Jesuan llegó a Colombia huyendo de la crisis y buscando su sueño de ser cantante. Ahora, tras ser descubierto por un joven promotor de artistas en medio de sus jornadas en el transporte público, está a punto de lograrlo.
Jesús Jiménez creció en los Puertos de Altagracia, en el estado venezolano del Zulia. Vivía en la casa de sus abuelos y recuerda que tuvo una infancia feliz. A los 2 años, mientras cantaba una canción de una novela, su mamá empezó a descubrir que tenía un talento particular. Y así empezó a creérselo. Era el encargado de amenizar las fiestas familiares, se presentaba en los actos culturales del colegio e hizo parte de grupos musicales de gaita. Una infancia y adolescencia cargada de música y arte.
Paralelo a sus estudios de comunicación social y periodismo, administraba un punto de venta de licor para colaborar en su casa. Y justo en esa época, creció en él la necesidad de ser parte del cambio que empezó a conformarse para enfrentar la crisis por la que ha pasado su país y que ha obligado a millones de personas a emigrar. Junto a unos compañeros, fundó un frente estudiantil, el primero de las universidades privadas. A través de la política y, con muestras pacíficas, se diferenciaban de las popularmente llamadas ‘guarimbas’, grupos de resistencia contra el gobierno que bloquean calles en señal de protesta. Con la pasión por la política y su interés por cambiar la situación que cada vez era peor, en un acto de esperanza, apoyó una candidatura a un cargo popular que terminaron perdiendo.
“Nos robaron las elecciones y en ese momento dejé de creer. Sentía que a mi patria la estaban matando y que no podía hacer nada, que el gobierno no se iba a poder cambiar y que ya no podía más”, recuerda Jesús sobre ese 2018 doloroso.
Con una inmensa desilusión y cansado de la situación, a sus 25 años emprendió el viaje a Colombia junto a una prima. Llegaron a Maicao sin tener el sello en su pasaporte, lo que los obligó a presentarse ante Migración Colombia para legalizar su ingreso al país.
Superado este escollo y tras 19 horas de viaje, llegaron a Bogotá para encontrarse con otro primo que había prometido ayudarlos mientras encontraban trabajo. Pero ese familiar nunca llegó al encuentro en el terminal. Quedaron, como dice él, varados en una ciudad desconocida y sin el dinero suficiente para pagar un arriendo.
Luego de varias llamadas, fue un amigo quien les tendió la mano y les permitió llegar a su casa en en el sector del Divino Niño, en la localiad de Ciudad Bolívar al sur de Bogotá, y ahí empezó la búsqueda de empleo. Trabajó como auxiliar de cocina pero las cosas no se le dieron: terminó sin empleo y con muchas dificultades económicas.
Fue por invitación de un amigo suyo que decidió subirse por primera vez a un bus de TransMilenio a cantar. “Yo sentí en mi corazón que el Señor me estaba alentando y me atreví a hacerlo. Ahora iba a ser la persona que entrara tal vez a molestar a los pasajeros y por eso intenté verme bien para vender talento y no lástima” , afirma.
Recuerda con nostalgia esa primera vez cantando en TransMilenio porque nunca imaginó que llegaría a estar en esa situación. “Yo solté la primera canción y cuando terminé lloré como un niño. No me lo creía pero a la gente le gustó”, dice conmovido sobre ese que se volvió su trabajo.
Iniciaba su juornada muy temprano en la mañana y siempre intentaba que las personas reconocieran su talento, que no sientieran lástima.
Y así, con sus jornadas desde temprano en el transporte masivo de la capital, estuvo por varios meses. Pero el amor lo llamó a otra ciudad. “Me fui a Villavicencio detrás de la que hoy es el amor de mi vida. Y ahí empecé de cero otra vez”, afirma con gracia. En la capital del Meta empezó a cantar en los buses urbanos y a vender dulces en las calles. Sabía que por algo tenía qué empezar para cumplir su sueño.
En uno de esos días, Miguel Ávila, que hoy es su manager, escuchó su voz y de inmediato le propuso trabajar juntos. “Se me acercó un joven y me dijo que quería hablar conmigo porque le gustó mucho la manera en que canté. Me propuso trabajar juntos porque él quería ser representante de artistas”, asegura Jesús, que solo lo dudó un par de minutos antes de aceptar la invitación.
Inició así lo que ambos consideran una relación de hermanos. “Casi lloro cuando lo escuché cantar, me dio mucho sentimiento ver una persona tan talentosa cantando en los buses. Yo quería apoyarlo en lo que pudiera y a los dos meses pudimos empezar a abrir puertas”, sostiene Ávila.
A este equipo pronto se uniría Cristian Díaz para ser su productor y buscar oportunidades en eventos y emisoras. La meta era que más personas conocieran su talento y se interesaran por su música. Con esa meta, grabaron un cover de la canción ‘No te vas’ del cantante venezolano Nacho, quien terminó por impular a Jesuan a través de sus redes sociales luego de conocer su interpretación. De ahí en adelante, las redes sociales se han convertido en una plataforma de difusión de su música.
Con la reactivación de eventos, Jesuan y su euqipo están realizando alianzas estratégicas y diversas presentaciones para alcanzar los objetivos de su carrera musical.
Richard Jiménez, su padre, le cuenta al Proyecto Migración Venezuela que en Colombia encontraron lo que su propia patria les negó: una oportunidad. “Soy un venezolano que está agradecido con Colombia por todas las oportunidades que le han dado a mi hijo. Es un muchacho muy talentoso y con una facilidad interpretativa que hoy está cumpliendo sus sueños”, dice.
Jesús le apostó a la salsa y sueña con compartir tarima con Oscar de León y Gilberto Santa Rosa. En este género sacó su primer sencillo, Corazón de acero, que considera su himno. “Para grabar esa canción tuvimos el apoyo de muchas personas que se iban uniendo y ayudando con temas de maquillaje, modelos y producción. Dios siempre me ha dado las herramientas y ha puesto a personas muy buenas en mi camino”, cuenta el artista.
Pese a todas las dificultades y la llegada de la pandemia, se ha hecho lugar en discotecas y cadenas radiales de Villavicencio. El trabajo ha sido arduo y ha tenido que hacer sacrificios que nunca pensó hacer. Pero está viviendo su sueño en el país que lo acogió y que le ha brindado oportunidades.
“Extraño levantarme en la mañana y ver la playa en Maracaibo. Extraño a mi Venezuela de antes. Colombia ha sido como una madre sustituta y espero que Dios me permita regresar a mi país con mi talento”, asegura este joven de apenas 28 años.
Se proyecta como uno de los artistas más populares en el departamento del Meta y espera ser un intérprete de salsa reconocido en Colombia y Venezuela, no solo para mostrar su talento a muchas personas sino para poder devolver esa ayuda que muchos le han dado en el camino. Hoy, dice, espera que el sabor colombiano también llene de nuevos estilos a su música y con ella retribuir algo de lo que Colombia le ha permitido: volar para cumplir sus sueños.
Por: Nahomi Ruiz Moreno @Nahomiruizm