Cada noche, después de repartir domicilios por la ciudad, Rafael mira con tristeza a su esposa por no poderles dar un beso a sus dos hijos, que no superan los dos años. Desde que inició la pandemia, le ha hecho más fácil la vida a miles de colombianos, especialmente a aquellos que corren mayores riesgos si contraen el virus, y solo espera que termine para abrazar de nuevo a sus pequeños.
El aparato sonó. Un nuevo cliente. Pero este pedido tenía algo particular. Era un médico que había estado trabajando por varias horas y quería enviarles un mercado a sus padres, dos adultos mayores que prefería no visitar por el miedo a contagiarlos con el covid-19, ese virus que ha comprobado ser más letal en personas de avanzada edad y que, por lo tanto, los ha obligado a quedarse en sus casas.
Rafael Mata Rodríguez es uno de esos 20 mil rappitenderos que durante la pandemia se han conectado cada día para llevar domicilios. Aunque ha disfrutado los tres años que lleva trabajando de esta manera, fue ese día cuando le encontró un mayor sentido.
Con la consigna “nos encargamos de la entrega a domicilio para que puedas seguir disfrutando de tu tiempo libre”, Rappi se ha vuelto parte del paisaje colombiano. Los domiciliarios con una maleta naranja han llenado las calles de las ciudades, la aplicación ha ocupado un lugar en los smartphones de millones de personas y se ha convertido en el sustento para miles de familias vulnerables, especialmente venezolanas que han llegado a Colombia huyendo da la crisis económica y social que vive su país.
Rafael compró los elementos descritos en la lista del médico, se subió a su bicicleta y recorrió 12 cuadras de una ciudad que hace unos meses era completamente ajena y que hoy conoce mejor que muchos bogotanos. Al llegar tocó el timbre, dejó el pedido en el suelo y se apartó unos metros hasta que la señora abrió la puerta para recogerlo. Las empresas de domicilio han establecido estos protocolos para cumplir con el aislamiento social y evitar que sus trabajadores y sus clientes se contagien. Ella le sonrió y le agradeció desde lejos. No pudo evitar pensar en su mamá, que también emigró desde Venezuela hace unos meses para unirse a su hijo y lo esperaba en la casa con la nueva familia que ha conformado.
Rafael Mata Rodríguez es uno de los 20 mil rappitenderos que ha estado trabajando diariamente durante la cuarentena nacional.
Rafael llegó a Colombia hace tres diciembres. Venía del estado de Anzoátegui, en el noreste de Venezuela, donde trabajaba como técnico de computadores y celulares. Cuando llegó, a los 25 años, su vida le cambió de un momento a otro. A los dos meses logró vincularse como rappitendero, unos meses después se enamoró y no habían pasado dos años cuando nació su primer hijo. Desde entonces no ha parado de trabajar. Aunque en diversas ocasiones estas plataformas digitales han sido criticadas por las condiciones laborales de sus colaboradores, lo cierto es que han permitido que miles de familias vulnerables, que no habían logrado conseguir un trabajo, tengan ingresos.
Entre los venezolanos han sido especialmente acogidas. Como la gran mayoría de los 1,8 millones de migrantes que han llegado al país no cuentan con estatus migratorio regular, sus dificultades para vincularse laboralmente son aún mayores. En ese contexto, las aplicaciones de domicilios se han convertido en una oportunidad. Un estudio del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario estimaba que en septiembre del 2019 el 59 por ciento de los rappitenderos eran venezolanos o colombovenezolanos, lo cual demuestra la importancia de este sector entre los migrantes.
La pandemia y las medidas de confinamiento impuestas por el Gobierno han hecho valorar la labor de los domiciliarios. Algunos han sido críticos de esta forma de empleo por la desigualdad que puede significar que quienes tienen dinero se mantengan en sus casos alejados del virus mientras otros desfavorecidos se enfrentan en las calles a un posible contagio. Sin embargo, su trabajo las 24 horas del día ha permitido que personas con altos riesgos, como los adultos mayores o quienes tienen una enfermedad previa, logren guardar la cuarentena y recibir alimentos y medicamentos en sus hogares. Rafael lo ve así. “Aunque siento miedo cada vez que salgo a trabajar, también me alegra porque sé que estoy ayudando a muchas personas”, dice con una sonrisa, ya a punto de regresar a su casa después de una jornada de 10 horas.
Reconoce que lo que más le preocupa es contagiar a su familia, pero agradece tener la posibilidad de llevarles con qué comer todos los días. “Hay muchas personas pasándola muy mal y, gracias a Dios, yo he podido seguir trabajando”, expresa. Para protegerse, ha empezado a usar tapabocas y guantes, tiene un gel antibacterial en la maleta y pasa varias veces al día por el Centro de Atención que su empresa ha destinado para la desinfección del personal. Además, ha decidido acompañar sus recorridos por las calles vacías con música que lo alegre.
Miles de colombianos y venezolanos no han parado para que el país pueda subsistir en medio de la pandemia. Los domiciliarios como Rafael, que día y noche recorren las calles, son héroes de gorra y morral que, a puro pedal, abastecen a una ciudad que lleva semanas viviendo de puertas para adentro.
Por: Juan David Naranjo Navarro @JDNaranjoN