pero en los últimos días han llegado periodistas de medios colombianos e internacionales, organizaciones sociales, la fuerza pública venezolana y gente que le pide al gobierno de Nicolás Maduro el ingreso de las donaciones.
De un momento a otro, la cotidianidad del caserío venezolano que limita con el puente cambió. Es lo que siente Shinyi Shimizu, residente de Las Tienditas. Hijo de un japonés y una colombiana, vive con sus hermanos en el barrio Nueva Tienditas, uno de los cinco que componen el caserío y el primero que se encuentra en el lado venezolano del puente.
Shinyi quiere aprovechar la atención que hoy recibe el puente para contar la realidad de Las Tienditas, pero le teme a las cámaras y los micrófonos de los periodistas daneses, estadounidenses, asiáticos y latinoamericanos que están cubriendo la entrega de las donaciones. Por eso prefiere hacer una carta: “Más allá del puente y de las donaciones, de lo que han dicho los gobiernos y de lo que se especula, otra es la realidad del caserío, en donde muchos claman por ser escuchados”. Así comienza su escrito.
Shinyi Shimizu escribió una carta en la que plasmó sus preocupaciones por la situación que se vive en Las Tienditas. Como sus vecinos, Shinyi siente miedo por lo que pueda pasar con la entrega de las donaciones para Venezuela. | © Ferley Ospina
Tensión por las donaciones
A Shinyi, que se identifica más como colombo-venezolano que como colombo-japonés, le preocupa la tensión militar que se siente alrededor del puente debido a las donaciones, sobre todo en el lado venezolano. Si este lugar resulta elegido para que se instale una base militar permanente, él piensa que alterará para siempre la pasividad en su comunidad. “No me imagino a mi barrio con misiles o lanzacohetes”.
La tranquilidad de los fines de semana es algo que ya añora la población de Las Tienditas. Shinyi cuenta que antes del 7 de febrero la gente salía al puente los sábados y domingos para hacer deporte o pasar un tiempo en familia sobre los carriles. Incluso él lavaba su Toyota Corolla plateada.
Pero Shinyi no es el único que siente la tensión. Lise Josefsen Hermann, periodista independiente danesa, envía notas de prensa desde Colombia a medios impresos y a la radio de Dinamarca. A diario está informando a detalle lo que sucede en el puente, pero admite que se enteró del caserío por información filtrada en las redes sociales. Prefiere no intentar cruzar la frontera y llegar hasta allí. Como están las cosas, existen riesgos de seguridad para hacer reportería en Venezuela.
Los vecinos del sector revisan las imágenes del Puente Internacional Las Tienditas antes de que se convirtiera en el centro de atención por la llegada de las donaciones estadounidenses para Venezuela. | © Ferley Ospina
Las Tienditas es una población de algo más de 5.000 residentes y su historia se hizo a pulso hace 30 años. Resulta curioso que esta comunidad no sea de mayoría venezolana. El caserío, ubicado a cinco minutos de la cabecera municipal de Ureña, es de arraigo colombiano. Los cinco barrios que lo componen son: Tienditas Parte Alta y Parte Baja; Portal 1 y 2; y Nuevas Tienditas.
Actualmente entre la gente se comenta que el caserío vive “su cuarto de hora” por tanto asomo e interés de la prensa. Blanca Edith Suárez Montoya, una colombiana de 25 años y natal de Villa del Rosario (Norte de Santander), dice que llegó la hora de mostrar a Las Tienditas y de aprovechar que la zona en donde reside es el foco de atención para la comunidad internacional. “Nos da alegría que se hable de nuestra comunidad en el mundo, pero a la vez nos causa incertidumbre porque por la donación estamos divididos: unos dicen que sí las recibamos, otros que no”.
Quienes piden aceptar las donaciones de Estados Unidos hacen plantones del lado colombiano del puente, pues en el extremo venezolano está prohibido. Por ejemplo, la semana pasada un grupo de médicos de Táchira protestó en Cúcuta. Hombres, mujeres y niños venezolanos también llegan todos los días al paso fronterizo, con la ilusión de recibir alimentos o medicinas. Pedro Flórez se acercó recientemente en compañía de Harold, su hijo de 10 años. Esperanzados de que les entregaran medicamentos, aguantaron un sofocante sol. Regresaron a casa con las manos vacías.
La prohibición de protestar en la orilla venezolana obedece a la bravía de la milicia bolivariana. Pero también hay miedo por los rumores de que hombres vestidos de negro rondan la zona con armas de fuego para someter a quienes alientan la entrega de las donaciones. Algunos los llaman colectivos chavistas y otros no dudan en decir que son miembros de algún grupo armado colombiano. Pero nadie se atreve a dar nombres. El temor hace que nadie opine.
La colonia colombiana de Las Tienditas
“Ni del puente para acá es Juanchito, ni del puente para allá está Cali”. Se llama Sandra Patricia Espinoza Tabares, es caleña y reinterpreta a su manera el coro de una canción del grupo Niche para explicar que en esta zona fronteriza colombianos y venezolanos son el mismo pueblo. “Nací en Colombia, pero recién nacida mis papás me llevaron a Pereira. Allá viví como hasta los 10 años. Luego vine aquí. Me nacionalicé como venezolana y amo este país”.
Su casa queda al frente del puente de Las Tienditas, hacia el costado venezolano. De su hogar hacia Cúcuta hay una distancia de 240 metros, la longitud de la obra. En su terraza es posible observar todo el movimiento de la frontera en estos últimos días: la entrada o salida de la prensa, la llegada de los militares, el tránsito de carros…
“Todos los ojos están puestos allí”. Desde su vecindario en Venezuela, Shinyi señala el puente que concentra la atención. | © Ferley Ospina
Al caserío llegó hace más de 10 años con su mamá y su único hijo Juan Diego, atraída por la tranquilidad del lugar, los cómodos precios de los terrenos y la calidad de los servicios públicos.
Esas bondades también atrajeron a otros colombianos hacia Las Tienditas, pero la situación cambió drásticamente en la última década, confiesa Sandra. Extraña los buenos años porque aquí ella construyó su hogar, al igual que paisas, costeños y santandereanos. “A pesar de la dura situación que hoy vive Venezuela, mi barrio aún es alegre y de gente trabajadora. Yo me dedico a la marroquinería: fabrico productos en cuero en mi casa”.
El municipio de Ureña era reconocido en Venezuela por tener potencial en industrias como textiles, muebles, fabricación de autopartes, derivados de plásticos y arroz. Pero la crisis social y económica lo golpeó.
Shinyi Shimizu asegura que la mayoría de la gente de Las Tienditas son hijos de colombianos o se nacionalizaron como venezolanos tras arribar al caserío. Se podría decir que esta parte de Ureña fue colonizada por colombianos. “Son personas que aquí hicieron su hogar y vieron nacer a sus hijos. Pero independiente de la nacionalidad, todos nos respetamos y compartimos la idiosincrasia de ser habitantes de frontera, con familias en Cúcuta y en Táchira. De allá y de acá”. Así termina su carta.
Un caserío con necesidades
Francy Estela Blanco es una venezolana proveniente de la ciudad de Valencia, del Estado Carabobo. Llegó al caserío junto a su esposo y su hermana con el propósito de fundar una fábrica de muebles. Aunque el negocio quebró por la actual crisis económica, nunca ha pensado en regresar a tu tierra natal. Para ella significaría el fracaso.
Hace 17 años compró un lote en Las Tienditas Parte Alta. Básicamente es una zona de invasión donde se erigieron los primeros ranchos del caserío y en donde se concentró la pobreza. El principal problema es falta de servicios públicos de calidad. Cada tres o cuatro meses llega un camión cargado con cilindros de gas para repartir entre las familias. La orden del gobierno venezolano es entregar un tanque a cada casa.
La energía eléctrica se corta tres horas todos los días y el agua se suministra cada dos semanas. “Además, tenemos casi los mismos problemas de seguridad de un barrio de estrato bajo en una ciudad grande. No hay continuidad en el transporte público para esta zona y los centros médicos o están lejos o se quedaron sin utensilios”, comenta Francy.
Para llegar a Parte Alta, los habitantes deben tomar la carretera principal del caserío y girar en una iglesia cristiana hasta subir por empinadas y angostas calles. Están sin pavimentar. Y aunque en muchas casas escasean los servicios públicos, el internet no falta. No es de banda ancha, pero al menos logran conectarse.
A esta situación se suma que la mayoría de jóvenes de Las Tienditas no encuentran ocupación laboral bien remunerada. Según los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2018 (Encovi) presentados en noviembre del año pasado, el 48 por ciento de los venezolanos vive en la pobreza. Por su parte, Nicolás Maduro afirmó el 14 de enero que su gobierno logró reducir la pobreza extrema de 4,4 por ciento en 2016 a 4,3 en 2018. La falta de oportunidades hace que la gente instale frente de sus casas pequeñas bodegas (tiendas de barrio) en donde se encuentran productos colombianos a un costo elevado.
En los últimos días, muchas personas se han acercado a la frontera con la esperanza de recibir alguna de las donaciones estadounidenses. Otros, como el joven que sostiene el cartel, han aprovechado para manifestar su agradecimiento al gobierno estadounidense. | © Ferley Ospina
Bolsas con alimentos y medicamentos almacenados en una bodega en el lado colombiano de la frontera con Venezuela. | © Ferley Ospina
“En la actualidad vivo con mis hijos y mi esposo. Estamos muy felices de estar aquí, pero no podemos ignorar la pobreza. Ahora somos la noticia del momento por la cuestión del puente internacional y sabemos que tenemos que sacar a nuestra comunidad adelante. Soñamos con que se abra la frontera, porque Las Tienditas sería a futuro el portal del progreso de Venezuela”, dice Francy.
Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela, anunció esta semana desde Caracas que las donaciones ingresarían al país el próximo 23 de febrero y pidió ayuda de voluntarios para recogerlas y distribuirlas. “Tendremos que ir en caravanas”.
Mientras llega ese día, los habitantes de Las Tienditas seguirán aprovechando su cuarto de hora, en que se roban por un momento la atención del mundo. Quieren contar en algún medio que en el caserío necesitan gas, más modos de transportarse y oportunidades laborales. Quieren contar su realidad, así sea en una carta.
Por: Jean Javier García