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La estrategia del ICBF en Cúcuta para que los niños venezolanos no estén en las calles

Además de nutrición y cuidado, los beneficiarios de Mi vecino protector cuentan con opciones lúdicas y recreativas que apoyan su crecimiento y desarrollo. | Por: ESTEBAN VEGA | SEMANA

Aunos 15 kilómetros de la frontera, en el centro de Cúcuta, los niños sueltan la mano de sus madres para correr a saludar a las cuidadoras que los esperan, como cada día, con un abrazo y el desayuno en la mesa. Ni la lluvia logra cambiar la rutina de los cien niños que desde enero hacen parte del segundo centro de Mi vecino protector en la capital nortesantandereana. 

En esta sede, la mayoría de los pequeños son hijos de migrantes que trabajan como vendedores ambulantes. De ahí la importancia de brindar esta atención a los niños, al menos durante ocho horas, para que no permanezcan en las calles ni queden al cuidado de extraños. 

Aunque más de la mitad de los estudiantes de la guardería permanece desde enero, a diario quedan cupos porque algunos niños no vuelven, se enferman o regresan a su país. Por eso, las profesoras siempre tiene a la mano la lista de espera para llamar a los padres que esperan una oportunidad para que sus hijos puedan asistir al jardín. 

La estrategia del ICBF en Cúcuta para que los niños venezolanos no estén en las calles
La estrategia del ICBF en Cúcuta para que los niños venezolanos no estén en las calles Aunos 15 kilómetros de la frontera, en el centro de Cúcuta, los niños sueltan la mano de sus madres para correr a saludar a las cuidadoras que los esperan, como cada día, con un abrazo y el desayuno en la mesa. Ni la lluvia logra cambiar la rutina de los cien niños que desde enero hacen parte del segundo centro de Mi vecino protector en la capital nortesantandereana.

Muchos padres venezolanos no cuentan con familiares o personas de confianza que puedan cuidar a sus hijos mientras trabajan. | © ESTEBAN VEGA / SEMANA

Para muchos de los beneficiarios de Mi vecino protector, ir a la guardería fue la primera separación de sus padres. Al principio fue un proceso difícil, porque los niños estaban acostumbrados a permanecer con los padres en sus puestos de trabajo. Durante un mes, las profesoras organizaron actividades para que las familias acompañaran a los niños en el jardín. Tanto en La Parada como en el centro de Cúcuta, las exigencias para que las familias inscriban a los niños son mínimas. Allí no importa el estatus migratorio ni las condiciones económicas de los padres. La prioridad es que de lunes a sábado estos pequeños reciban alimentación y cuidado. 

“La principal necesidad con la que llegan los niños es la salud”, dice Daisy Jeritza Otero, coordinadora del programa Mi vecino protector. Además de los problemas nutricionales, la falta de vacunas encabeza las necesidades médicas de los niños venezolanos, ya que desde hace tiempo su país no garantiza la cobertura en los esquemas de vacunación para los menores. Además, muchos niños no tuvieron ningún control de crecimiento y desarrollo en Venezuela. 

A eso se suma que los padres tienen dificultades para comprar pañales y productos de aseo para sus hijos. “Los niños vienen con la misma ropa todos días, el pañal es el mismo con el que los mandamos de acá. A algunos los mandan sin pañal para que nosotros les demos uno”, cuenta Daisy. 

La estrategia del ICBF en Cúcuta para que los niños venezolanos no estén en las calles
La estrategia del ICBF en Cúcuta para que los niños venezolanos no estén en las calles Aunos 15 kilómetros de la frontera, en el centro de Cúcuta, los niños sueltan la mano de sus madres para correr a saludar a las cuidadoras que los esperan, como cada día, con un abrazo y el desayuno en la mesa. Ni la lluvia logra cambiar la rutina de los cien niños que desde enero hacen parte del segundo centro de Mi vecino protector en la capital nortesantandereana.

Este programa también les ha brindado acceso a control de crecimiento los niños que entraron al programa desde su apertura y que permanecen en la guardería. | © ESTEBAN VEGA / SEMANA

Norelyz Delgado y su familia vinieron a Colombia hace cinco meses, cuando la única comida en su mesa era la que podían comprar con los bonos que entrega el gobierno de Nicolás Maduro a los venezolanos más pobres. Antes de depender de ese subsidio, ella trabajaba en puesto de quicalla, algo así como una tienda donde vendía productos de aseo. 

“Allá no hay futuro para tener mejores cosas y los ingresos eran pocos para la comida de la familia. Comíamos, pero no comíamos bien”, recuerda Norelyz. Decidieron probar suerte en Cúcuta, porque tenían amigos en esa ciudad y, aunque implicaba vivir fuera de su país, era la opción más cercana para estar en contacto con la familia. Su esposo ha conseguido algunos empleos en obras de construcción y como operador de mantenimiento, mientras que ella vende gaseosa, agua y cigarrillos en las calles. 

“Unas muchachas que ya tenían los niños aquí me contaron del programa y vine a preguntar. Nos pusieron en una lista de espera porque en ese momento no había cupo y hace como dos semanas me dijeron que ya podía traer a mi hijo”, cuenta. Todos los días, Norelys camina media hora con su pequeño para dejarlo en la guardería. “Esto me parece excelente, el ambiente es acorde para el cuidado de los niños”, dice.  

Por: Sara Prada @pradasaraca