Cada sábado, el olor a sancocho impregna las calles del barrio El Refugio en Arauca. Un tropel de niños se acerca hasta el patio de Cecilia Ráquira, una boyacense que vivió 11 años en el estado Apure, y que retornó hace cuatro debido a la crisis social y económica de Venezuela.
Además de música y baile, en las fiestas de Elorza, un municipio venezolano del estado Apure, hay una regla de oro: nadie se queda sin comer. Cecilia Ráquira se acostumbró a esa bondad. Por eso en medio del miedo y del hambre que acompaña a millones de personas vulnerables decidió hacer algo para ayudar a sus hermanos venezolanos. Después de fabricar y regalar tapabocas optó por revivir una vieja costumbre aprendida: dar de comer al hambriento.
La historia arrancó en una de sus jornadas de costura, cuando una vecina tocó a la puerta de su casa con desesperación. Ya se había gastado todo y no tenía con qué alimentar a sus cuatro hijos. Cecilia solo atinó a buscar ayuda por las redes sociales.
A los días no solo había recogido un mercado para su vecina, sino todos los insumos para hacer un sancocho; otra con colada de avena, incluso, una chocolatada. Así nació la muy conocida Olla Comunitaria de Cecilia, donde alimentaba a más de 100 personas los fines de semana.
“La comida siempre ha sido un símbolo de alianza y unión. La iniciativa de cocinar para todos es una manera de unir a la familia colombovenezolana”, dice mientras mueve la olla de sopa.
A las 6:00 de la mañana comienzan a preparar los alimentos y a las 11:30 empiezan a servir. Los niños más grandecitos almuerzan en el comedor y los padres de los más pequeños recogen la comida para dárselas en sus casas.
No obstante, por la generosidad de sus vecinos y amigos, Cecilia se vinculó a un programa de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que promueve la seguridad alimentaria en esa zona a través del programa Emergencia de Respuesta de Arauca (ERA). Entonces empezó a cultivar sus propias hostalizas en huertas verticales que le ayudaron a instalar en su vivienda. Hoy, sus cosechas son el ingrediente principal de las comidas que comparte con sus vecinos.
La iniciativa de una olla comunitaria semanal se convirtió meses después en el comedor comunitario ‘Mis Chiquitines’, que alimenta diariamente a unos 200 niños de escasos recursos. Cecilia Ráquira sirve puntual el almuerzo de lunes a viernes a las 11:30 de la mañana.
La idea de crear el comedor le nació a Cecilia al ver el hambre y la necesidad que padecen muchas familias en su barrio a causa de la pandemia por la covid-19. Habilitó un espacio en el patio de su casa, unió varias mesas, las vistió con un mantel blanco y mantiene el lugar impecable para que lleguen los pequeños a almorzar. En la cocina la ayudan ocho vecinos. Se reparten las labores en el lavado, cortes y preparación de los alimentos, que en su mayoría obtienen por donaciones.
Los niños hacen la fila en orden, conservan la distancia como medida de prevención y usan tapabocas. Ver a su hijo con energías para jugar es un alivio que Raquel González, la madre de uno de los niños beneficiados en el comedor, no puede explicar. “La comida es sabrosa, a mis hijos les encanta y se la comen todita”, dice esta mujer de ojos alegres, quien agradece la buena voluntad de Cecilia y su equipo de cocineros.
Por: Ana Quilarque