El éxodo venezolano parece no tener fin. Cada día más personas salen azotadas por la inflación, la opresión y la miseria en la que se encuentra el país vecino. Según cifras de Migración Colombia, actualmente hay 1.260.594 venezolanos distribuidos en el territorio colombiano.
A pesar de su tamaño, Atlántico ocupa el cuarto lugar entre los departamentos con mayor migración venezolana, con 115.456 personas. Llegan en grupos o solos, regulares o irregulares. Aunque todos buscan algo en común: una oportunidad para sobrevivir a la crisis y al dolor de la lejanía por los que dejan en su país.
Entre ellos se encuentra la familia Nava-Martínez. El primero fue José David Nava, proveniente de Cabimas, en el estado Zulia, quien llegó al municipio de Puerto Colombia, Atlántico, el 23 de enero de 2015.
Hoy, cuatro años y medio después, casi toda su familia se encuentra en esta zona del país. Esa forma de llegada escalonada, que inicia con un primer migrante o un pequeño núcleo y se va ampliando hasta generar un asentamiento conformado por miembros de una sola familia resulta bastante común.
Cafú trabaja en la playa los fines de semana a cambio de que lo dejen vivir a él y a su familia en unos ranchos de la zona. Como él, muchos migrantes en Colombia trabajan sin remuneración. | © María Camila Gil y Martín Elías Pacheco
José David Nava, popularmente conocido como Cafú, carga una carretilla de madera de una sola llanta. En esta lleva un conjunto de sillas blancas encajadas unas con otras. Debe llegar con ellas hasta la playa, donde en pocas horas serán alquiladas a los turistas que visitan el balneario de Puerto Colombia.
Por ese mismo camino, vuelve al conjunto de ranchos de madera y zinc donde vive su familia. En uno pintado de naranja están su esposa y sus cuatro hijos; al lado, en uno blanco, vive su sobrino José Ramón junto a su esposa Marlis y sus dos hijos; en uno verde está Zuleyma Nava, la hija mayor de José Ramón, con su esposo y sus tres hijas; y en uno rojo, Edinson Martínez, con su esposa y sus dos hijos.
El asentamiento se encuentra ubicado a un extremo del malecón de Puerto Colombia, cruzando la calle a mano derecha, a escasos 10 metros del mar. Los ranchos colindan con lujosos conjuntos cerrados y edificaciones de este sector conocido como Pradomar. Las viviendas no están pegadas una a otra; algunas se pierden entre los frondosos árboles que calman los 32 grados que alcanza la temperatura al salir el sol.
A partir de las cinco de la mañana los Nava-Martínez se encargan de limpiar y organizar el lugar. Todos participan en la labor, desde el más joven hasta el más adulto, para que cuando lleguen los dueños lo encuentren limpio. Su trabajo es su único recurso: a ninguno de ellos les cobran por vivir en estos ranchos pero, a cambio, los propietarios del sitio les piden colaboración todos los fines de semana en el negocio de alquiler de sillas y venta de comidas y licor a los turistas.
El gesto, aparentemente hospitalario, revela su otra cara al final de cada jornada: por este trabajo Cafú solo recibe las gracias, de vez en cuando. Para sus otros familiares la suerte es mejor, pues haciendo el mismo trabajo reciben algo de dinero.
“Así sean diez mil pesos”, como cuenta Zuleyma, sobrina de Cafú, quien con lágrimas en los ojos muestra las heridas de sus manos: “Yo nunca había limpiado pescado, ayer me tocó limpiar 30 mojarras y atender el restaurante. Al final del día, solo recibí 10.000 pesos”.
En uno de los ranchos vive Zuleyma Navas, la hija mayor de José Ramón, que trabaja en diferentes lugares para cubrir los gastos de su familia. © | María Camila Gil y Martín Elías Pacheco
Cafú se detiene un momento en la orilla de la playa, se acomoda la gorra que lleva puesta, es negra con un escudo del Junior de Barranquilla. Cuenta que de lunes a viernes trabaja como maestro de obra en Barranquilla, algo que no es nuevo para él porque en Venezuela ejercía el mismo oficio. “Antes de irme a trabajar, enciendo el fogón de leña, preparo el desayuno y el almuerzo de mi familia, pues mi esposa está recién parida y no lo puede hacer”.
A sus 46 años este hombre de piel negra, alto y de contextura delgada, detiene su mirada en un punto del paisaje. A su memoria llegan recuerdos amargos de aquel 2015, cuando decidió dejar a su esposa e hijos para migrar a Colombia en busca de dinero.
Sin embargo, él les prometió que en cuanto tuviera un trabajo estable los mandaría a buscar. Se le presentaron dos oportunidades de venir, primero llegó un compadre y luego un amigo, ambos le recomendaron Colombia, pero la falta de dinero fue un impedimento para poder migrar. El momento llegó cuando su jefe, un ingeniero colombiano que trabajaba en Venezuela, regresó al país, le mostró la oportunidad y le prestó 70 mil pesos para el viaje.
«Se me salían las lágrimas cuando los llamaba para saber si habían comido, pero mi esposa me decía que aún no, que cuando iba a comprar alimentos las filas eran tan largas que al llegar su turno ya no había nada, además el dinero que les enviaba no alcanzaba»
Cafú
Cargado de esperanza, con el corazón en Venezuela y con un bolso a la espalda, emprendió su viaje. Pasó la frontera por Maicao, de forma ilegal, como muchos de los venezolanos que han arribado al país. Cafú tenía claro que llegaría a Puerto Colombia, pero su mente estaba nublada por la tristeza de haber dejado a los suyos. Y al tiempo, esperanzado de que un día no muy lejano los traería con él.
Radicado en el departamento del Atlántico empezó a trabajar en una construcción, donde se ganaba 600 mil pesos. Con ese dinero sobrevivía en Colombia y le enviaba a su esposa e hijos. A pesar de los esfuerzos, no era suficiente.
Desesperado, convenció a su esposa para que se viniera a Colombia. Ella lo hizo, sin pensarlo dos veces. Llegó a Colombia con sus dos hijos y un bolso con la ropa de los tres. Fue un momento inolvidable. La felicidad de tenerlos con él, se mezcló con el dolor de ver a su hijo de 5 años extremadamente delgado. Pesaba 11 kilos.
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La cadena
La familia fue creciendo. En el año 2017, llegó su sobrino José Ramón y su cuñado, Edinson Martinez. Cafú los había motivado a que se vinieran a Puerto Colombia. José Ramón empezó a trabajar en construcciones. Debido a sus habilidades en esta actividad se convirtió en maestro de obra, él, al igual que su tío Cafú, también hacía esto en Venezuela.
Edinson Martinez por su parte, no conocía Puerto Colombia, pero presionado por la crisis decidió venirse. “Me vine sin importar cómo iba a dormir o a cocinar, pero tenía claro que debía salir de Venezuela o nos moriríamos”, dice mientras se acomoda en una de las sillas que están a las afueras del rancho donde vive.
Para Edinson, Puerto Colombia es muy parecido a Los Puertos de Altagracia, en el estado Zulia, de donde es nativo. La única diferencia que encuentra es que allá no pagaba servicios. Acá, en cambio, tiene que lidiar con los mosquitos, cocinar con leña y aprender a lidiar con la falta de aire acondicionado. Pero tienen algo vital, comida, o como él mismo dice, “estamos con la barriga llena”.
Al cabo de tres meses llamó a su esposa y se la trajo, “yo hablé con ella, le dije: si te querés venir, hazlo”. Ella se vino con sus dos hijas y su hijo. Todos profesionales, los mayores con magister y posgrados. Pero la hija mayor se devolvió a Venezuela porque le salió un empleo como enfermera. Edinson cuenta que ella se fue a pesar de que los 18 mil bolívares soberanos que gana le alcanzan sólo para dos días de comida. Por esta razón, ellos le envían dinero desde Colombia para que pueda sobrevivir.
José Ramón Nava no se quedó atrás. Tiene 46 años, aunque aparenta ser menor. Es un hombre alto, contextura mediana, de piel ébano. Es tímido ante las cámaras, así lo describe su esposa Marlis, quien ya lleva 19 años a su lado.
José Ramón y Marlis. © | María Camila Gil y Martín Elías Pacheco
Mientras barre el patio con un rastrillo rojo, Marlis cuenta cómo llegaron a Colombia. Fue gracias a Cafú, “él le echó el cuento a mi marido de que aquí en Puerto Colombia le estaba yendo bien y lo invitó a venirse”, dice Marlis.
Fue en enero del 2017, cuando se vino José Ramón, esa fecha quedó grabada en su memoria porque no fue fácil. Acompañada de sus tres hijos se quedó en Venezuela, pero la espera sólo duró un año y 3 meses.
En pleno Carnaval de Barranquilla del año 2018 pisó tierras Colombianas, de manera irregular, con tres bolsos cargados de esperanza y una que otra muda de ropa. Para pasar la trocha le tocó montar a su hijo de 14 años y a su hija de 12 en una moto desconocida, era la única opción para poder llegar a Colombia. Se persignó y dejó todo en manos de Dios, porque sin duda, el collar de pita con una cruz colgada en su cuello deja en evidencia su fe en Dios.
“El viaje me costó 50.000 pesos, que no tenía, mi esposo me iba llamando durante el viaje, ya que él no tenía celular; yo le conté la situación, y entre todos los que estaban en Colombia reunieron 70 mil pesos”. El dinero fue enviado a nombre de un colombiano, propietario de una casa de cambios en Maicao. Con eso pagó los 50 mil pesos y con el resto compró un tiquete hasta Santa Marta, lugar donde estaba Zuleyma, la hija mayor de su esposo.
Futuro incierto
Cafú tiene el Permiso Especial de Permanencia, su familia también. Ellos hacen parte de los 593.383 venezolanos que están cobijados dentro del PEP en Colombia. De los cuales 48.620 están registrados en el departamento del Atlántico. Cafú ha sorteado la suerte. Cada día es una experiencia nueva. Sin tenerlo en sus planes, su esposa quedó en embarazo de mellizos. Una niña y un niño. Actualmente tienen diez meses y reciben algunos beneficios gracias a que están registrados como colombianos.
La nieta de Marlis en una de las casas donde se hospeda la familia. Por un proyecto de la alcaldía las estructuras serán destruidas. © | María Camila Gil y Martín Elías Pacheco
Los Nava-Martínez tienen claro que su situación en Colombia no es la mejor, pero también coinciden en que por ahora no volverán a Venezuela. Cafú espera que el gobierno colombiano les ayude a conseguir “una casita” para vivir con su familia, pues esos ranchos serán demolidos por la alcaldía de Puerto Colombia como proceso de un proyecto que busca recuperar las zonas turísticas del municipio. También le preocupa el Permiso Especial de Permanencia, el cual tiene vigencia de dos años, tiempo en el que debe solucionar su situación migratoria en el país.
Así mismo, Juan Ramón, Marlis y sus hijos no tienen un plan definido. Lo único que les preocupa es no encontrar un trabajo estable para sobrevivir. Edinson Martínez, por su parte, desea que saquen a Maduro del poder. Su esposa no sabe. Su hijo e hija esperan convalidar sus títulos profesionales en Colombia. Ella como profesional en Comercio Exterior y él como Licenciado en Administración de Empresas.
Cafú toma de nuevo la carretilla. Con su bermuda negra, un suéter rojo y unas crocs del mismo color, continúa su rutina. La cual acaba cuando se esconde el sol, luego de preparar la cena a su esposa y a sus cuatro hijos.
Este crónica es el resultado del Encuentro de comunicación sobre migración mixta, realizado por Acnur y el Proyecto Migración Venezuela en Barranquilla, los días 9, 23 y 30 de marzo de 2019. El encuentro contó con el apoyo de Vokaribe Radio y con la tutoría del periodista Ángel Unfried. El texto fue escrito por estudiantes del programa de Comunicación social y periodismo de la Universidad del Norte, de Barranquilla.
Por: María Camila Gil y Martín Elías Pacheco