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Un migrante visionario en tiempos difíciles

José Ramón Gómez migró de Venezuela a Colombia hace tres años. Se convirtió en gerente de una corporación. | Por: CORTESÍA RAFAEL SIFONTES


Camina de un lado a otro y le indica a una empleada algo acerca de un pedido. Con su cara medio cubierta por el tapabocas negro atiende una llamada telefónica breve. Luego camina hacia donde están los compartimientos con las frutas, verduras y legumbres, y hace una revisión con la mirada: qué falta, qué no se ha vendido.

Él es José Ramón Gómez Terán, de 38 años, gerente general de la Corporación Malecón, y también es el encargado de una discoteca frente al Caribe, en la avenida Primera, en Riohacha, que no funciona desde marzo, cuando decretaron la medida del aislamiento preventivo por la covid-19. Sin embargo, en su afán por mantener su trabajo, y el de unas 20 personas más, se inventó este mercado, surtido por campesinos que tienen sus huertas en corregimientos de Riohacha y que, además, funciona a domicilio.

Ver oportunidades en las dificultades es uno de sus talentos. Y de ello se dio cuenta hace tres años, cuando llegó desde Venezuela, como un migrante más.  “Comencé vendiendo en las calles los leggings y tops de ejercicios que confeccionaba, quien era mi pareja en ese momento. Pero, en el mercado nuevo me di cuenta de que había muchas ventas y demandas de mantas wayuu. Entonces, comenzamos a fabricarlas y a venderlas. Aunque, muchas veces, me gritaron: «Veneco, sal de aquí. Vete para tu país»; hubo gente que me apoyó y que me hizo espacio en su local para vender mis productos”, recuerda con una sonrisa en su rostro.

Por unos seis meses esa fue su fuente de ingreso. Pudo mudarse a un espacio más cómodo, hacer mercados más surtidos y enviar dinero a su familia en San Cristóbal, estado Táchira, de donde es nativo. Pero, José Ramón aspiraba a más. Y no por cuestión de ego; sino que está acostumbrado a tener calidad de vida, producto de su trabajo.


«Los venezolanos no vinimos a hacer daño acá, ni a perjudicar a nadie. Vinimos a superarnos para tener una mejor calidad de vida. Esto no estaba en nuestros planes, simplemente, nos vinimos a emprender un nuevo proyecto para ayudar a nuestras familias en Venezuela».

José Ramón Gómez


¿Un golpe de suerte o una bendición?

El dueño de la empresa turística necesitaba organizar administrativamente su negocio. Isabel Amaya, su amiga, fue el vínculo con este señor colombiano, de quien José Ramón está profundamente agradecido.

“Confió en mí sin saber quién era yo. Apostó a mí. Creyó en los conocimientos que yo traía. Él necesitaba hacer una auditoría en la empresa. Y se la hice, además del manual de operaciones, el manual de funciones y la normativa. Por ser venezolano me costó mucho encontrar trabajo; pero, el señor Jessi Medina me dio la oportunidad de demostrarle quién era yo”, se enorgullece.

Este tachirense es ingeniero en informática y tiene una nutrida experiencia en gerencia de restaurantes: a eso se dedicó los últimos 10 años, antes de migrar, en Maracaibo. En Malecón playa comenzó como gerente operativo, luego ascendió a gerente general.

Así, empezó a tener de nuevo estabilidad laboral, económica, emocional. Ya, con cabeza fría y un capital reunido, comenzaron a revolotear nuevas ideas de negocios.

La palabra emprendimiento le dibujaba una sonrisa, le daba un aire de esperanza. Y no solo pensaba sus ingresos y en su porvenir; sino, en generar empleos para tantos y tantas compatriotas que «patearon calle» con él y que, en más de una ocasión, se dieron aliento, bajo el picor del sol, para no desfallecer y continuar enfocados en sus objetivos.

Creó una franquicia de jugos naturales que se llama Vive saludable, y que ya cuenta con dos sucursales en Riohacha. Además de que contribuye a la salud de la colectividad, les genera ingreso a productores agrícolas locales, a quienes les compra directamente las frutas. También, en Barrio arriba, montó su venta de pastelitos, tequeños (deditos de queso) y empanadas, y de este negocio se encarga su cuñado: un colombiano retornado que vivió muchos años en Venezuela.

José Ramón tiene un imaginario de negocios que traspasa fronteras. La corporación donde es gerente general dejó de ser solo un Bar and Lounge, y ahora, a pesar de las circunstancias, exporta productos como zanahorias, tomates, papas y cebollas de campesinos locales a las islas de Aruba y Curazao. También coordina la construcción de unas cabañas: un complejo turístico, ubicado en la salida de Riohacha hacia Valledupar, donde los turistas podrán tener contacto con la naturaleza y desarrollar su relación con el ambiente; además de relajarse y divertirse.

A este migrante no se le olvida cuando deambuló por las calles de Riohacha, vendiendo ropa deportiva junto con otros connacionales que se dedicaban a la venta de café, medias y pan. Aunque nunca durmió a la intemperie, sí conoció testimonios de cerca. Por eso, él junto con otros amigos venezolanos les lleva comida y hacen actividades recreativas a quienes pagan un diario en el parqueadero Chema por un espacio para estar y dormir.

Por lo pronto, mientras pasa esta vorágine de la covid-19, José Ramón continúa planificando e ideando estrategias de mercado para mantener la productividad y el ánimo de superación tanto en la corporación como en sus emprendimientos personales.     

Por: Ana Karolina Mendoza