A menos de dos meses y medio de que suene el pitazo inicial de la fiesta más grande del fútbol mundial, ya comenzó el delirio de los fanáticos por coleccionar el tradicional álbum de Panini, y detrás de ese amor desbordado resultan beneficiados decenas de personas venezolanas que sobreviven del trabajo informal en las calles.
La devoción de Braulio Negrete por los Leones de Caracas y los Yankees de Nueva York –referentes del béisbol en Venezuela y Estados Unidos, respectivamente- es casi enfermiza. No le gusta el fútbol, o no le gustaba hasta ahora que un montón de desconocidos le sonríen a su bolsillo.
Vende medias y bufandas en el parque central de la localidad de Fontibón, en el occidente de Bogotá, y alguien lo convenció de que vender el álbum y las láminas de la fiebre de moda podría ser un buen negocio. A duras penas sabe quién son Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, pero se le midió.
“Yo ojeo el álbum y no conozco a nadie, y un pana colombiano que vende plantillas para zapatos me explica quiénes son y cómo son los grupos del mundial y todo eso, porque yo no tengo ni idea”, reconoce mientras despacha media caja de láminas que le pide un afiebrado que espera pacientemente a que charle con nosotros.
Lleva año y medio “aguantando frío y rebuscando en esta esquina”, pero asegura que a su negocio no le había ido tan bien desde que comenzó a vender el álbum de Panini. Aunque la ganancia no es grande se convierte en un gran gancho.
“En cada sobre de caramelos, como los llaman acá, me gano por ahí 80 o 100 pesitos, pero el que los compra se lleva una bufanda, o una camiseta o cualquier cosa que le ofrezco; es que hay que aprovechar el momento”, confiesa mientras se ríe y dice que en las últimas dos semanas las ventas han crecido un 20 por ciento.
A media cuadra de ahí, está Milena Manzi, nacida en La Guaira, y que vende minutos a celular y tinto, y claro, cómo no, todo lo del álbum del mundial. Ella, que sí ama el fútbol, suspira cada vez que destapa sobres para vender las láminas sueltas, y comienza a hacer el escalafón de los más guapos.
“Uyyyy, no, Cristiano y todos los de Uruguay son hermosos, unos papacitos como dicen las chamas acá”, dice mientras se sonroja, pues sus vecinos la molestan preguntándole cómo va a resolver ese amor cuando los dos equipos se enfrenten en el grupo H, el 24 de noviembre.
Toma un sorbo de tinto y explica que es mejor negocio vender las láminas sueltas porque “el que sabe de fútbol viene con una lista y yo les vendo más caro, pues me pagan hasta 15 mil pesos por las más difíciles de conseguir, como los escudos de las selecciones”.
Lamenta, eso sí, que Colombia no haya clasificado al mundial porque “si no, la venta sería el doble; hoy me ganó al día más o menos 25 y si estuviera Colombia sería mejor, y además uno vería en el álbum a esa belleza que es Falcao”, dice mientras suelta otra risotada y los amigos vuelven a burlarse de ella.
Braulio y Milena son dos caras de la misma moneda en la lucha del rebusque. Ella, amante del fútbol, que vive la fiebre del mundial como cualquier hincha.
Él, un desprevenido que apenas está descubriendo ese universo mágico, pero que entendió que había una gran oportunidad: “En caso de guerra, cualquier hueco es trinchera, como decía mi abuela por parte de madre, que era de Ocaña”, dice mientras se despide porque se le juntaron tres clientes ansiosos por comprarle el álbum de moda.
Por: Mario Villalobos @maritovillalobo