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“Hacía aseo más de 13 horas al día y solo me pagaban 12 mil pesos”

Oriana Gómez tiene 25 años. Se graduó de radióloga en Venezuela, y apuesta a convalidar su título para ejercer en Colombia. | Por: MARIO FRANCO

 La radióloga venezolana Oriana Gómez contó su periplo por varios trabajos y las condiciones de precariedad a las que se enfrentó tras su llegada a Bogotá. ¿Cuál es la diferencia entre explotación laboral y trata de personas?
 

Habían pasado unas semanas desde que llegó a Bogotá y a Oriana le “pintaron” una oferta laboral atractiva que aceptó por desesperación y necesidad. Debía trabajar por más de 12 horas diarias aseando un gimnasio en el sur de la capital colombiana y ganaría “no más de 20 mil pesos”. 

Oriana estaba segura de que finalmente había encontrado la oportunidad que estuvo buscando para ayudar a su familia en Venezuela. Pero en la primera quincena recibió un pago de solo 12 mil pesos diarios, que apenas le alcanzaban para cubrir el arriendo de la habitación donde vivía. 

A pesar de la tristeza con que recibió su primer sueldo, Oriana continuó trabajando durante cinco meses en ese sitio, de 6:00 de la mañana a 6:00 de la tarde. A veces, incluso, permanecía más tiempo de la jornada diaria porque el jefe salía y ella debía cuidar el local. Nunca recibió un pago extra ni un beneficio para la alimentación durante las horas adicionales. Ella resolvía comprando un pan o llevando arepas desde su casa.

“Luego me di cuenta de que 12 mil pesos al día no era dinero, sino que era más bien explotación laboral. Yo creo que a ninguna persona, ni a venezolanos ni a colombianos deberían hacérselo. Doce mil pesos por más de 12 horas de trabajo no es justo”, lamenta la joven, tres años después de aquel mal episodio.

Al hombre del gimnasio no le gustó que renunciara, pero Oriana lo hizo decidida. Decepcionada volvió a vender tintos en las esquinas, hasta que un taxista quiso sobrepasarse y ella desistió de trabajar en la calle por temor a que la violaran. Ese fue un punto de quiebre que la llevó a reflexionar. “Estoy sola aquí en Bogotá. Me vine solamente con la bendición de mi mamá y si algo me pasa aquí nadie de mi familia se entera en Venezuela”, se dijo entonces.


«Si Dios me ha librado de las cosas malas que me han pasado en Bogotá
es porque tiene un propósito conmigo»

Oriana Gómez, migrante venezolana, 25 años


En la ruta de los tintos Oriana conoció a la dueña de un restaurante que le propuso trabajar lavando platos y atendiendo a la gente. Estuvo otros cinco meses allí, también en jornadas de más de doce horas por 20 mil pesos al día. Luego trabajó en una pizzería, en donde ganaba por comisión de acuerdo con lo que vendía, pero difícilmente lograba superar los 15 mil pesos.

Pensaba con impotencia en regresar a Venezuela después de sus fracasos laborales, pero el temor a lo que se encontraría del otro lado de la frontera nunca la dejó marcharse. “Yo no quería volver a pasar hambre. Allá la situación era terrible, no se conseguía comida”, rememora conmovida.

Precisamente, la escasez de su país fue la que hizo huir a Oriana. Recién se había graduado como radióloga de la Universidad de Carabobo en la ciudad de Valencia y, lejos de ver un futuro prometedor, le aterraba la precariedad de los alimentos en la casa de su madre. 

“Si Dios me ha librado de las cosas malas que me han pasado en Bogotá es porque tiene un propósito conmigo”, afirma segura. Con esa certeza, Oriana continuó su vida en Colombia con un nuevo empleo como cajera de una panadería, donde le pagaban 25 mil pesos al día, sin afiliación a EPS ni las demás prestaciones sociales.

Pero, según dice ella, por su “mala suerte de migrante venezolana”, todas las semanas recibía un billete falso sin darse cuenta. Cuando iba a cobrar el fin de semana casi no sacaba nada, porque se los descontaban. Recuerda que lloró en más de una ocasión por billetes falsos de 50 mil pesos con los que la engañaron.

La situación de Oriana mejoró desde diciembre de 2018 al sacar el Permiso Especial de Permanencia (PEP). El estatus migratorio regular la ayudó a conseguir un empleo formal como interna doméstica en una casa de familia. De ese trabajo, dice, no se puede quejar porque le pagaban el sueldo mínimo legal y todos los beneficios de ley como salud, pensión y cesantías. 

Hoy, gracias a esa primera estabilidad laboral, Oriana le apuesta a convalidar su título como radióloga para ejercer su profesión en Colombia. Las barreras no han sido pocas, pero su meta es clara. “Seguiré trabajando. Mi plan a futuro es seguir superándome en Bogotá y que en la casa de mi familia no vuelva a faltar la comida”.

Una línea delgada

Para trazar una diferencia entre la explotación laboral y la trata de personas, la docente y abogada Beatriz Luna de Aliaga explica al Proyecto Migración Venezuela que en principio hay que reconocer que las dos modalidades son vulneraciones de derechos humanos, ya que se está desconociendo las garantías fundamentales de estas personas.

Luna argumenta que la explotación laboral se enmarca dentro de un contrato escrito o verbal, donde hay un empleador y un trabajador, pero se da un cierto desequilibrio porque se está sacando un provecho ilegal o abusivo del empleado, violando los derechos consagrados en la Constitución y en el código sustantivo del trabajo. 

Estas falencias se pueden relacionar con la Ley 1010 de 2006, que regula lo que se entiende como acoso laboral. De acuerdo con la experta, dentro de este término se encuentran situaciones de discriminación laboral, donde se burla la intimidad de un empleado, se le impone sobrecarga horaria o responsabilidades sin ningún fundamento jurídico contractual.  

“La trata de personas se encuentra tipificada como delito en el artículo 188 A del Código Penal colombiano de la Ley 599 de 2000. En armonía con los instrumentos internacionales, entre ellos el protocolo de Palermo, se ejecuta al captar, trasladar, transportar, acoger o recibir a personas con distintas finalidades de explotación, como explotación sexual, extracción de órganos, trabajo fortozo, uniones serviles”, enfatiza la investigadora Luna. 

Sostiene que no solo en Colombia, sino en el mundo, es complejo definir cuándo se está ante un caso de trata de personas o de explotación laboral. La recomendación que hace es observar muy bien las particularidades de cada caso. Hay que precisar si las personas fueron captadas a través de una oferta fraudulenta de empleo, o si los trasladaron en un transporte con el fin de explotarlos, por ejemplo. 

Luna de Aliaga reconoce que la población migrante y refugiada venezolana ha sido más vulnerable al delito de trata de personas por las mismas condiciones de vulnerabilidad en las que están llegando al país. Para saber si se está frente a un caso de trata sugiere ver si los limitan en libertad y autonomía, o si además les tienen retenidos sus documentos de identificación. 

En cambio, para identificar explotación laboral recomienda fijarse si no les conceden días de descanso, los someten a jornadas extenuantes de trabajo, les pagan por debajo del salario mínimo vigente o no los afilian al sistema de salud, riesgos laborales y pensiones. En esta última situación exhorta a los afectados a acudir a las autoridades sin ningún temor a represalias.

TENGA CUIDADO

Podrían ser ofertas falsas si LO OBLIGAN a trasladarse a otra ciudad o a otro país a trabajar de manera continua; a no poderse mover libremente hasta que no termine de pagar una “deuda” por el dinero que le prestaron o por los gastos que se puedan presentar para su sostenimiento.

Podría ser una víctima si VIVE bajo amenazas y maltratos físicos y verbales, bajo una estricta vigilancia, sin posibilidad de comunicarse con amigos y familiares y, finalmente, sin recibir ningún tipo de pago por la actividad desarrollada o inferior al tamaño de tus esfuerzos.

Esto es #TratadePersonas, una de las vulneraciones más graves de los derechos humanos que, en Colombia, es reconocida como delito.

¿Conoce un caso de trata de personas?

REPÓRTELO. Sea parte de la solución

Línea Gratuita Nacional Contra la Trata de Personas: 018000 52 20 20

Desde celular: 122

Aplicación móvil #LibertApp

Por: Milagros Palomares @milapalomares