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En medio de la resiliencia, una fundación integra a venezolanos y colombianos

El taller de costura ahora tiene el apoyo de empresas que donan materiales. | Por: CORTESÍA FUNDACIÓN RECOJAMOS SEMILLITAS

En el barrio Patio Bonito, en el sur de Bogotá, la Fundación Recojamos Semillitas desarrolla emprendimientos en beneficio de la población local y refugiada, además lucha en contra de la xenofobia.  

En un rincón de la localidad de Kennedy, cerca del parque Bellavista, donde las vías están destapadas, los huecos hondos y con mucho lodo por las lluvias; hay un callejón cerca a la vía principal donde se encuentra una casa de tres pisos con grandes ventanales. Allí llegan niños de todas las edades, colombianos y venezolanos desde las 6:00 de la mañana.

Las madres se unen en diferentes horas del día para hacer parte del taller de costura, los abuelos trabajan en la huerta comunal y en el embellecimiento del canal de la calle 38; dando vida a la Fundación Recojamos Semillitas, que desde hace más de 11 años desarrolla programas de integración en ese sector pero, pero se cuentan ocho desde que se constituyó oficialmente.

Esta fundación surgió en medio de los problemas de inseguridad, microtráfico de drogas, un aumento en las cifras de embarazos adolescentes, violencia intrafamiliar y muchos menores de edad en las calles sin supervisión, que se viven en el sector de Patio Bonito. Adela Rodríguez, fundadora de Recojamos Semillitas, luego de terminar su carrera en primera infancia se dio cuenta de las necesidades que se tenían en su barrio y con todo su sentir empático, buscó dar un apoyo a su comunidad desde los pocos recursos que tenía.

Actualmente, alrededor de 180 familias se benefician de esta organización, de las cuales 50 son de origen venezolano, en total Adela estima que más de 700 personas, incluyendo niños y adultos,  están siendo impactadas y ayudadas por la fundación. No se discrimina a nadie, todo aquel que quiera pertenecer y apoyar puede ser parte, sin importar su nacionalidad, ciudad de origen o etnia. 

Siendo Bogotá la ciudad con mayor número de migrantes venezolanos, una gran parte de estas familias han llegado a enriquecer la multiculturalidad que se vive en estacomunidad; incluso, hace poco tiempo contaban con una niña indígena que por motivos de salud, tuvo que volver a La Guajira y retomar sus tratamientos. 

Aunque dentro de la organización se vive un ambiente diverso, según cuentan algunos vecinos del sector, se estaría librando una pugna por el control del territorio de la venta de drogas, conflicto en el que estarían envueltos un grupo de colombianos en contra de venezolanos. Debido a esto, los comentarios xenófobos de la gente abundan y afectan al resto de estos refugiados que no tienen nada que ver con estos actos ilícitos. 

Ni todos los venezolanos son malos, ni todos los colombianos son malos”, dice Yurani Pimienta, una mamá que asiste a la fundación, haciendo referencia a que en medio del total de la población, hay personas buenas y malas de ambas nacionalidades.  Yurani afirma que muchos nacionales no son empáticos con los migrantes, quienes deben dejar atrás sus vidas y comenzar de nuevo por necesidad.

Yurani es una mujer de 38 años originaria de Bolívar, en el atlántico colombiano. Cuando era pequeña su familia se mudó a Cúcuta, Norte de Santander, después de sufrir un desplazamiento forzado por la violencia, en esta zona convivió con muchos hermanos venezolanos por su cercanía con la frontera de Táchira. Tiempo después, llegó a la capital del país donde han crecido sus hijos.


En medio de la resiliencia, una fundación integra a venezolanos y colombianos
Los abuelos hacen parte de la fundación trabajando en la huerta comunal. cortesía:Fundación Recojiendo Semillitas

Para esta mujer, los colombianos deberían pensar dos veces antes de hacer un comentario en contra de un venezolano, pensar en que así mismo como ellos se están sintiendo, muchos de los nacionales se sienten en otros países cuando los confrontan con temas de narcotráfico en plenos aeropuertos internacionales. “A los colombianos los odian en Chile, no los soportan en España, les preguntan si llevan coca en los aeropuertos de Estados Unidos”, dice quejándose de la falta de empatía contra los migrantes. 

La venezolana Lilia Capriles que está en medio de la discusión, y agrega: “A mí me ha ido muy bien, he encontrado personas que me han ayudado mucho, me dieron la oportunidad de trabajar, me arrendaron y me siento tranquila donde vivo”. Sin embargo, comenta que fue solamente la semana pasada que se sintió rechazada cuando una vendedora ambulante no la dejó sentarse en una silla de su puesto por el solo hecho de tener otra nacionalidad, en ese momento, Lilia estaba en el hospital angustiada por su hija quien se encontraba en trabajo de parto. 

Esta migrante llegó a Bogotá hace alrededor de año y medio, después de dejar su casa en Venezuela para venir a cuidar a su hija mayor, quien había migrado tiempo antes. Cuando Lilia llegó a la capital colombiana ya venía con los efectos de padecer hambre por la escasez de alimentos, muy delgada y débil, comenzó a trabajar en una pañalera y tiempo después, comenzó a vender tintos en la calle, lo que le permitió ampliar su negocio y comenzar a vender comidas rápidas en el parque Buenavista, aunque ahora vende desde su casa. 

Adela, quién también está presente en la habitación interviene y dice que el ejemplo viene desde casa, que los niños son el motor de cambio para el país, que esta nueva generación que se está formando está aprendiendo a convivir con personas diferentes y que la clave está en la integración, que si los padres no toman medidas, pues vamos a seguir escuchando comentarios xenófobos. 

A esa conclusión llegan todas, para Yurani, como para Adela y Lilia los niños no tienen esos prejuicios que se forman los adultos, los menores que llegan a la fundación van creando lazos amistosos sin importar si son colombianos o venezolanos, por lo que se va generando una empatía genuina. Como ejemplo ponen que ahora, el hijo de Lilia dice que es “rolo”, aunque lleve un poco más del año, y es que después de lo que ha vivido se encariñó con la ciudad, con las personas, con su entorno. 

La Fundación Recogiendo Semillitas tiene aparte de programa de comedor y refuerzo escolar para los niños, un proyecto productivo llamado Recogiendo Sueños, en el que hacen parte cinco mamitas venezolanas y cuatro colombianas. Se trata de un taller de costura que inició en medio de la pandemia de la covid-19, y que como muchos otros, empezaron fabricando tapabocas y trajes bioseguros, después empezaron a incursionar en la creación de chaquetas, cubrelechos y sábanas. Cuando estas mujeres decidieron producir estos elementos ninguna sabía coser ni tenían máquinas, la resilencia las empoderó y las saca adelante en medio de las adversidades. 

Para desarrollar el proyecto un hombre con buena fe les dió una máquina de coser para que la fueran pagando a cuotas a medida que fueran produciendo, mientras que otra mamá que hacía parte de la fundación y sabía del oficio, comenzó a enseñarles. Sin embargo, actualmente están estudiando en un convenio con una universidad que les brinda el curso de costura por módulos, así entonces, tienen pendientes la creación de blusas, pantalones y ropa deportiva.

Este proyecto lo comenzaron 13 mamás, pero ahora solo hay 9, las otras han ido tomando otros rumbos, incluso, algunas se fueron de la ciudad. A pesar de esto, muchas les han cogido el gusto a la confección y han encontrado trabajos en fábricas que les permite tener una mejor calidad de vida. Es el caso de las hijas de Lilia, quienes aprendieron el oficio y lo han ido puliendo, actualmente Alexandra, su hija mayor tiene un trabajo confeccionado para una empresa. Todos hemos ido aprendiendo nuevos oficios desde que llegamos”, expresa Lilia al contar que casi toda su familia está aquí en Colombia, y que las circunstancias han hecho que todos se desempeñen en trabajos diferentes a los que tenían en su país natal. 

El proyecto de confección se dio luego de probar muchos otros. Estás mamás aprendieron a hacer velas, insumos de aseo como desinfectantes, cloro, suavizantes para la ropa, jabones entre otros, todo esto con cursos del Sena o vinculaciones con universidades que les apoyan. Y es que Adela siempre quiso tener una iniciativa que pudiera brindar trabajo a madres cabeza de familia de la fundación, y que además aportara a la manutención de la organización. 

Sin embargo, fue hasta ahora que de a poquitos se ha ido materializando ese sueño. Antes cuando empezaron a producir los elementos de aseo las frenó el registro sanitario, pues no tenían los recursos para el papeleo y todo lo que pedían. Ahora, esperan poder sacar su propia línea de ropa interior en un futuro, idea que no estaría limitada con trámites costosos. 

A pesar de que esta fundación ha entregado muchos conocimientos, alegrías, amistades, y ha cuidado a los niños del barrio Patio Bonito desde hace más de una década, la financiación es de las barreras más grandes que han tenido. Aunque Adela insiste que fue solo al inicio de su travesía que trabajó con las uñas, para muchos, esta mujer lo sigue haciendo, sigue multiplicando cada papa y cada arroz para repartirlo a sus menores, a sus vecinos, a los ancianos de la comunidad, a los miembros de la organización o simplemente, a quien lo necesite. 

La casa en la que funciona esta fundación necesita adecuaciones, la segunda temporada de lluvias ha evidenciado las goteras que se filtran desde la plancha del tercer piso, la humedad está acabando con la estructura. Se necesita construir un cuarto piso para poder devolverle a los menores su sala de computadores y su biblioteca, que se les quitó temporalmente para poder montar el taller de costura.

Buscan alquilar un terreno más grande para poder ampliar la huerta y poder hacerla más productiva y sostenible; incluso, desde ya Adela está en busca de recursos y pone a disposición su número telefónico 313 3570556 para quien desee colaborarle y poder tenerles regalos de Navidad a la mayor parte de los niños que a diario crecen y se desarrollan en este espacio, un hogar que no distingue de nacionalidades con más de 700 personas en Patio Bonito.

En medio de la resiliencia, una fundación integra a venezolanos y colombianos
La fundación atiende a niños de todas las edades. cortesía:Fundación Recojiendo Semillitas

Por: Proyecto Migración Venezuela @MigraVenezuela