Superar una crisis económica en el país en que se trabaja no es una tarea fácil; tampoco lo es si hay que migrar a otra nación para salir adelante. Esta es la historia de Jackson Ayala, el cucuteño que regresó de Venezuela para emprender un nuevo camino en su ciudad natal.
Jackson Ayala nació el 23 de noviembre de 1991 en Cúcuta, Norte de Santander, y a pesar de que sus estudios los realizó en el colegio Padre Luis Variara de la ‘Perla del Norte’, en una gran parte de su niñez y adolescencia vivió en plena zona fronteriza, en Ureña y en San Antonio, en el estado Táchira.
Cuándo Jackson culminó el bachillerato empezó a trabajar en Venezuela como tatuador, un arte cuyo talento está reservado para unos pocos. Comenzó a cultivar una gran clientela y creciendo profesionalmente más y más.
Aunque le iba muy bien tatuando sintió el impacto de la crisis venzolana en la calidad de vida, pues el dinero no alcanzaba para mucho y los productos básicos estaban en plena subida de precios.
Por ello, Jackson tomó una decisión que le iba a cambiar la vida considerablemente; reunió todos sus elementos materiales y hace siete años decidió cruzar la frontera y emprender otro rumbo sin absolutamente nada. El objetivo era claro, llegar a Cúcuta y emprender, en todo el sentido de la palabra.
Su primer local lo montó en una casa de Prados del Este, un reconocido barrio de las tierras cucuteñas, en el que continuó con su arte que de a poco se fue haciendo más y más famoso.
Después de ocho meses, cuando ya contaba con recursos económicos, trasladó su local a un centro comercial de la ciudad llamado Plaza del Este, en el que ya no solo era un salón de tatuajes sino que también montó una barbería y lo nombró Gallery Ink.
«Hay que adaptarse a las crisis y evolucionar, salir de otro país no es fácil, pero es necesario ser constante para progresar, yo me demoré 15 años. En definitiva, la contancia vence al talento»
Jackson Ayala, emprendedor y retornado colombiano
Por: Carlos Cañas @carlosarboleda6