“Bastó quedar embarazada en mi país, para decidir salir de ahí”, asegura Ninoska, una mujer de 29 años que se ganaba la vida con su pareja en negocios independientes, entre ellos un taller de motos y un café internet. Cuando decidió emigrar de Venezuela tenía 2 hijos y estaba embarazada, en una situación desesperante. Aunque contaba con el apoyo a su pareja, Alnardo Guerrero, no era suficiente para llevar una vida plena.
La crisis ya había comenzado y los problemas aumentaban. Cuando estaba en una cita médica Ninoska vio que la escasez alcanzaba niveles alarmantes. “Ya no había vitaminas para mi embarazo. Eso me alertó de inmediato”, asegura.
En ese momento planeó esperar al nacimiento de su hija para salir del país. Encontraron personas que los ayudarían a cruzar la frontera, vendieron sus negocios y recolectaron el dinero suficiente para llegar a Colombia. El día esperado, con sus tres hijos y su compañero, Ninoska emprendió un viaje en el que arriesgaron todo por un futuro incierto.
«En la frontera casi nos roban y las personas que nos iban a ayudar terminaron cobrándonos mucho más caro, así que ya no teníamos mucho dinero para sobrevivir en un nuevo país»
Ninoska cuenta que en Venezuela ayudó a una mujer colombiana que se encontraba en la calle, “y cuando ella estaba de nuevo en Barranquilla, me ofreció quedarme en su casa”. Aunque tenía un techo, aún tenía muchos retos por superar.
A Ninoska la recibieron bien al llegar a la casa de su amiga en Barranquilla, pero tiempo después la convivencia empeoró, a causa de constantes discusiones, y su amiga le puso una fecha límite para buscar otro lugar.
“Un ángel apareció en aquel entonces, la hermana de mi esposo que vive en Estados Unidos, nos envió dinero y así pudimos mudarnos de inmediato”, dice Ninoska. Unas puertas se cerraban y otras se abrían.
Contar con dinero para pagar el alquiler alivia el gasto mensual de la familia. Su nuevo hogar está en el barrio La Paz, ubicado en el Suroccidente de la ciudad de Barranquilla.
Ninoska matriculó a sus hijos en un colegio público, donde los atienden mientras ella y su pareja salen a trabajar. “Vendo cosas en los parques y ahora también vendo empanadas en las mañanas, de ahí saco el desayuno para mi familia”. Y su pareja se empleó en un taller de carros. Con el dinero que recogen al día ahorran para la comida del día siguiente.
Ninoska salió de Venezuela porque no encontró vitaminas y medicamentos disponibles durante su embarazo. Como ella, decenas de personas cruzan a diario la frontera por el desabastecimiento de fármacos y alimentos en ese país. © | Sorel Bolívar Díaz
Ninoska recuerda aquél momento cuando, embarazada de su hija, caminaba de un lado para otro con la ilusión de conseguir alimento. “Yo hacía filas desde las tres de la mañana para conseguir un poco de comida y muchas veces me tocaba quedarme horas y horas esperando”.
“En ocasiones me daban preferencia al verme embarazada, pero no siempre. Muchas veces hacía una larga fila y cuando finalmente lograba llegar ya no quedaba nada”, añade.
Hubo días en los que su familia solo podía comer pan. La situación era crítica y por más que Ninoska decidiera resistir un poco más, miraba a los ojos a sus hijos y su mundo se venía encima.
“Antes de que todo comenzara nos llevábamos a nuestros hijos al parque, al centro comercial o a la playa a disfrutar todos juntos, pero luego no podíamos hacer esas cosas. La inseguridad aumentó y sólo podíamos pensar qué íbamos a comer al día siguiente”.
Por eso, Ninoska recuerda la primera vez que entró a un supermercado en Colombia: “era otro mundo, había tantas cosas de todos los productos que no lo podía creer”.
«Ver tanta comida junta me causaba felicidad, pero también un poco de tristeza al no tener tanto dinero en el bolsillo y poder llevar de todo un poco»
Ver este supermercado significó mucho para ella, fue la motivación y el impulso que necesitaba para llenarse de energía y seguir trabajando para conseguir dinero suficiente y comprar comida que le gustaba prepararle a su familia.
Los ocho hermanos y la madre de Ninoska aún están en Venezuela, y ella los recuerda a cada instante, en especial cuando va a cenar: “cuando voy a preparar el pan con queso y mortadela, a veces le saco la mortadela y lo dejo para otro día. Pienso en que mi mamá y mis hermanos quizás no puedan comer lo que estoy preparando y pienso en ahorrar y tratar de que los alimentos me duren lo que más pueda”.
“Muchas veces he pensado en traer a mi mamá, pero a duras penas podemos sobrevivir nosotros”, asegura. Para Ninoska es muy frustrante querer ayudar a toda su familia cuando apenas se está integrando en Colombia.
Ninoska es una de las personas que salieron de su país y enfrentan retos permanentes, pues mientras atraviesan separaciones y duelos, también están en proceso de adaptarse a la sociedad colombiana.
Por ahora, Ninoska sueña con encontrar los recursos suficientes para mantener a su familia, la que está en Colombia y la que permanece en Venezuela.
Esta crónica es el resultado del Encuentro de comunicación sobre migración mixta, realizado por Acnur y el Proyecto Migración Venezuela en Barranquilla, los días 9, 23 y 30 de marzo de 2019. El encuentro contó con la tutoría del periodista Ángel Unfried y el apoyo de Vokaribe Radio.
Por: Sorel Bolívar Díaz